BLACOS: Mis condolencias a la familia. Un abrazo y fuerza para...

Andrés.

En esa última batalla que nunca acaba en victoria, Andrés peleó con ahínco por asomarse a un nuevo año, por coger aire para un nuevo aliento, pero los últimos días del calendario se habían convertido ya en una mancha borrosa por las lágrimas del dolor y la despedida. Y se enfrentó a esa lucha denodada con la discreción y sencillez con la que manejaba el timón de su vida, pero al mismo tiempo con esa tenacidad que había gobernado sus días, con ese brío con el que siempre se enfrentó a la adversidad y también con ese ímpetu que lo llevó a superar las inclemencias de unos años reacios a las facilidades y a la generosidad.
Andrés no era un hombre dado a la presencia y locuacidad de otros. Quizás yo por eso recuerdo su silueta perfilada por el sol de media tarde, en cualquier lugar del monte, ataviado con gorra y manta, si hacía frío, para vigilar el pasto de su rebaño y conducirlo por los lugares y vericuetos más propicios para su alimentación. Y en esa soledad inmensa del campo siempre que nos cruzábamos manteníamos conversaciones más o menos largas, según las exigencias de su labor. Era un hombre sencillo, afable y cordial, del que nunca oía un mal comentario ni una negativa apreciación de nadie. Como ya he dicho en alguna otra ocasión, tengo la certeza de que era un hombre para adentro. Uno de esos seres que marcaba su territorio en torno a su familia, a su casa y a su trabajo. Fuera de ese ámbito no parecía tener demasiados intereses que fueran más allá. Cuando volvía del campo, era difícil verlo lejos de su casa y alejado de los suyos. Por eso resulta más complicado tejer una semblanza de un hombre que no buscaba nunca, ni pretendía jamás, ser el centro de atención de conversaciones o charlas de ningún tipo.
Y como vivió se fue. En silencio, sin estridencias, rodeado de los suyos, de todos los suyos, que al final eran su mundo. Y de muchos más que quisieron reconocer con su presencia el dolor por una despedida de alguien que, para mí, era uno de los pocos embajadores de ese Blacos de mi infancia, de ese ser simpático en las distancias cortas, reservado pero amistoso siempre que te lo encontrabas en cualquier recodo de su vida. Cuando su casa era una parada obligatoria en el viaje desde la escuela hasta la fuente para llenar el botijo, siempre te encontrabas una frase risueña y positiva.
Yo seguiré viendo esa silueta recortada en el sol de la tarde, dibujando una sonrisa permanente.
Hasta siempre Andrés.

Mis condolencias a la familia. Un abrazo y fuerza para seguir adelante.

Inmaculada