BLACOS: Lucía...

Lucía

Lucía, tus recuerdos permanecerán presentes en un rincón de mi nostalgia, porque el olvido siempre será más débil y no borrará los recortes de esa vida que compartimos en las calles de Blacos, o pegados al hilo telefónico que manejaste con maestría durante unos años. Tu recuerdo, como el de tantos otros que ahora no están, siempre vagará vívido por la memoria de aquellos que te conocimos.
Muchos o algunos de los que lean esto, no sabrán quien eres, ni siquiera recordarán tu nombre, porque hace tiempo que la necesidad te llevó a alejarte, en búsqueda de recodos más tranquilos en los que pudieran atender tus necesidades vitales. Lucía es la tía de Serafín, Eduardo, Elena y Adela, hermana de Amparo. Casada con Toribio que a su vez era hermano de Liborio.
Yo la recuerdo como una mujer activa, de carácter y de principios, siempre con argumentos más que suficientes para defender su postura y decir muchas veces esas cosas que sólo dicen las personas seguras de lo que están diciendo, sea bien o mal encajado por los que la escuchan. Durante un tiempo fue la encargada del teléfono público del pueblo, y ahí ya tenía ganadas mis simpatías, porque era una de mis sucesoras en esta tarea de mensajería instantánea, antes de que llegaran las redes sociales.
Era una mujer adaptada a su tiempo porque ella adaptaba su vida a lo que le tocaba vivir. No era excesivamente extrovertida, ni cautivadora de una activa vida social. Prefería manejar el timón de sus dominios sin dirigir naves ajenas. Y esto hace que los recuerdos de ella estén un poco difuminados en la intrahistoria de Blacos. No fue abundante en su prosa social ni en su poesía doméstica. Me da que era una mujer vital, que administraba su entorno con la energía que se necesitaba en aquellos tiempos en los que casi todos empezaban una vida nueva, y por tanto sin referentes a los que agarrarse.
Después, casi sin darnos cuenta, dejó el pueblo por exigencias del guión que imponen los años, y ya su entorno más cercano era quien a cuentagotas nos contaba su vida en la residencia. Tenía 96 años y parecía que nada podía con ella. Hasta que llegó ese virus que hace estragos en los de sus generación y en los de otras muchas. Fue una larga vida que no se merecía el castigo de un vendaval cuando ella siempre había procurado ponerse a salvo de los vientos que nos empujan al otro lado de esta vida. Fue una larga vida que no se merecía una despedida con esa cruel soledad con la que se despidió. No es humano, ni siquiera es justo. Provoca indignación y un dolor infinito, pero el dolor y la soledad es la bandera que ondea en estos tiempos. Pero seguro que un día encontrará ese calor, ese apoyo y esa compañía que se merecía. Que todo vaya bien Lucía.