¡Oh, Amor!... Para invocarte
unjo de aromas finos mi piel ruda,
mírome en tu agua, aparte...
Para ablandar tu reja
pido al hambre su súplica más muda:
a la torcaz, su queja...
Y si me das oído
y me entrega su miel tu labio
joven,
en tu más hondo
nido
vuelo a asilar mi aurora,
para que las alondras no me roben
la eternidad de tu hora!...
Mas, ¡ay! cuán poco dura...
Murciélago me ve la tarde triste,
candil, la
noche obscura.