LA HABA: “Tú cómpratelo y no te preocupes de na”, animaba a...

“Tú cómpratelo y no te preocupes de na”, animaba a mi madre la Victoriana. Cesta de mimbre al cuadril -con una calorina que derretía- se presentaba de vez en cuando en mi casa ofreciendo un amplísimo muestrario de telas -de paño, algodón, hilo, tergal, algo de seda, poco de terciopelo, satén, pana, encajes, puntillas, cintas de raso y otras ofertas- que hacían las delicias de mis hermanas y amiguillas que, arremolinadas, se comían con la vista toda la oferta que por arte de ensueño transformaban en vestidos que sólo se pondrían en su imaginación. ¡Con qué poco eran felices!

Curiosamente, la Victoriana -a pesar de mostrarles el género-, lo que realmente les vendía era la financiación para comprar las telas. Así, una vez bien empapadas de todo lo que podían adquirir, aunque frenadas por la penuria económica, pedían una papeleta al portador que decía: “vale por…. tantas pesetas” que, una vez presentada en los Almacenes Pizarro u otros de Villanueva, les permitía retirar la mercancía elegida en casa (más bien en retales) que se transformaría posteriormente en ése ansiado vestido para paseos, guateques y matinés. La buena de la Victoriana, un banco andante, cobraría luego religiosamente sus cuotas mensuales: sin darse cuenta, había inventado el microcrédito.

Y aluego llegaba lo más interesante: entraba en juego la modista. En La Haba yo recuerdo a algunas dellas: la Leocadia “de Alonsillo” (solía coser casi toda la ropa de los guardias civiles y municipales); la Ramona “de la Gumersinda” (ropa pa los curas y de los hombres de a pie); tía Manuela “la del Divino” (estuvo cosiendo casi hasta los cien años); una chica de la calle Alta, con muy buenas manos, mu lista, nieta de tía Antonia “la Flamenca”, ¿la Casi?, y alguna otra cuyo nombre la memoria seguro que mestará negando. Pero la modista jabeña por excelencia era……., ¡LA ASCENSIÓN!, quien auxiliada por sus dos hijas (no lo recuerdo bien), era una profesional con mucha imaginación, mejor sentido del buen gusto y más lista quel hambre en esto del corte y la confección.

La Ascensión cogía un retal, lo escudriñaba, miraba a la muchacha y la espetaba: “Mira, jamía, con esto no tienes ni pa empezá”. Con ese guiño de duda, se afanaba en medir el largo, el contorno (pecho y espalda), largo de manga, largo de talle, y no sé como se las valía que –en un santiamén- pergeñaba un puzle que mi madre hilvanaba, probaba y cosía consumando el milagro: ¡mi hermana estrenaba vestido! Y claro, con eso de aprovechar tanto retal, resultaban unas creaciones realmente exclusivas fruto de la necesidad más que de la moda: se había inventado el “desigual”.

Y todo ello lo recuerdo, mirando de reojo, leyendo un tebeo del “Capitán Trueno” o “El Coyote”, oyendo la espléndida voz de mi queridísima madre (que hoy por cierto permanece constante en mi memoria) quien, en medio de toda aquella algarabía femenina, me ordenaba: “Tú, tráeme ahora mismito tu chaqueta de berbetón, que te dé la vuelta al cuello: questá esgalazaíto”.

Mu buenas noches a to el jabeñerío femenino,