TIANA: A través de la facundia simplona de su hermano, comprendió...

A través de la facundia simplona de su hermano, comprendió que su madre, había estado a punto de morir. La alegría del nuevo y aventajado empleo de maquinista se le fue transformando en un rictus de contrariedad. Y la contrariedad en atrición. Manolo siempre había presumido de querer a su pobrecita madre más que a sus hijos y mucho más que a su mujer. Pero ahora que se anunciaba el momento de borrar aquel tan querido ser de la lista de los vivos, algún remordimiento le pellizcó con rabia el corazón. Se le empañaron las gafas. Se las quitó y limpió con el pico de la camisa más que dudosamente limpia, con lo que sólo consiguió emborronar los cristales. El señor Manolo no llora, se le han enrojecido los ojos, se le ha enturbiado la vista...
Pero de esa manera llora el señor Manuel. Porque sabe que aquel “Soplo” le repetiría tarde o temprano. Y que su madre morirá. Por eso y por la edad: Es ominoso. Y aunque no se da cuenta, qué esta pensando, se le pasan por la mente todas las cosas que no ha hecho como debiera con su madre. Aunque no pueda recortar los recuerdo con margen blancas de fotos, está, como todos los hombres en momentos así, sólo le vienen los malos recuerdos, los detalles que no tuvo con ella: Las cartas, breves, escasas, los besos de refilón, los “La quiero Madre” que tanto ansiaba ahora decirle. Y otro pellizco, le decía:
“Bien hubieras podido pararte en tus visitas entre dos puertas, a escuchar el babilleo de tu viejecita, tan obsesionada por la salud de sus hijos, siempre rezando para que no les ocurra nada malo, siempre pensando que si ella estaba presente nada les podría pasar. Que no vivía, sino para mantener sus propias vidas”
De pronto mira a Fermina. Con gesto de niño perdido:

¬Mi madre se me muere. Mi pobre viejita que no le hace daño a nadie...
Fermina se le acerca compungida intentado consolarle:
¬ ¿Pero qué dice tu hermano en esa dichosa carta? – le pregunta: Luego se olvida que “No ha abierto la carta” y añade: Pero, pero tu hermano dice que ya se le pasó. Que le dio un aire, pero que aparte la boca un poco torcida...
¬Sí pero esta carta trae feche del 10 de octubre y estamos a 26. Hace más de 15 días, y ¿Quién sabe desde entonces lo que ha podido pasar? ¿Y como puedo saber desde entonces cómo está mi madre? Y ¿Cómo voy a hacer para ir a verla? Precisamente ahora.
Como no seguía con la frase, intrigada, Fermina le preguntó:
¬ ¿Por qué precisamente? Esas cosas no se pueden prever.
¬ Precisamente ahora, que me ha salido un trabajo fijo.

II. – Los catequistas de Acción Católica.
La segunda vez que justo se acerca al grupo escolar Luis Antúnez, se lleva una libretita, en donde ha empezado a apuntar las cosas que cree importantes, que le suceden.
¬ ¿Y me quieres hacer creer que esto lo has escrito tú? Le pregunta con tono de absoluta incredulidad, el catequista a quién se lo muestra.
¬-Sí señor. Y la poesía también.
El catequista sonríe, releyendo la poesía.
¬ Bien, para ser una primera vez... ¿Quién te ha enseñado a hacer, asociar las palabras?
¬- ¿Quiere decir usted, eso de tenía con venía y cantó con calló?
¬ Sí, eso...
¬ Mi madre escribía villancicos para que los canten los vecinos por Semana Santa en el pueblo y yo me he fijado cómo lo hace...
¬-Bueno; pues ahora, cuentas las sílabas tónicas... Y... No me hagas caso. Sólo te voy a decir que cada línea de la poesía que hagas, tiene que ser igual de larga que la siguiente: Ejemplo: “Qué descansada vida,
La del que huyendo del mundanal ruido...
Espera muchacho: Ese ejemplo no vale. Pero la música sí ¿Escucha? Qué des-can-sa-da vi-da... ¿Lo captas?
¬-Euuuh. Pero eso de que sean iguales ¿Me lo explica?
¬-Espera que encuentre:
Rompió los negros nubarrones pardos,
La luz del sol que se ocultó en un cerro.
¡Ahora! lo ¿coges?
¬-Sí señor, eso está en un libro de Chamizo. Mi padre lo tiene. Nos lo lee a veces.
¬-Justamente. Es una poesía de chamizo. Pues mira: Lo que vas a hacer, es pedirle ese libro a tu padre, y vas copiando. ¡Cuidado! No las poesías; eso no lo copies, copias la música que llevan dentro Tú metes tu idea, con tu manera de hablar y copias la música, el tono, las largas y las breves…Ya sé, no entiendes, pero tú lo vas recitando, como si fuera una marcha militar…eu…A ver si lo entiendes. El domingo que viene, me trae otra poesía y me la enseñas a mí. Los catequistas están formando un grupo de avanzados catecúmenos. Con libros que se han traído de la ciudad, abren una biblioteca de la cual, nombran bibliotecario a Justo, y conservador a Llordi del Puerto Franco. De momento, Justo recepciona los libros: Tiene por misión catalogarlos y entregarlos después al conservador, que los prestará a quién se los pida. Escoge para leer él, “Los piratas del Mar Caribe”
III. - A Fermina le sonaron las campanillas cuando escuchó la palabra “fijo” Pero no era el mejor momento para pedir explicaciones. Estaban tratando el muy serio tema de la probable muerte de la Abuela Carlota, y el momento propicio para indagar aquella prebenda pasó, sin que Fermina pudiera retener el mínimo cabo. Despacito se arrimó a su marido y con sentimiento le dijo:
¬Es verdad: ¡Qué pena, Manolo! Ahora que venías con esa buena noticia, con ese empleo fijo... Y te viene esa carta. Pero tu hermano dice que ya está bien ¿No? Quiero decir que tu madre no está para morirse mañana ni pasado.
¬Y ¿Tú qué sabes? El caso es que yo tendría que estar con la pobrecita de mi madre, a su lado. Y mira dónde estoy. – Con grandes gesticulaciones señalaba el techo – Y mira de lo que estoy tratando: De un puesto de trabajo. Mi madre se me muere, y yo estoy tratando de razonarme de que no puedo ir porque tengo un puesto de trabajo fijo. – Con un brazo extendido hacia el sur este, y un dedo acusador seguía recriminando – ¡Y a más de mil kilómetros de lo único que ahora mismo me importa!
¬ ¡Oooy, Manolo! ¿Sólo tu madre te importa? Nosotros no somos nada. ¿Tus hijos no cuentan para ti? A mí me da lo mismo. Ya sé que quieres más a tu madre. Me lo has refregado muchas veces.
¬No quise decir tanto. No sabría que dedo cortarme que menos me doliera como tú dices; Pero mi madre ahora se me va a morir...
Manolo, desamparado, se hunde en su pena sin atreverse a apoyarse en aquel hombro que su mujer le ofrece y a la que sin querer ha ofendido. Corcovado, con los brazos colgando, se fue para el cuartucho y sin más se metió en la cama.
Un ángel atravesó la estancia (Quizá fue una mosca que muchas había) Los protagonistas de este evento, se quedaron en las posturas que tenían al abrir Manolo la carta. Marinita estaba en la mejor película que había visto ese año. La conversación, el drama inminente de esa muerte anunciada, la salida teatral de su padre, la ironía de saber que su madre sabía lo que decía la carta y lo bien que lo disimuló. Todo le gustaba. Las peripecias de la familia Trap – como su padre los llamaba – eran apasionantes. Marina-luz ponía cara de pena cuando pensaba que había que ponerla. Y se mofaba de cualquier incidente sin ningún respeto.


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