La
Huerta de
Valencia
1/12/2008 | Nº 59
Un estudio de la Unión Europea, conocido como el informe Dobris, clasifica 30
paisajes en Europa. Uno de ellos se denomina con el término español Huerta, y corresponde a seis pequeños ámbitos situados en
Italia, Grecia y
España. Son los fragmentos más reducidos en extensión del total paisajístico y son
reflejo de una cultura mediterránea milenaria. En España hay dos, ambos seriamente amenazados, las
Huertas de Valencia y
Murcia.
La falta de rentabilidad agrícola y el apetito urbanístico pone su sobrevivencia futura en entredicho. La construcción de infraestructuras destruye suelo agrícola muy valioso –uno de los más fértiles de España, donde se obtienen hasta 3 cosechas al año–. El agricultor se encuentra entre el talón jugoso del promotor inmobiliario o el expolio miserable de la expropiación forzosa. Y en cualquier caso, se trata de una pérdida irreparable de un entorno singular.
L'Horta, la Huerta de Valencia es un
paisaje, una comarca, y un referente agrícola. Pero también supone un importante referente cultural e histórico: el valor centenario de la
arquitectura y la ingeniería rural de alquerías,
molinos, acequias, azudes,
ermitas; su protagonismo como paisaje en la literatura, en la pintura, en el
cine… La inmensa mayoría de los valencianos así lo aprecian, y reclaman a sus dirigentes desde hace años una intervención decidida.
Paisaje artificial milenario
La Huerta es un espacio agrícola moldeado por el hombre, un paisaje cultural vivo, cuyo inicio se remonta con toda probabilidad a la época
romana. Mas tarde, en época islámica se construyó la red de acequias que todavía subsiste. Por ello, la Huerta es también un patrimonio histórico de un extraordinario valor testimonial. Su singularidad escénica es única. Su pervivencia futura incierta. La construcción urbana y de infraestructuras supone el sellado de un suelo feraz e irrepetible, y además, también implica la destrucción de una obra
monumental, colectiva y milenaria del hombre rústico. El arrasamiento de un patrimonio cultural de la humanidad.
El crecimiento de la ciudad y de los
pueblos de su cinturón está creando un continuo conurbanizado. La voracidad del ladrillo en los últimos diez años ha sido implacable. Una hanegada de huerta cuyo valor estaba en 3 o 4 millones de pesetas en 1998 ha llegado a pagarse por 200.000 € con las recalificaciones conseguidas a golpe de talonario. Consecuentemente, hay muchos agricultores ansiosos por “deixar-se de plantar sebes… ¡i plantar atobons!” (dejar de plantar cebollas y plantar ladrillos). La codicia del dinero rápido y fácil está acuciando la agonía de los
campos. Y Valencia está a punto de perder una de sus señas de identidad más relevantes.
La Huerta se extiende desde la localidad de Puçol hasta las riberas de la Albufera, abarca una superficie de unas 23.000 hectáreas, integrando a 40 municipios. Seis de esos municipios (Albal,
Benetússer, Emperador, Lloc Nou de la Corona, Rafelbunyol, y
Tavernes Blanques) ya no tienen suelo agrícola. Son puro asfalto. A ello hay que unir la construcción de infraestructuras, entre las que destacan particularmente las sucesivas ampliaciones del
puerto que han hecho desaparecer las
playas Benimar y
Pinedo, asfixiado el
barrio de
Nazaret y engullido las
casas y huertas de La Punta. La construcción de la
vía del AVE y los corredores comarcales de doble calzada producen barreras infranqueables y fraccionan los accesos a los campos y los trazados de las acequias. La falta de sensibilidad, la incuria de las Administraciones Públicas valencianas ha sido flagrante.