A partir del siglo II,
Cartagena asistió a su progresivo deterioro urbano, preludio del estado de decadencia en que se sumirá la ciudad a lo largo del siglo III. La población se concentra ahora en la mitad occidental de la ciudad, en detrimento de la mitad oriental que queda prácticamente despoblada. El repliegue urbano de esta época responde a una situación de crisis en la minería, al abandono de las guarniciones
militares tras la paz augustea y el peligro acuciante de las incursiones de tribus africanas que atemorizaban a la población. Las importantes construcciones del Alto Imperio terminaron por ser abandonadas.