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CUENCA DE CAMPOS: La hermana...

La hermana
Verano, agosto: declinaba el día,
pintado el cielo de vapores rojos,
y volvían, pisando los rastrojos,
dos niños —ella y él— a la alquería.
Ella callaba; el chiquitín decía:
—Yo era un soldado, y cuanto ven tus ojos,
no eran parvas de trigo, eran despojos
de una batalla en la que yo vencía.
—Pero, ¿y yo? —Deja, espera: ebrio de gloria,
yo volvía después de la victoria
y a ti, que eras la reina, te llamaba…
—No…, no…; la reina es poca cosa; yo era
—dijo la chiquitina — una enfermera;
¡y tú estabas herido… y te curaba!