ADALIA: MÁS ALLÁ DE LOS ÁRBOLES DEL BOSQUE...

MÁS ALLÁ DE LOS ÁRBOLES DEL BOSQUE

Uno de momentos sublimes en nuestra vida es tener un hijo, quizá también pueda serlo escribir un libro, pero sin duda uno de los más mágicos y transcendentes para la humanidad sea la de plantar árboles. Ahora recuerdo que de jóvenes, repoblábamos los montes de pinos en Castilla.
Los árboles siempre nos marcan el camino, el destino de permanencia y, esa sensación de plantar un árbol no deja de ser un rito, en el que al final siempre le cantábamos algo así como “gracias a la vida”.
Ahora muchos árboles autóctonos de Cantabria, recién plantados y, ubicados en Santillana del Mar, tienen nombres y apellidos de los nuevos cántabros que nacen. Bonita iniciativa desempeña “Cantabria futura”, amadrinando abedules, acebos, avellanos, fresnos, robles, tilos o sauces, –llorones o no-. Un hábitat humanizado en un espacio tan próximo y entrañable de la tierruca.
Hoy quiero rendir un sencillo homenaje a los Árboles y al bosque; adentrándonos entre la vegetación a su realidad y su recuerdo. Para que sean ellos quienes acojan entre su misteriosa energía, el mágico abrazo a los humanos. La naturaleza tan sabia nos habla a nosotros, a estas pequeñas criaturas que alguna vez solemos ir a captar toda la belleza del mundo vegetal.
Quien no conoce el monte Aa por el valle de Cabuérniga a la derecha de Ruente, donde se encuentran los cajigos más antiguos. Árboles milenarios como el ya desaparecido Cubilón. Al que yo escribía en su día “adiós para siempre”. Porque cuando ya sólo era una reliquia viva en medio del monte desafiando el tiempo, no era más que un gigante muriéndose en silencio. Un estandarte mágico donde muchos íbamos a hacernos fotos con los hijos dentro de sus oquedades. También, el Mellizo, algo más joven, el Belén hueco, -refugio de pastores. Árboles inabarcables- parece que nos decían, al contemplarles, a ellos, que ya estaban allí antes de que se construyeran las catedrales, o faltaran más de siete siglos para que nacieran por ejemplo, Mozart o Beethoven.
También nos susurraban en la mente, que habían inspirado a famosos literatos cántabros, como a Manuel Llano, Concha Espina, o José María Pereda para ir creando personajes en sus novelas, de sus propias raíces.
Incluso invocar a los duendes, y a las hadas de la mitología, para que alguna vez se hagan realidad los presentimientos en los que ni se cree ni se deja de creer, si observamos de cerca a los frondosos bosques.
Cuando caminas pisando las hojas secas del otoño a veces te paras, porque parece que te observan todos los seres imaginados, escondidos detrás de los árboles. Los Trentis y Duendecillos, o Nuberos, para crear la lluvia y, el esplendor verdoso. Nunca terminan de mostrarse nítidamente, pero que te acompañan sigilosamente en la paz del bosque. Las fuerzas de la naturaleza, con sus deidades no dejan de ser leyendas y, certezas que vuelan entre las hojas y las ramas.
Los montes a veces nos mirarán con horror a los humanos y, temblarán de miedo pensando en los pirómanos, pero saben que sin ellos no hay vida. Quizá cuando pasamos tan deprisa por las autopistas hacia ningún sitio, en el bosque siempre se vive la paz soñada, el ensueño, el amor por la tierruca, más allá de los árboles del bosque.
Jacinto Herreras Martín