Este puente está construido con piedras ligeramente trabajadas unidas en seco. Tiene una longitud total de 14 metros y se compartimenta en tres ojos, siendo el central mayor que los laterales. Los estribos presentan restos de tajamares y espolones. El estrecho tablero ha perdido los petos.
Tradicionalmente se le ha asignado una cronología romana, relacionándolo con una calzada de tierra que daría salida a los poblados de la zona hacia la Vía 27.
No obstante, la fabrica actual – en la que las dovelas están invertidas y colocadas fuera de la posición para la que fueron talladas – indica que es una reconstrucción popular, posiblemente de los siglos XVII o XVIII, a partir de materiales antiguos.
Para el maestro que levantó el puente de Camparañón, la bóveda de medio punto no era ningún secreto. Probablemente había trabajado a las órdenes de algún maestro romano, de aquí que emplease la misma técnica que ellos. Pero a diferencia de otras obras de mayor envergadura, aquí se trataba de cubrir el cauce del río Mazos, no se entretuvo en labrar las piedras. Le fue suficiente con hacer acopio de las que andaban sueltas por las laderas y acarrearlas a pie de obra, seleccionarlas. Por eso la fábrica del puente, visto en su conjunto, es graciosamente desigual, la falta de armonía la suple la ingenuidad. Construidas las bóvedas, la central de mayor luz, las otras dos son gemelas, cubrió lo que iba a ser el tablero con tierra. Y sin emplear mortero puso otras piedras a modo de tajamares y dio por concluida la obra. La vía terrena empezó a prestar un uso social, porque sin duda alguna era lo convenido
Fue costumbre hasta bien entrado el siglo XX el que los novios de Camparañón arreglaran un trozo de calzada cuando contraían matrimonio. Y allí se desplazaban con caballerías, piedras y herramientas, para dejar el camino lo mejor posible. Costumbres ya perdidas desde que la provincia comenzó a despoblarse y el Estado-padre a ocuparse, o mejor desentenderse, de esas vías de comunicación seculares.
Tradicionalmente se le ha asignado una cronología romana, relacionándolo con una calzada de tierra que daría salida a los poblados de la zona hacia la Vía 27.
No obstante, la fabrica actual – en la que las dovelas están invertidas y colocadas fuera de la posición para la que fueron talladas – indica que es una reconstrucción popular, posiblemente de los siglos XVII o XVIII, a partir de materiales antiguos.
Para el maestro que levantó el puente de Camparañón, la bóveda de medio punto no era ningún secreto. Probablemente había trabajado a las órdenes de algún maestro romano, de aquí que emplease la misma técnica que ellos. Pero a diferencia de otras obras de mayor envergadura, aquí se trataba de cubrir el cauce del río Mazos, no se entretuvo en labrar las piedras. Le fue suficiente con hacer acopio de las que andaban sueltas por las laderas y acarrearlas a pie de obra, seleccionarlas. Por eso la fábrica del puente, visto en su conjunto, es graciosamente desigual, la falta de armonía la suple la ingenuidad. Construidas las bóvedas, la central de mayor luz, las otras dos son gemelas, cubrió lo que iba a ser el tablero con tierra. Y sin emplear mortero puso otras piedras a modo de tajamares y dio por concluida la obra. La vía terrena empezó a prestar un uso social, porque sin duda alguna era lo convenido
Fue costumbre hasta bien entrado el siglo XX el que los novios de Camparañón arreglaran un trozo de calzada cuando contraían matrimonio. Y allí se desplazaban con caballerías, piedras y herramientas, para dejar el camino lo mejor posible. Costumbres ya perdidas desde que la provincia comenzó a despoblarse y el Estado-padre a ocuparse, o mejor desentenderse, de esas vías de comunicación seculares.