CUENCA DE CAMPOS: Santiago ...

Santiago
Balada ingenua
II
Una vieja que vive muy pobre
en la parte más alta del pueblo,
que posee una rueca inservible,
una virgen y dos gatos negros,
mientras hace la ruda calceta
con sus secos y temblones dedos,
rodeada de buenas comadres
y de sucios chiquillos traviesos,
en la paz de la noche tranquila,
con las sierras perdidas en negro,
va contando con ritmos tardíos
la visión que ella tuvo en sus tiempos.
Ella vio en una noche lejana
como ésta, sin ruidos ni vientos,
el apóstol Santiago en persona,
peregrino en la tierra del cielo.
-Y comadre, ¿cómo iba vestido?
-le preguntan dos voces a un tiempo.
-Con bordón de esmeraldas y perlas
y una túnica de terciopelo.
Cuando hubo pasado la puerta,
mis palomas sus alas tendieron,
y mi perro, que estaba dormido,
fue tras él sus pisadas lamiendo.
Era dulce el Apóstol divino,
más aún que la luna de enero.
A su paso dejó por la senda
un olor de azucena y de incienso.
-Y comadre, ¿no le dijo nada?
-la preguntan dos voces a un tiempo.
-Al pasar me miró sonriente
y una estrella dejóme aquí dentro.
- ¿Dónde tienes guardada esa estrella?
-la pregunta un chiquillo travieso.
- ¿Se ha apagado - dijéronle otros -
como cosa de un encantamiento?
-No, hijos míos, la estrella relumbra,
que en el alma clavada 1a llevo.
- ¿Cómo son las estrellas aquí?
-Hijo mío, igual que en el cielo.
-Siga, siga la vieja comadre.
¿Dónde iba el glorioso viajero?
-Se perdió por aquellas montañas
con mis blancas palomas y el perro.
Pero llena dejome la casa
de rosales y de jazmineros,
y las uvas verdes en la parra
maduraron, y mi troje lleno
encontré la siguiente mañana.
Todo obra del Apóstol bueno.
- ¡Grande suerte que tuvo, comadre!
-sermonean dos voces a un tiempo.
Los chiquillos están ya dormidos
y los campos en hondo silencio.
¡Niños chicos, pensad en Santiago
por los turbios caminos del sueño!
¡Noche clara, finales de julio!
¡Ha pasado Santiago en el cielo!
La tristeza que tiene mi alma,
por el blanco camino la dejo,
para ver si la encuentran los niños
y en el agua la vayan hundiendo,
para ver si en la noche estrellada
a muy lejos la llevan los vientos.
G. L


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