Pienso que casi todo el pueblo ha llamado alguna vez con este llamador.
Siguiendo el orden del recorrido del fotógrafo, estoy casi seguro por no decir seguro del todo, que este llamador corresponde a la casa de Dolores Millaruelo (para mí siempre señorita LOLA, y eso que pasa de los noventa años).
Cuantas veces recuerdo esta puerta abierta para resguardarnos del frio mientras esperabamos el coche de linea, y cuantas veces habré llamado con este llamador, ya que en esta casa, recibí clases particulares y la catequesis para hacer la primera comunión. Son muchos recuerdos y muy buenos, con lo cual, me veo en la obligación de dedicar un poema a este viejo llamador.
Estoy mirando un llamador antiguo:
bronce fundido en puño de gigante.
El tiempo ya le ha puesto como un guante
de gris miseria y de verdor exiguo.
Como un sordo aletazo cae su mano
sobre la maltratada puerta oscura.
Fue recio el golpe, pero ya no dura,
fue imperativo, pero ya es lejano.
El llamador rompió silencio y sueño;
gentes de fe cumplieron el empeño
de desvelar con él el alma un día.
Su vetusta belleza me trastorna.
Aún golpea en la puerta y aún la adorna.
¡Lástima que la casa esté vacía!
Siguiendo el orden del recorrido del fotógrafo, estoy casi seguro por no decir seguro del todo, que este llamador corresponde a la casa de Dolores Millaruelo (para mí siempre señorita LOLA, y eso que pasa de los noventa años).
Cuantas veces recuerdo esta puerta abierta para resguardarnos del frio mientras esperabamos el coche de linea, y cuantas veces habré llamado con este llamador, ya que en esta casa, recibí clases particulares y la catequesis para hacer la primera comunión. Son muchos recuerdos y muy buenos, con lo cual, me veo en la obligación de dedicar un poema a este viejo llamador.
Estoy mirando un llamador antiguo:
bronce fundido en puño de gigante.
El tiempo ya le ha puesto como un guante
de gris miseria y de verdor exiguo.
Como un sordo aletazo cae su mano
sobre la maltratada puerta oscura.
Fue recio el golpe, pero ya no dura,
fue imperativo, pero ya es lejano.
El llamador rompió silencio y sueño;
gentes de fe cumplieron el empeño
de desvelar con él el alma un día.
Su vetusta belleza me trastorna.
Aún golpea en la puerta y aún la adorna.
¡Lástima que la casa esté vacía!
