ADALIA: LAS EDADES DEL HOMBRE...

LAS EDADES DEL HOMBRE

Después de ver “Las edades del Hombre” en el histórico monasterio benedictino de Oña, en el cual cumple la decimoséptima edición, me hace reflexionar viéndolo ya con cierta perspectiva en el tiempo. Muchos años transcurridos de exposiciones tan interesantes, en la que nos hemos ido haciendo mayores, pero con muy buenos recuerdos de este maravilloso proyecto.
Posiblemente la edad y el tiempo termina haciendo mella en el ánimo humano y, el espíritu ya no sopla igual que antes (El Espíritu Santo claro) en el que parece que ya no está tan presente, como en las primeras ediciones. Recuerdo muy bien aquellos montajes audiovisuales con profundidad. Una estética y una visión con altura de miras, que no dejaban de ser la clave de un significado mucho más teológico que expositivo del arte sacro.
Pongo aquí mí escrito de entonces cuando termino la primera fase, para recordar mejor a lo que me refiero.

Cuando está a punto de finalizar la última fase de las Edades del Hombre, en el marco maravilloso de las dos catedrales anexas de Salamanca. “El contrapunto y su morada” un compendio para la reflexión de nuestra pequeñez y, a la vez de nuestra grandeza humana.
Aquel silencioso proyecto que empezó en 1988 en la catedral de Valladolid hace ya seis años, entrando por un jardincillo-tropezón, como algo que nos invitara a buscar dentro de nosotros mismos, quizá el paraíso perdido del alma. Ahora en Salamanca también accedes por un verdoso edén, como el mejor contrapunto de reflexión en medio del vacío humano y, la soledad que amenaza con quedar instalada permanentemente.
Ya he recordado como fue la entrada del jardincillo, en la primera fase en Valladolid, después en una segunda fase llegó con los iconos en Burgos. Fueron los libros y documentos antiguos los que mostraban nuestra antigua historia, ya que se entraba también por un laberinto, como si de una advertencia se tratara. La tercera fase en la catedral de cristal “La Bellísima Pulchra Leonina” empezaba con un túnel para significar el mayor imperio de los cinco sentidos, dedicado a la música. Fue como una llamada de atención bajo el embrujo de sus vidrieras, como un cielo multicolor ensalzando la gloria de Dios tan anhelado por el hombre.
Ahora en Salamanca por el paraíso perdido. Caín y Abel representan los hijos de la ira, nuestras luchas internas, envidias y eternas pasiones humanas. El lobo que todos llevamos dentro... La torre de Babel también representa un tanto a la tecnología moderna, que caracteriza a nuestra civilización, donde se acerca peligrosamente a un lenguaje superficial, mejor dicho, a un único lenguaje de banalidades con un solo deseo; alcanzar lo inalcanzable. Un símbolo de confusión e incomunicación interna, apresados por la técnica de los medios como autómatas, huérfanos de fe y de escasos idealismos…
En otro capítulo como contrapunto “la alegría de vivir”. Veo en todo ello la eterna búsqueda de ser hombres, para poder reconocerse en toda su identidad. Toda la miseria y toda la grandeza que nos embriaga la consciencia de ser, de buscar con afán la felicidad. Quien duda riendo y, espera contra toda esperanza, al menos enciende la posibilidad de la utopía.
El último capítulo “la morada y la fuente” nos abre las puertas, más que a un final, a un principio siempre renovable, donde poder saciarse de sabiduría con la fuente que todos soñamos.
Se sale por un jardín, por la tranquila morada, donde mana la fuente del saber para encontrar la paz interna. El deseo de un tiempo nuevo, la esperanza ante la noche oscura en un mundo injusto de guerras, de hambre y de miserias humanas. El infierno y la gloria se miran desde fuera como un desafío.

Yo lo hubiera finalizado entonces, pero se siguió prolongando en una segunda fase.
Quizá en aquellos años se notaba el toque místico de mí paisano Antonio Meléndez, secretario general de la Fundación (en su etapa de ocho años, hasta que se clausuró en Cuidad Rodrigo en el 2006).
Aquellas etapas tenían un calado más profundo, al menos a mí manera de entender. En Palencia, mostrando al mundo ese tesoro interno de su catedral “La bella desconocida”. Después vino Astorga y, luego “Remembranzas” precioso exponente en Zamora en el año 2001 y al año siguiente dando un gran salto allende los mares, se presentó en New York con “Tiempo de esperanza”. En el 2003, en Segovia con “El árbol de la vida”. Para mí la mejor, con un derroche de arte sacro inimaginable, palpando lo “sobrenatural” es decir, con tal profundidad que te sensibilizaba el alma. Sin olvidarme de Ávila o la del Burgo de Osma (Soria), que también me encantó.
Pero ahora en estas últimas ya digo que parece que el espíritu no sopla con la misma fuerza. Estas exposiciones podrían hacerse incluso fuera del entorno religioso, para seguir admirando las joyas que se guardan en muchísimas Iglesias y conventos de Castilla o fuera de ella. Eso ya es patrimonio de todos. (Incluidos los frescos del monasterio de Oña, que si te descuidas no te lo explican). Un arte que está presente para los ateos y creyentes, e incluso para los agnósticos que siempre hay. Sobretodo dentro de la Iglesia en la que da la impresión que esto también es un negocio turístico para vender estampitas. En una doble crisis, la económica y la de los valores humanos que también puede que vayan dejando morir como un proyecto agotado, porque quizá no hay más que lo que hay. O porque las miserias y grandezas humanas son propias de todas las criaturas de este incomprensible mundo que nos toca vivir. Una vida más bien triste en la que solemos poner con frecuencia una vela a Dios y otra al Diablo.
La Iglesia encerrada en si misma sigue anclada en el pasado. Un silencio molesto en cuanto a sus implicaciones en la vida social. La esperanza es lo último que se pierde y los predicamentos ya no consuelan a nadie. “Mucho y bien, la paloma no vuela”. La oscura noche de los tiempos del hombre, aún no ha terminado…
Ahora en Oña, un lugar en el que se desarrolló una historia de vida monacal, esta exposición de “Monacatus” donde se magnifican las manos. Manos de oración, de trabajo, de tentación…etc. En la última sala hay un cuadro del burgalés Vela Zanetti con un fraile tosco, -como su pintura-, con unas manos grandes. Un capítulo, este que se cierra con la tentación, una de las ancestrales preocupaciones de la Iglesia, (el mundo y la carne). Los otros pecados capitales, como la ira, la soberbia o la envidia habrán estado presentes también a lo largo de la eterna encrucijada de las edades del hombre.

Jacinto Herreras Martín