LA HABA: Aunque la jodía página esta no pone el nombre, tú debes...

(Historia acicalada de pililas jabeñas).

En poco puedo equivocarme si afirmo que en 1960, en La Haba, casi nadie sabía nadar. Y no por falta de facultades o deseo de hacerlo, sino por escasez de agua. Qué paradoja más hermosa la vida de Hernando Arias de Saavedra y otros doce jabeños más, quienes -alistados con otros muchos extremeños- surcaron la mar océana para descubrir nuevos mundos.

Los niños de mi generación, desoyendo las alarmantes advertencias y los “ ¡cuidaos!” de nuestros mayores, exploramos un verano el más allá de nuestro secano pueblo para descubrir y conquistar el agua. Primero fue la Alberca (“ ¡Cuidao que puedes ajogarte pinchao en el cieno!”); luego el Arroyo del Campo (“ ¡Cuidao que te desangran las sandijuelas!”); y, por fin, el río Ortiga (“ ¡Cuidao que te se corta la indigestión y te mueres repentino”); éste último, por más remoto y caudaloso, era el destino preferido de nuestra sed aventurera. Intentamos aprender a nadar fijándonos en cómo lo hacían los perros de los pastores y algún que otro pato extraviado que por allí anidaba, pero era tiempo perdido; sí, lográbamos flotar un poquito, pero nunca avanzar con sosiego, pues nuestra agitación por avanzar era tal, que nos cansábamos por los pulmones antes que por las extremidades: corriendo el peligro cierto de jundirnos y ajogarnos pinchados en la ciénaga en la que hacíamos pies agotados por el resuello.
Una siesta en la que el calor nos echó de casa (Isidro Jiménez “el Pocho”, Antonio Gómez “Pincharrata”, Juan Gallardo “Camuñilla”, Andrés “Cuerpotuno” y yo), fuimos a bañarnos a la Alberca. Escondimos ropa y calzado entre las junqueras y nos arrojamos al agua como nuestra madre nos parió. Ajenos al exterior, disfrutamos de lo lindo chapoteando y gritando en el agua placentera; y ya bañados y tiritantes en la orilla, uno voceó: “ ¡Chiascho, que nos han mudao el jato! Recuerdo que, como los componentes de un disciplinado ballet, en un acto reflejo - y embargados por el miedo atávico a descubrirnos el sexo- todos nos tapamos nuestras vergüenzas sin que hubiera en el campo más espectadores que nosotros mismos: “El cabrón del pastor se ha llevao la ropa”, espetó otro con las manos tapándose los cojones como si por ellos se lestuviese yendo la vida.

Aquel día observé -hablando de tamaños- lo pequeño que era el mundo, todo el mundo, y cuando se moja más pequeño aún: y con el susto en el cuerpo, casi microscópico. Porque para aquella pandilla, que acababa de descubrir el pudor, su mayor problema no era la regañina o pescozones maternos, sino el cachondeo popular a costa del tamaño del mundo. Uno trenzó un taparrabos de juncia (con qué ganas mestoy riendo al escribirlo ahora, coño, de verdad, ¡nmjaajajaja, ay!), pero no tenía güevos a sujetárselo; otro propuso esperar a la noche para regresar al pueblo revestidos por la oscuridad; y un tercero sugería esperar a ver si aparecía algún otro niño para que, engatusándolo, nos trajese algo de ropa. No hubo lugar a ninguna destas estrategias: cuando hilábamos soluciones aparecieron las acaloradas madres, o una representación dellas, con la ropa de todos. La mía, con su sempiterna alpargata marrón del hábito de San Antonio, me puso el culo como un tomate.
Muchos años después, con el mismo recato y con más vergüenza que miedo, a base de dinero y clases como las del carné de conducir, algunos aprendimos a nadar en las piscinas municipales de las grandes ciudades: yo nado a todos los estilos, pero -hablando de tamaños- el mundo sigue siendo mu pequeño.

¡NMJAAAJAJAJAJA!, me desternillo de risa solo, jjjjjj, jaja, ay coño).
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Leganés pues de lo que tu piensa de los que los años sesenta casi ningún niños no sabia nadar pues yo me recuerdo que algunos niños si que sabia nadar y la alberca que era el objetivo era traversa la la alberca. Yo me recuerdo de los nombres, el chivo, Ramón cuerpotuno también Pincharrata, Julian plaza, y Julian Tacones. y otros que no me recuerdo de sus nombres. También me recuerdo de fructuoso que vive en la calle peligro. Leganes cuando as mentado Antonio Pincharrata era un buen amigo de sus amigos tengo unos buenos recuerdo de el. Que buenos recuerdo los de la alberca.

Aunque la jodía página esta no pone el nombre, tú debes ser RRLGD, espero no confundirme. Malegro de verte por aquí, pues entre el huerto, el trajín de la independencia, Radio Andorra y toas esas mil y quinientas, hace tiempo que no saludas: me alegro de leerte, la verdad, como a todos los antiguos que se decidan a escribir.

Jejeje, Ramón “Cuerpotuno” era, es verdad, de los que más avanzaba, más por valiente y osado que por saber nadar: lo hacía como los perrillos, asomando la cabeza, y se impulsaba con los codos como remos (como bailando ye-ye), haciendo un gran esfuerzo también con los pies, a braza, que le dejaba baldao. De Antonio “Pincharrata”, D. E. P., tengo aquí escritas mis impresiones del niño generoso que conocí en la calle de la Parra, una impronta del joven audaz y solidario que me contaron que fue, un hombre que estuvo con los débiles y que pagó un gran precio por sus posiciones anárquicas contra el régimen del Difunto, y ya lo dije: fue el niño más audaz que he conocido en mi vida.

No sabía yo que mi amigo Julián Fernández Valsera “Plaza”, fuera nadador, jejeje. Con Julián Trejo, Pedro “Chivo” y mi admirado amigo “Fortu” (más inquieto que una pulga), la verdad, no moceé con ellos que son más “nuevos”; en definitiva, mantengo que por entonces casi nadie sabía nadar.

Pero lo importante de esta noche es que hayas pasado por aquí (creo que eres tú, RRLGD), para así darte un abrazo jabeño y decirte…, bona nit.