"H O R I Z O N T E"
Claro que siempre fue mentira, pero lo creemos, tuvimos que creerlo, necesitamos creer en la existécia del horizonte.
¿Quien me ha robado septiembre?. ¿Cómo sucedió? justamnte por creer en la existéncia del horizonte.
Nadie discute los princípios filosóficos griegos, ni la legislación romana, ni la astronomía egipcia, pero creer esa patraña; ¿se imaginan la tierra como una pelota de futbol?... ¡por favor!. Mucho más razonable es pensar de que es plana, y que si uno se aleja demasiado, se cae, o no sé qué, pero al menos llega a... bueno, no se, pero llega.
Grandes ideólogos deben haber sido quienes inventaron la redondez de la tierra, y por andadura, la inexiténcia del horizonte. O mejor dicho, el horizonte como un punto geográficamente inexisténte, y si lo cierto, en la imagen que dentro de mis ilusiones junta el cielo con la tierra.
Entonces, (suerte que me dí cuenta) si esto fuera cierto, si el horizonte no existiera, ¿para qué irse si siempre estaría corriendo detrás de un punto que se aleja a la misma velocidad que yo me acerco?. Entonces, ¿para qué luchar si jamás voy a llegar donde las olas acarician las nubes?. Si fuera así, me quedo chato, esparando el tiempo.
Me conformo, y mi destino es una senténcia inapelable sobre la cual no tengo incidéncia.
Existe un punto, un lugar en el cual el cielo convive con la tierra y las nubes se mezclan con las olas, y los peces juegan con las aves. Un lugar donde la llúvia y la borrasca no se distinguen y en donde caminar es nadar, o volar, o todo a un tiempo, porque soy todo, ave, pez, hombre.
En este lugar, en este espácio donde puedo llegar, solo el tiempo mantiene su impunidad y respeta las leyes escritas por los sábios. Sólo el tiempo regularmente me muestra el Sol y la Luna. El tiempo me osganiza y da razón.
Y me contó Dios que inventó el tiempo, sólo para ser.
Claro que siempre fue mentira, pero lo creemos, tuvimos que creerlo, necesitamos creer en la existécia del horizonte.
¿Quien me ha robado septiembre?. ¿Cómo sucedió? justamnte por creer en la existéncia del horizonte.
Nadie discute los princípios filosóficos griegos, ni la legislación romana, ni la astronomía egipcia, pero creer esa patraña; ¿se imaginan la tierra como una pelota de futbol?... ¡por favor!. Mucho más razonable es pensar de que es plana, y que si uno se aleja demasiado, se cae, o no sé qué, pero al menos llega a... bueno, no se, pero llega.
Grandes ideólogos deben haber sido quienes inventaron la redondez de la tierra, y por andadura, la inexiténcia del horizonte. O mejor dicho, el horizonte como un punto geográficamente inexisténte, y si lo cierto, en la imagen que dentro de mis ilusiones junta el cielo con la tierra.
Entonces, (suerte que me dí cuenta) si esto fuera cierto, si el horizonte no existiera, ¿para qué irse si siempre estaría corriendo detrás de un punto que se aleja a la misma velocidad que yo me acerco?. Entonces, ¿para qué luchar si jamás voy a llegar donde las olas acarician las nubes?. Si fuera así, me quedo chato, esparando el tiempo.
Me conformo, y mi destino es una senténcia inapelable sobre la cual no tengo incidéncia.
Existe un punto, un lugar en el cual el cielo convive con la tierra y las nubes se mezclan con las olas, y los peces juegan con las aves. Un lugar donde la llúvia y la borrasca no se distinguen y en donde caminar es nadar, o volar, o todo a un tiempo, porque soy todo, ave, pez, hombre.
En este lugar, en este espácio donde puedo llegar, solo el tiempo mantiene su impunidad y respeta las leyes escritas por los sábios. Sólo el tiempo regularmente me muestra el Sol y la Luna. El tiempo me osganiza y da razón.
Y me contó Dios que inventó el tiempo, sólo para ser.