PUEBLICA DE VALVERDE: EN MEMORIA Y RECUERDO DEL P. ISIDRO MARTIN VARA...

EN MEMORIA Y RECUERDO DEL P. ISIDRO MARTIN VARA
Con todo mi cariño y afecto.

En alguno de mis artículos publicados en el Foro, he hecho mención muy brevemente al Padre ISIDRO. Hoy, a través de su sobrina Inés, ha llegado a mí poder un artículo relacionado con la vida religiosa de este fraile, para mí muy apreciado y querido, que siempre me impactó por su buen talante y expresividad, en todos los sentidos de la vida que nos tocó vivir aquellos años difíciles de la posguerra civil.

No voy ha hacer aquí una pormenorización de su vida religiosa, ensalzando sus numerosas virtudes, pues esto ya consta en el artículo que uno de sus hermanos religiosos enviara en su día a la familia, tras su fallecimiento; no obstante sí quiero reseñar alguno de sus más importantes datos, toda vez que era nacido en nuestro Pueblica de Valverde.

El P. ISIDRO MARTIN VARA, nació en Pueblica de Valverde (Zamora) el día 28 de Junio de 1906, hijo de Francisco y Celestina, quienes le inculcaron sus valores cristianos, de tal manera que a sus 13 años ingresa en el colegio de los PP. agustinos en Valencia de don Juan (León).
El 9 de septiembre de 1921, tomó el hábito en Valladolid y al año siguiente, recibe su Profesión de Votos Temporales.
El 15 de octubre de 1927 hizo los Votos Solemnes. En abril de 1929 recibió las Ordenes Menores y el 25 de julio de 1930, a sus 24 años, fue promovido al Orden Sagrado del Presbiterado por el titular de la Diócesis de Osma (Soria), Mons. Miguel de los Santos.
Una vez terminada su formación personal y religiosa, su vida transcurre dedicada a la formación y enseñanza de los nuevos alumnos y hermanos de la Orden, pasando por distintos colegios en Asturias, Burgos, Palencia, Soria, Albacete y Madrid. Ocupa los cargos de Prior, Director, y de 1963 a 1966, Superior Provincial de la Orden.
Fue maestro de Profesos Interprovinciales de Filosofía y profesor de Sagrada Escritura e Historia Eclesiástica.
Hasta la década de los 50-60, fueron años difíciles. El los calificaba de “años de brega cruel”, de mucho trabajo, en los que las metas solo se conseguían a base de sacrificio y tenacidad a nivel comunitario y personal.
La tarea de educar -noble y delicada misión-, por motivos humanitarios y religiosos, sin apenas apoyo económico y compensaciones ambientales, ni estímulos pedagógico-sociales, se hacía muy difícil. Sólo reconocida por el pueblo llano, que captaba con exquisita sensibilidad el cuadro de valores humanos de los educadores, les compensaban y animaban a seguir en su tarea.
Este amable padre, en sus últimos años, enfermo y afectado del corazón, se dedica de manera casi exclusiva a impartir el perdón de Dios, mediante el sacramento de la Penitencia, pasando a un segundo plano su claridad de pensamiento, su energía y capacidad de trabajo, organización y movilidad, que tanto habían ayudado a sus discípulos y hermanos.
Siempre hizo gala de modestia y resignación, y en septiembre de l987, a ruegos de sus hermanos accedió a visitar a los médicos. Consecuencia de su enfermedad, en la madrugada del Sábado Santo del 2 de abril de 1988, sus hermanos de comunidad le encontraron descansando tranquilamente en la Paz eterna. Nunca se había quejado y se fue sin despedirse. Sus restos descansan en paz en el cementerio de la Almudena en Madrid.

Mis recuerdos de este fraile agustino, no pueden ser mejores, siempre le tuve mucho afecto y cariño.
Era muy amigo de mi padre, nacidos el mismo mes y año, Junio de 1906, por tanto compartieron inquietudes juveniles en su infancia y adolescencia que les quedaron grabadas para siempre.
Recuerdo muchas de sus tertulias, cuando se encontraban en las vacaciones, que el padre Isidro pasaba todos los años en el pueblo.
Su primer saludo casi siempre era: “ ¿Qué tal? para allá peras, para acá sopapos”, antes de abrazarse efusivamente. Siendo yo mayorcito, me explicarían un día el significado de la frase, que me tenía intrigado.
Resulta que siendo unos jovenzuelos, hicieron un viaje para recoger a sus padres que estaban segando en la comarca de Tierra de Campos, a donde casi todos los años solían ir para ganarse unas pesetas y salir adelante mejor durante el resto del año. Montados en su borrica, al pasar por las inmediaciones del Monasterio de Moreruela, cerca de la localidad de La Granja de Moreruela (Zamora), observaron que las peras de la huerta próxima al camino ya estaban maduras, y decidieron coger algunas para comérselas. El encargado de la huerta, les vio e intentó cogerlos, por lo que apresuradamente montaron en sus caballerías para evitar que les pillara. Las peras estaban muy ricas, además teniendo en cuenta el calor del verano, resultaba un manjar exquisito.
De regreso, tenían que volver por el mismo camino; ellos por supuesto nada habían dicho a sus padres, y cuando pasaban por el lado de la huerta, el encargado los reconoció y salio a contarles lo que había ocurrido con los chavales y las peras. Ignoro si les pidió o no alguna compensación económica, lo que si comentaban es que sus padres les afearon aquella acción y recibieron unos buenos sopapos.

Por aquel entonces, el primer castigo que se imponía eran unas bofetadas o tortazos, que sirvieran de escarmiento para no volver a cometer actos peores. Siempre hay excepciones, pero así se aprendía y se entendía lo que se debía hacer o no. Actualmente, esto de los tortazos no está bien visto, siendo incluso sancionable por las autoridades. Y digo yo: ni tanto ni tan poco. Una bofetada a tiempo, unida al amor y cariño entre padres e hijos, explicándoles el sentido de las cosas, puede ser hasta buena, en evitación de males mayores. Forma parte de su educación. Si se les deja hacer lo que quieren, -en mi opinión, acertada o no- de mayores, quizá ya no tenga remedio. A muchos hechos de actualidad me remito.

Recuerdo, cuando le veía por el pueblo dando sus paseos por el campo, cómo saludaba y conversaba con la gente que encontraba; sus charlas animadas, amables y campechanas ayudaban a relajar a las personas, y se aprovechaban para descansar un poco de aquellos pesados trabajos.
Los días de fiesta, cuando estaba en el pueblo, siempre decía la misa. y sus homilías eran tan bien recibidas, creo yo, que se notaba en la notable asistencia a la iglesia. Nos extasiaban sus comentarios, a veces en forma de chistes o chascarrillos, que nos hacia ver y entender mucho mejor la palabra de Dios.
Me consta que quería mucho a su pueblo y rogaba por él permanentemente.

Espero, Padre Isidro, que desde el cielo, donde ahora has de estar, te hayas reencontrado con tu amigo (mi padre), y hayáis podido abrazaros con vuestro saludo favorito: “ ¿Qué tal?, para allá peras, para acá sopapos” y que sigas acordándote de nuestro querido pueblo y pidas al Señor, por todos nosotros.

Que así sea.

argapa
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
El otro día marqué, por casualidad, el nombre de un antiguo profesor que tuve en Palencia en mi juventud. Ese nombre era el P. Isidro Martín Vara, estaba de director del colegio de los Agustinos y fue profesor mio durante 3 años.
El recuerdo que tengo es inmejorable, fisicamente era de mediana estatura, delgado y calvo, moralmente extraordinario en todos los aspectos, recto, pero entrañable y dialogante. Una gran persona y un buen fraile.
Llevé una grata sorpresa al leer su biografia y saber algo ... (ver texto completo)