BLACOS: Mi amigo y vecino en la niñez. Compartimos morera y...

JOSEFA, una brisa de ternura.

Era un poco como la madre de todos los que teníamos una edad cercana o parecida a la de sus hijos. Y su tarjeta de visita era siempre una sonrisa amplia, franca, limpia y luminosa, nacida desde el cariño más sincero que era el terreno en el que mejor se manejaba Josefa. Por tanto a su despedida se añade el dolor de esa cercanía, la angustia de un nuevo hueco en la familia de Blacos, que empieza a ser un pueblo desnudo de unos hombres y mujeres que forjaron la realidad en la que vivimos hoy, muchas veces sin darnos cuenta del esfuerzo y trabajo que tuvieron que hacer ellos para llegar hasta aquí.
Josefa siempre representará para mí esa brisa de ternura que hace sentirte querido, apreciado o valorado. Después de la sonrisa llegaba esa pregunta, ¿y la mama que tal? Para ella era fundamental saber cómo esteba la mama, porque como he dicho ella era la mama de todos nosotros, aunque sólo fuera en el instante en el que coincidías con ella e intercambiabas unas cuantas frases que, ella no lo sabía, revitalizaban un poco tu existencia y te lo llevabas siempre al baúl de los recuerdos de ese verano, esa navidad o esa semana santa en Blacos.
Pero el cariño siempre iba acompañado de esa jovialidad que llenaba su carácter, y que la brisa de ternura se convertía en un torbellino de simpatía y jolgorio en todos aquellos lugares en los que estaba Josefa. Era el carácter y la risa de los Martín que, para los que ya tenemos unos años, fue siempre el dni de una familia querida y apreciada en el pueblo. Josefa era una de sus mejores representantes porque era pura naturalidad. Se notaba que lo que hacía era porque lo sentía y ese es el mejor ejercicio de sinceridad que puede existir. Y además, lejos de cualquier egoísmo, no se quedó con la patente sino que la inculcó a su familia y deja excelentes representantes.
Pero Josefa, como tantos otros, también descubrió que detrás de los días de sol de agosto, hay tormentas, frío y lluvia. Y un cierzo cruel que comenzó a soplar a su alrededor sin darle un minuto de descanso. Se enfrentó a ese viento despiadado con la dureza y el ímpetu que siempre ha marcado a la gente que se ha tenido que hacer a sí mismo, para encontrar su lugar en la vida. Cada año, en los últimos años, las huellas de ese cierzo inhumano eran más evidentes y su rictus había cambiado. Parecía que hacía tiempo que había entregado las armas y luchaba sólo con la resignación. Quizás la batalla fuera por dentro y ese volcán interior se nos ocultaba a los que cada verano la saludábamos con el mismo cariño de siempre. La brisa de ternura se apaga detrás de una sonrisa casi inerte. Y todos nos sentíamos un poco desprotegidos porque la mama ya no se acercaba a nosotros con ese torrente de humanidad que la convertía en una mujer especial. Sigue siendo especial en mi corazón, roto de dolor y cada vez un poco más perdido, porque ya apenas sopla esa brisa de ternura. Seguro que ahora serán otros los que disfruten de esa mama generosa, simpática y entrañable. Menos mal que esto nadie lo puede borrar del recuerdo.

Mi amigo y vecino en la niñez. Compartimos morera y callejón durante toda lo vida. Pupitre poco porque tu te fuistes a Pamplona a colegios de pago. Las reformas urbanística de Blacos levantaron frontetas. Yo me quede sin callejón y tu sin morera. Jeje. Pero siempre que nos vemos hay algo especial entre nosotros. Gracias por las palabras dedicadas a nuestra madre y a nuestros queridos blaquenses que poco a poco nos van dejando. No nos veremos en el Santo, ni veremos alzar la catorze. Hala Madrid. Hasta que nos veamos te mando un fuerte abrazo y el besazo, lo reservo para Agosto o Septiembre.