Comenzando por el final de tu intervención, me interesa sobremanera el crimen al que haces referencia que es el segundo que nombramos en el Foro de los tres que se cometieron en La Haba en un periodo relativamente corto.
1) Sobre el asesinato de Tía Casimira tengo terminado un relato borrador. He escuchado aproximadamente a treinta personas del pueblo, alguno testigo de las vivencias de aquella noche de mayo de 1.948, en su momento ya hablé (antes de fallecer) con el único testigo presencial -vecino de enfrente del forero Catalán- y me he provisto del acta legal de defunción de Casimira que, la verdad, no tiene desperdicio. He configurado un relato, novelado, que no desfigura la realidad pero que está enfocado al consumo lector de mis allegados más comprensivos; y no está en el Foro por dos razones: una, porque observé cierta reticencia comprensible en algunos de vosotros, y dos, que –aunque es un relato corto- habría que publicarlo en siete días. Y podría entenderse como una petulancia por mi parte, aunque, puedes creerme, lo hago simplemente por la querencia enfermiza que tengo al entretenimiento a través del cuento.
2) Ahora, tú siempre “provocándome”, pones sobre el tapete un asesinato –este con un móvil tan claro como lo es la codicia y la carne ajena- que, definitivamente, me va a poner en marcha. Mira, Victoria, en 1974 tuve una conversación en Madrid con una señora que entonces tenía 84 años con memoria privilegiada que me confesó que, a instancias de don Julio –que la apalabró como ama de cría- dio “de mamar a su hijo Fernando, porque a su madre no le subía la leche”, es literal. Me hizo un dibujo, que mantengo en mi memoria, de cómo en un dramático paripé del asesino la trajo al pueblo en un carro –ya “ahogada”- confiando en que el médico don José Ponce, a la sazón su cuñado, le facilitara un certificado de defunción por simple ahogamiento accidental: pinchó en hueso. El galeno vio tan claro las evidencias del asesinato (me han sobrecogido los versos de tu romance), que le reprochó a don Julio su crueldad: “Tiene astillas de caña clavadas entre la carne y sus uñas, eres un monstruo”, dicen que le dijo. Don Julio se casó con la fea por dinero, y la mató para –con su dinero- entregarse a la lozanía y voluptuosidad que le ofrecía “el Ama”, que así se llamó su amante ¿no? Hubo juicio, condena y cárcel, pero los ricos permanecen poco tiempo en la sombra. Este crimen hay que tratarlo con más cuidado, si cabe, que el primero por razones de sensibilidad “inter vivos”, pero valdría la pena adentrarse en él porque en su monstruosa escenificación afloran muchas de las miserias y de los anhelos propios de la condición humana y, sobre todo, de la Extremadura negra y profunda.
3) Menos conocido es un crimen cometido en la calle Calvario también en los años cuarenta que, con todo lujo de detalles, está relatado en un documento cuasi oficial que merece toda la credibilidad, yo lo he tenido en mis manos y lo he leído, y nada añadiré más sin el consentimiento de su depositario.
Termino; es compatible en el tiempo, Victoria, la variedad de amigos que tú citas –los hijos del veterinario- y los que yo te relacioné el otro día: esa fauna variopinta a la que te refieres, era un poco el dibujo de la personalidad de Sebastián. Este era capaz de estar rodeado de la alta sociedad extremeña en una fiesta nocturna con los Pueyo, y luego terminar en el “Canario” en toreos de salón con “El Litri” (que Dios me perdone), Manuel “Panfarrán”, Pedro “Sardina”, Pepe “el cardiólogo” sobrino de don Fernando, Tomas Díaz Carmona y algún otro, casi indigente, como yo mismo. (Buenas noches a todos)
1) Sobre el asesinato de Tía Casimira tengo terminado un relato borrador. He escuchado aproximadamente a treinta personas del pueblo, alguno testigo de las vivencias de aquella noche de mayo de 1.948, en su momento ya hablé (antes de fallecer) con el único testigo presencial -vecino de enfrente del forero Catalán- y me he provisto del acta legal de defunción de Casimira que, la verdad, no tiene desperdicio. He configurado un relato, novelado, que no desfigura la realidad pero que está enfocado al consumo lector de mis allegados más comprensivos; y no está en el Foro por dos razones: una, porque observé cierta reticencia comprensible en algunos de vosotros, y dos, que –aunque es un relato corto- habría que publicarlo en siete días. Y podría entenderse como una petulancia por mi parte, aunque, puedes creerme, lo hago simplemente por la querencia enfermiza que tengo al entretenimiento a través del cuento.
2) Ahora, tú siempre “provocándome”, pones sobre el tapete un asesinato –este con un móvil tan claro como lo es la codicia y la carne ajena- que, definitivamente, me va a poner en marcha. Mira, Victoria, en 1974 tuve una conversación en Madrid con una señora que entonces tenía 84 años con memoria privilegiada que me confesó que, a instancias de don Julio –que la apalabró como ama de cría- dio “de mamar a su hijo Fernando, porque a su madre no le subía la leche”, es literal. Me hizo un dibujo, que mantengo en mi memoria, de cómo en un dramático paripé del asesino la trajo al pueblo en un carro –ya “ahogada”- confiando en que el médico don José Ponce, a la sazón su cuñado, le facilitara un certificado de defunción por simple ahogamiento accidental: pinchó en hueso. El galeno vio tan claro las evidencias del asesinato (me han sobrecogido los versos de tu romance), que le reprochó a don Julio su crueldad: “Tiene astillas de caña clavadas entre la carne y sus uñas, eres un monstruo”, dicen que le dijo. Don Julio se casó con la fea por dinero, y la mató para –con su dinero- entregarse a la lozanía y voluptuosidad que le ofrecía “el Ama”, que así se llamó su amante ¿no? Hubo juicio, condena y cárcel, pero los ricos permanecen poco tiempo en la sombra. Este crimen hay que tratarlo con más cuidado, si cabe, que el primero por razones de sensibilidad “inter vivos”, pero valdría la pena adentrarse en él porque en su monstruosa escenificación afloran muchas de las miserias y de los anhelos propios de la condición humana y, sobre todo, de la Extremadura negra y profunda.
3) Menos conocido es un crimen cometido en la calle Calvario también en los años cuarenta que, con todo lujo de detalles, está relatado en un documento cuasi oficial que merece toda la credibilidad, yo lo he tenido en mis manos y lo he leído, y nada añadiré más sin el consentimiento de su depositario.
Termino; es compatible en el tiempo, Victoria, la variedad de amigos que tú citas –los hijos del veterinario- y los que yo te relacioné el otro día: esa fauna variopinta a la que te refieres, era un poco el dibujo de la personalidad de Sebastián. Este era capaz de estar rodeado de la alta sociedad extremeña en una fiesta nocturna con los Pueyo, y luego terminar en el “Canario” en toreos de salón con “El Litri” (que Dios me perdone), Manuel “Panfarrán”, Pedro “Sardina”, Pepe “el cardiólogo” sobrino de don Fernando, Tomas Díaz Carmona y algún otro, casi indigente, como yo mismo. (Buenas noches a todos)