El espejo de mano,
del indolente vidrio del tocador,
arranca
los perfiles de aquel que sólo busca
sorprender a su antigua vanidad.
Así yo lo traiciono,
porque mis propios ojos
no pueden reprocharse, frente a frente,
lo inútil de seguir con ese juego,
como el adivinar los contrafuertes
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El humo de las voces del
salón
fue adquiriendo mis rasgos, con mi fuga.
Yo lo olí desde lejos,
como el que sabe que posee el fuego,
la dirección del viento, y su desnudo.
Masticaban mi máscara de cera,
mi postura estudiada, y aun los cuerpos
espontáneos que había criticado.
Sin embargo, era un precio
muy barato el que tuve que abonar
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