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SAN MIGUEL DE LA RIBERA: Un cantero del siglo XXI...

Un cantero del siglo XXI
Máximo Galindo, un constructor jubilado de San Miguel de la Ribera, reproduce en piedra con toda precisión la Catedral, San Pedro de la Nave y la Colegiata
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San Pedro de la Nave, construida en diez piezas de piedra arenisca. Foto I. G.
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I. G. Primero fue la Catedral, después San Pedro de la Nave y ahora La Colegiata. Tres monumentos emblemáticos de Zamora encuentran su réplica en un pequeño rincón de San Miguel de la Ribera. Allí está el taller donde Máximo Galindo Álvarez pasa interminables horas moldeando la piedra. En soledad, con precisión y paciencia, este artista autodidacta de 73 años ha creado a lo largo de los últimos diez un pequeño museo del arte y la historia de Zamora. Todo un tesoro para quien lo descubre.

Después de una vida dedicada a la construcción y tras hacer desde bien pequeño algunos pinitos con la madera, Maxi encontró en la jubilación todo el tiempo del mundo para dedicarse a lo que le ha revelado como un gran maestro: la piedra. Empezó por lo fácil, una estela romana de las que abundan en Sayago, la tierra de su mujer. Cosas pequeñas, sencillas. Luego la ermita del humilladero de su pueblo, la Aldea del Palo. Aquello iba tomando forma. Después los rosetones románicos, el puente y la fuente de Almeida.

El artista se veía con fuerza y posibilidades de embarcarse en algo más desafiante. Ahí estaba la Catedral de Zamora. Y Maxi empezó a observar detalles, a hacer múltiples fotografías, trazar planos, a medir, documentarse -«me ayudó mucho el libro de Guadalupe Ramos de Castro»-, hasta un plano de cubierta para escudriñar en las alturas. «Primero empiezo con un plano de planta para dividir las piezas». El escultor trabaja con bloques de piedra arenisca de las canteras de Villamayor que sean manejables. «La piedra no vale toda, hay que buscar una que tenga grano fino para poder trabajar con los metales». Hecha la división de los bloques procede a hacer los planos de alzado y de cubierta. «La preparación te lleva casi más tiempo que tallar» confiesa.

Precisión y detalle; así se explica la perfección con la que reproduce a pequeña escala los monumentos. Un libro en piedra al lado de cada uno de ellos revela los datos más elementales de la obra. Así como los antiguos canteros marcaban cada piedra, Maxi Galindo inmortaliza su trabajo en dos hojas pétreas. Sabemos así, de su puño y letra, que en la Catedral invirtió 3.020 horas, entre el 3 de julio de 1999 y el 10 de mayo de 2002, que pesa 430 kilos y que su construcción se divide en ocho piezas: ábside, crucero norte-sur, crucero central, torre del Salvador, claustro, atrio con sus rejas, capilla del Cardenal y cúpula cimborrio.

El mismo rigor que el escultor aplica en sus trabajos. «Tengo que ir a ver el monumento muchas muchas veces». Creíble cuando se observa el detalle de columnas, torres, pináculos, portadas, ventanas, cúpulas, remates, los ejes al milímetro para lograr la simetría... También hay contratiempos. En medio de la construcción se le rompió la torre de la Seo y vuelta a empezar. ¿Lo más complicado?. «El cimborrio por la cantidad de detalles que tiene», precisa.

Superado el gran reto del templo más importante de la capital, el artista asumió el siguiente. Y puso sus miras en la iglesia visigótica de San Pedro de la Nave. La misma preparación, múltiples viajes a El Campillo, donde se asienta la joya que Maxi Galindo ha reproducido tal cual, esta vez a escala de 1:20. El resultado es un minitemplo levantado en diez piezas con 515 horas de trabajo a sus espaldas. Un trabajo en soledad; «si hay alguien te despistas porque siempre hay que tener las medidas en la cabeza». Cuando este singular artista se mete en la obra olvida el tiempo. Tallar es un ejercicio de paciencia. «Hay días que estás dos horas, otros cuatro, otros ni te pones porque no hay inspiración. Unas veces se avanza más y otras menos, como se te cruce el día...». Pocos secretos más tiene este oficio; maestría toda. Máximo incluso construye sus propias herramientas. Algunos detalles requieren tal minuciosidad que ha de preparar una punta finísima para tallar cada pieza. Es el caso de la portada de La Magdalena que el artista ha cincelado al detalle. O los famosos capiteles de San Pedro de la Nave: Daniel en el foso de los leones y el sacrificio de Isaac.

El escultor de San Miguel de la Ribera tiene ahora en sus manos La Colegiata de Toro. Es la tercera gran obra, otro de los templos emblemáticos que comenzó por la torre, a continuación la nave central, los laterales, las portadas. Todo con sus ventanas, rosetones, los ábsides, las pequeñas esculturas de capiteles y arquivoltas. «Este templo me inspiró porque es uno de los más visitados, lo mismo que la Catedral y San Pedro de la Nave».

Un nuevo monumento para el singular museo que, pieza a pieza, va creando este maestro de la piedra y que se completa con relieves, herramientas primitivas, escudos, libros, elementos arquitectónicos, chozos.

Cuenta el profesor Herminio Ramos que cuando entró en la sala y vio por primera vez la reproducción de la Catedral «me quedé bobo, sin palabras». El anterior obispo reclamó un espacio de privilegio para la réplica de la Catedral en el primer templo de Zamora. Imposible quedar indiferente. Como tantas personas que han pasado por este singular rincón del arte, creado con las manos de un autodidacta. «Yo he sido mi propia escuela» dice.

Y sin hacer ruido. Ocurre que cuando uno contempla las obras le cuenta al otro, y ese otro al otro. Es así como por el pequeño taller de Máximo han pasado cientos de personas, admiradas por las creaciones. Y así consta en el libro de visitas.