LOS SANTOS BARQUEROS
Esto esta relacionado con la Iglesia Visigotica de SAN PEDRO DE LA NAVE
Abre los ojos, lector;ábrelos con ansia, y no los cierres hasta que quede bien grabada en tu retina la imagen de esta iglesia de piedras doradas, que como una perla en la concha de unos montes, guardan avaramente los zamoranos.
Esta Iglesia de San Pedro de la Nave es como esas almas a las que aprecia Dios: por fuera humildes; por dentro santas. Así es ella tambien: por fuera Ermita pobre; por dentro Basílica majestuosa.
Un cuadrilongo dividido en tres naves. Unas columnas de jaspe monolítico que florecen en unos capiteles, muy siglo X, con toscas escenas bíblicas: el sacrificio de Abraham, Daniel en el lago de los leones. Un altar basilical en el extremo oriental de la nave del centro. Una balaustrada de airosos ajimeces. Los arcos apoyados en columnas cilindricas parecen de herradura, y hablan de la influencia del árabe en visigótico.
Y al extremo opuesto del altar el subterráneo que guardó los cuerpos de los Santos Barqueros.
Abre los ojos, lector, y abre los oídos, que no voy a descubrirte como arqueólogo el edificio, sino voy a contarte como poeta su historia, para que conozcas porqué los zamoranos guardan avaramente la Iglesia, como una perla escondida en la concha maravillosa de unos montes.
JULIAN
Julian era el más bizarro mancebo de aquella villa alistana. No era natural de ello. Ni siquiera español. No sé que vendabal había traido por aquellos montes a sus padres, y en el pueblo se hablaba de no sé qué drama familiar.
Pero Julian se familiarizó pronto con aquellas costumbres ancestrales. Bailaba en las romerías: cantaba al son de la gaita gallega bajo los árboles del bosque. Oía viejas consejas en las ahumadas cocinas, y se subia a los carros chirriantes que reventaban con los racimos del otoño.
Era un gran señor que se sentia agusto de aldeano.
Su obsesion era la caza. Con la ballesta en la mano, siguiendo al fiero jabalí por las montañas sentía que le hervía en las venas su vieja sangre señorial.
Un dia le sucedio una cosa tan extraña que el lector podría dudar de ella sino la atestiguaran autores tan probados.
Apenas puesto el pie en el monte se le puso delante un ciervo que al verlo volvió rapidamente la grupa y se perdió en la espesura. Julian monto a caballo y lo persiguio en una carrera loca saltando arbustos y galopando por sendas impracticables. Cuando más arreciaba la persecución y ya creia tenerle al alcance de su ballesta, el animal se paró de repente, alzo su armada cabeza, y mirando al joven altivamente, le dijo con voz clara estas palabras: Julian, no es extraño que quieras matarme a mí, pues llegara el dia en que mataras a tus propios padres.
El joven quedo petrificado, y el ciervo lentamente desaparecio.
Julian regresó a casa, baja la cabeza, y llevando de la mano la brida de su caballo.
Y desde aquel día hubo en sus ojos una inmensa tristeza, y un peso insoportable en su alma: Miraba a sus padres largamente, y luego por sus mejillas rodaba una lagrima perdida. En vano le esperaba el baile del bosque, pues el son de la gaita le sonaba a ruido fúnebre de campanas.
Su padre lo notó, y le preguntó con ansia:
¿QUE te pasa, hijo mio? El hijo no contesto, y luego preguntó bruscamente: Padre ¿pueden hablar los ciervos del monte?
Por permisión de Dios, hijo. Una vez hablaron a San Eustaquio y le pronosticaron las cosas futuras. El joven estalló en sollozos, y cubriendose el rostro con las manos se aparto de alli.
Al dia siguiente su determinacion estaba tomada. Se iría lejos, muy lejos de sus padres, y frustraría aquella profecía extraña. No volveria a verlos jamas. Este sacrificio, tan penoso, le libraria del horrendo pecado.
Al día siguiente tomó su caballo, y por caminos largos se dirigió a la Lusitania, sin volver la cabeza a la casa de sus padres que dormian descuidados.
Era el amanecer y había tormenta en el cielo y en su espíritu.
Esto esta relacionado con la Iglesia Visigotica de SAN PEDRO DE LA NAVE
Abre los ojos, lector;ábrelos con ansia, y no los cierres hasta que quede bien grabada en tu retina la imagen de esta iglesia de piedras doradas, que como una perla en la concha de unos montes, guardan avaramente los zamoranos.
Esta Iglesia de San Pedro de la Nave es como esas almas a las que aprecia Dios: por fuera humildes; por dentro santas. Así es ella tambien: por fuera Ermita pobre; por dentro Basílica majestuosa.
Un cuadrilongo dividido en tres naves. Unas columnas de jaspe monolítico que florecen en unos capiteles, muy siglo X, con toscas escenas bíblicas: el sacrificio de Abraham, Daniel en el lago de los leones. Un altar basilical en el extremo oriental de la nave del centro. Una balaustrada de airosos ajimeces. Los arcos apoyados en columnas cilindricas parecen de herradura, y hablan de la influencia del árabe en visigótico.
Y al extremo opuesto del altar el subterráneo que guardó los cuerpos de los Santos Barqueros.
Abre los ojos, lector, y abre los oídos, que no voy a descubrirte como arqueólogo el edificio, sino voy a contarte como poeta su historia, para que conozcas porqué los zamoranos guardan avaramente la Iglesia, como una perla escondida en la concha maravillosa de unos montes.
JULIAN
Julian era el más bizarro mancebo de aquella villa alistana. No era natural de ello. Ni siquiera español. No sé que vendabal había traido por aquellos montes a sus padres, y en el pueblo se hablaba de no sé qué drama familiar.
Pero Julian se familiarizó pronto con aquellas costumbres ancestrales. Bailaba en las romerías: cantaba al son de la gaita gallega bajo los árboles del bosque. Oía viejas consejas en las ahumadas cocinas, y se subia a los carros chirriantes que reventaban con los racimos del otoño.
Era un gran señor que se sentia agusto de aldeano.
Su obsesion era la caza. Con la ballesta en la mano, siguiendo al fiero jabalí por las montañas sentía que le hervía en las venas su vieja sangre señorial.
Un dia le sucedio una cosa tan extraña que el lector podría dudar de ella sino la atestiguaran autores tan probados.
Apenas puesto el pie en el monte se le puso delante un ciervo que al verlo volvió rapidamente la grupa y se perdió en la espesura. Julian monto a caballo y lo persiguio en una carrera loca saltando arbustos y galopando por sendas impracticables. Cuando más arreciaba la persecución y ya creia tenerle al alcance de su ballesta, el animal se paró de repente, alzo su armada cabeza, y mirando al joven altivamente, le dijo con voz clara estas palabras: Julian, no es extraño que quieras matarme a mí, pues llegara el dia en que mataras a tus propios padres.
El joven quedo petrificado, y el ciervo lentamente desaparecio.
Julian regresó a casa, baja la cabeza, y llevando de la mano la brida de su caballo.
Y desde aquel día hubo en sus ojos una inmensa tristeza, y un peso insoportable en su alma: Miraba a sus padres largamente, y luego por sus mejillas rodaba una lagrima perdida. En vano le esperaba el baile del bosque, pues el son de la gaita le sonaba a ruido fúnebre de campanas.
Su padre lo notó, y le preguntó con ansia:
¿QUE te pasa, hijo mio? El hijo no contesto, y luego preguntó bruscamente: Padre ¿pueden hablar los ciervos del monte?
Por permisión de Dios, hijo. Una vez hablaron a San Eustaquio y le pronosticaron las cosas futuras. El joven estalló en sollozos, y cubriendose el rostro con las manos se aparto de alli.
Al dia siguiente su determinacion estaba tomada. Se iría lejos, muy lejos de sus padres, y frustraría aquella profecía extraña. No volveria a verlos jamas. Este sacrificio, tan penoso, le libraria del horrendo pecado.
Al día siguiente tomó su caballo, y por caminos largos se dirigió a la Lusitania, sin volver la cabeza a la casa de sus padres que dormian descuidados.
Era el amanecer y había tormenta en el cielo y en su espíritu.