En La Haba nunca hubo artesanos del barro, los alfareros los proveía Magacela. De allí venía Cirilo, ¿os acordáis), con su burra cana, aparejada con una gran aguadera de cuatro jaques y cascabeles en toda la jáquima; y, como en un escaparate móvil, mostraba vasijas de todo tipo: cántaros, cantarillas, botijos de labrador, barriles domésticos, macetas y alguna tinajilla de muestra.
Qué agua más fresquita hacía el barril en las noches de verano, con su gorrito de ganchillo en la boca y un palillo en el pitorro, adornaba la casa y quitaba la sed de los paisanos por el mismo precio. Por un principio termodinámico que no viene al caso, el barrilillo fabricaba, o mantenía, el agua fresca sin más coste que traerla de la popi.
Luego estaba el botijo del campo, más achatado y redondo que el barril, tenía una sola boca que se tapaba con un corcho y era indispensable para trabajar en el campo. Cuando se desaparejaba a las bestias, debajo de todo el jato se ponía el botijo. No puedo olvidar cómo de bien, a gloria, sabía aquel tocino con veta, cortado a navaja encima del pan hecho en horno de jara, pueden dar por culo al bacón y la cocacola: claro, es pasar del Manolo al Jonatan.
La cantarilla, de menor volumen que el cántaro creo que tenía un solo asa, la llevaban las mozas al cuadril, y no me digáis por qué, jabeños: ¡qué guapas estaban las jabeñas así! (Modérate moreno que luego pasa lo que pasa). Qué estilizadas cuando se paraban a hablar con la cantarilla cogida: la figura inclinada, se pronunciaban sus caderas, más turgentes sus propios cántaros, el peso estilizaba sus pantorrillas (moreno que te pierdes) y les daba un gracejo al gesticular con el único brazo libre que daba gusto observarlas.
Y la Tinaja. Vasija seria, subida en su tarima, amiga de oscuridades y rincones, obesa de nacimiento, fresca, de labios gruesos, vertedero de cántaros, fuente para barriles y botijos, una tinaja también era una popi sin grifos.
Entre la popi y el frigorífico dieron al traste con búcaros, cántaros y tinajas. Y quedaron vivas las macetas de precioso barro rojo, esas que con frondosas pilistras, aureolas y helechos enseñábamos a Ntra. Sra. de la Antigua a su pasar, y que luego las sustituyó el horroroso plástico. Hoy Cirilo, sería un parado.
Hasta luego,
Qué agua más fresquita hacía el barril en las noches de verano, con su gorrito de ganchillo en la boca y un palillo en el pitorro, adornaba la casa y quitaba la sed de los paisanos por el mismo precio. Por un principio termodinámico que no viene al caso, el barrilillo fabricaba, o mantenía, el agua fresca sin más coste que traerla de la popi.
Luego estaba el botijo del campo, más achatado y redondo que el barril, tenía una sola boca que se tapaba con un corcho y era indispensable para trabajar en el campo. Cuando se desaparejaba a las bestias, debajo de todo el jato se ponía el botijo. No puedo olvidar cómo de bien, a gloria, sabía aquel tocino con veta, cortado a navaja encima del pan hecho en horno de jara, pueden dar por culo al bacón y la cocacola: claro, es pasar del Manolo al Jonatan.
La cantarilla, de menor volumen que el cántaro creo que tenía un solo asa, la llevaban las mozas al cuadril, y no me digáis por qué, jabeños: ¡qué guapas estaban las jabeñas así! (Modérate moreno que luego pasa lo que pasa). Qué estilizadas cuando se paraban a hablar con la cantarilla cogida: la figura inclinada, se pronunciaban sus caderas, más turgentes sus propios cántaros, el peso estilizaba sus pantorrillas (moreno que te pierdes) y les daba un gracejo al gesticular con el único brazo libre que daba gusto observarlas.
Y la Tinaja. Vasija seria, subida en su tarima, amiga de oscuridades y rincones, obesa de nacimiento, fresca, de labios gruesos, vertedero de cántaros, fuente para barriles y botijos, una tinaja también era una popi sin grifos.
Entre la popi y el frigorífico dieron al traste con búcaros, cántaros y tinajas. Y quedaron vivas las macetas de precioso barro rojo, esas que con frondosas pilistras, aureolas y helechos enseñábamos a Ntra. Sra. de la Antigua a su pasar, y que luego las sustituyó el horroroso plástico. Hoy Cirilo, sería un parado.
Hasta luego,