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Dos de ellos eran jóvenes estudiantes de una facultad de medicina que se hallaba a unas leguas de distancia; el tercero era un gigante muy moreno y desparramado llamado Zangalleirón.
Desde hacía muchos años Zangalleirón estaba empleado en el cementerio en calidad de sepulturero, y su chanza favorita era la de que "conocía todas las ánimas del lugar." Por la naturaleza de lo que ahora estaba haciendo, podía inferirse que el lugar no estaba tan poblado como su libro de registro podía hacer suponer.
Al otro lado del muro, apartados de la carretera, podían verse un caballo y un carruaje ligero esperando.
El trabajo de excavación no resultaba difícil; la tierra con la cual había sido rellenada la tumba unas horas antes ofrecía poca resistencia, y no tardó en quedarse amontonada a uno de los lados de la fosa.
El levantar la tapadera del ataúd requirió más esfuerzo, pero Zangalleirón era práctico en la tarea y terminó por colocar cuidadosamente la tapadera sobre el montón de tierra, dejando al descubierto el cadáver ataviado con pantalones negros y camisa blanca.
En aquel preciso instante un relámpago zigzagueó en el aire, desgarrando la oscuridad, y casi inmediatamente estalló un fragoroso trueno.
Arrancado de su sueño, Baldrogas incorporó tranquilamente la mitad superior de su cuerpo hasta quedar sentado.
Los hombres huyeron profiriendo gritos horribles, poseídos por el terror, cada uno de ellos en una dirección distinta...
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