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BLACOS: VIERNES SANTO, COMIDA Y DEVOCIÓN...

VIERNES SANTO, COMIDA Y DEVOCIÓN

“Los tiempos cambian una barbaridad” Es una frase vieja pero tan válida como el primer día, o incluso mucho más válida que la primera vez que se pronunció. Hubo un tiempo en el que la Semana Santa eran unos días de recogimiento y meditación. Bueno, para ser exactos, hubo mucho tiempo en el que se imponía que Semana Santa fuera un tiempo de recogimiento, meditación, tristeza y oración. Que aunque no sé muy bien el motivo, o no quiero saberlo, la oración siempre iba unida a la tristeza y a la oración. Y como imposición que era, despertaba antes que tarde la rebelión, el desasosiego y la oposición. Parece un juego de palabras pero no lo es. En esos años la religión era obligatoria, la tristeza se llevaba puesta, y la oración era un mero trance de sumisión. Y estas cosas es lo que tienen, que en cuanto alguien se descuida, nos vamos al otro extremo. Y ese camino lo llevamos transitando ya muchos años. Primero desaparecieron las carracas, que sustituían al jolgorio de las campañas en esos días de silencio. Desapareció el vía crucis que recorría en recogida procesión todas las estaciones por ese valle de cruces desperdigadas por el término municipal. Desaparecieron las misas de celebrar y los velos púrpura con el que se completaba el disfraz. Y de repente nos encontramos con que lo que celebramos ya ni siquiera nos acerca a la puerta de la iglesia, tan desierta de fe como de curas y oraciones.
Pasamos unos años de transición, no sólo en política sino también en creencias. Nos fuimos alejando de la puerta de la iglesia para acercarnos a la del bar. El sábado de gloria lo celebrábamos con una hoguera de vanidades en el carrascal, y la panceta, las costillas y el tintorro se apoderaron de la mesa, que seguía siendo una mesa de celebrar. El púrpura dejaba su espacio al rosado y al pacharán. Nos quedamos sin sacerdote de altar y nos encontramos, de repente y con sorpresa con una sacerdotisa de los fogones, que oficiaba su homilía con alubias y sus monaguillos cambiaban la túnica por el delantal y el porrón. Y como somos muy de oficiar las celebraciones, hemos mantenido intacto el auténtico espíritu de Semana Santa, tiempo de celebrar y ahuyentar los malos espíritus. Y ahí estamos, en perfecta comunión, todos juntos en torno a una mesa, con sacerdotisa y monaguillos. Eso sí, hemos introducido algunos cambios. Hemos cambiado las hostias por el jamón, y en lugar de copón tiramos de copas, que siempre son más humildes y democráticas. Y por si alguien tiene dudas sobre la confesionalidad de nuestros actos, también pasamos el cepillo al final de la homilía. Y por cierto, sí algo no hemos abandonado es el sermón. Bueno aquí nos hemos pasado un poco y en lugar de sermón, a secas, tenemos sermones en abundancia y variedad, todo depende de los vecinos que te toquen. A mí por ejemplo, en estas comidas del viernes, me han contando no sólo el año en el que cortaron los olmos de la carretera, sino el número exacto de árboles que había en el tramo entre Blacos y el empalme de Torreblacos. A la siguiente copa, me enteré del número exacto de días que se tardó en cortarlos y limpiar la carretera. Y creo que en la última copa fui informado puntualmente del número de kilos de ramas y hojas que se recogieron. Después me quería contar el número de personas que se repartió la leña y la matrícula de los camiones que la transportaron. Aquí reconozco que no puedo ser muy exacto porque ya estaba en plena somnolencia e igual me despisté un poco. Pero ojo eh! Los del sueño fue por las copas no por el sermón. Y encima me lo contó un tío que dice que estuvo viendo el día que los cortaban, aunque se le olvidó decirme un pequeño detalle. Aquel año él todavía no había nacido.
Otro año, otro viernes distinto, mi vecino de la derecha me contó con lujo de detalles todos los restaurantes que hay en la carretera que une Soria con Turín. No sólo eso, me dijo el menú de cada uno de ellos, el precio de los menús, y las plazas de aparcamiento que hay en cada área de servicio de las autopistas.
Para que luego digan que no pensamos más que en comer y beber. No señor. En estas comidas se adquiere una información trascendental y una maleta cultural impresionante. Algo que nunca aprendía en los sermones de misa, entre otras cosas porque no iba.
Por lo tanto cambios sí, pero si lo piensas fríamente siempre adaptados al espíritu de Semana Santa. Procesión sí, pero al bar, misa, sermón y plegarias, si, pero en el Ayuntamiento. Comunión, entendida como comida, muchos más que antes, pero también el ayuntamiento. vía crucis, seguro que también. Pero eso ya un asunto más íntimo y cada uno sabrá el vía crucis que tiene que hacer después cuando abandona el ayuntamiento y se va a donde quiera que vaya. No veis? Todo completo.
Pero hay una cosa diferente. Siempre, antes o después de los sermones, agradecemos los alimentos recibidos y damos una sonora ovación a la sacerdotisa de los fogones. Esto en la iglesia no se podía hacer porque era irreverente. Nadie aplaudía al cura cuando bajaba del púlpito, estaba mal visto. Así que en esto también hemos avanzado.
Creo que no está en nuestro ánimo extender esta peculiar costumbre de Blacos. No tenemos nada en contra de los costaleros, de las cofradías, de los pasos, ni de las procesiones. Eso está bien, pero nosotros hemos optado por otra alternativa. Que puede parecer bien, o puede parecer mal, pero es la nuestra y hay que respetarla.
Y es que en realidad lo hacemos en un gesto de solidaridad y estrecha amistad con los encargados de los fogones. Alguien se ha preguntado qué sería de ellos sin la comida del Viernes Santo, sin tener que preocuparse de saber el número de comensales, la cantidad de comida y bebida que hay que comprar, reunir los utensilios necesarios, organizar el trabajo, darle el punto justo a los condimentos… Si no hicieran todo esto tendrían una vida vacía, no sabrían como llenar esas horas muertas, se aburrirían soberanamente haciendo comida para cinco o seis cuando pueden hacer para cien o doscientos, no sabrían en qué emplear ese tiempo que dedican a hacer las cuentas, o el que emplean en escribir el discurso de agradecimiento. Imaginaos a la pobre Chus un Viernes Santo sin preparar comida. Se iría temprano al monte con sus perros para matar el rato. Volvería y tendría que preocuparse de encontrar a gente para ir a tomar una cerveza, o dos. Se le haría tarde para hacer la comida en casa. Y después, sin sobresaltos ni nada, se amodorraría al lado de la lumbre, y en estas fechas tan tristonas, acabaría teniendo una pesadilla de la que seríamos responsables nosotros. Yo al menos no quiero cargar con la culpa de un mal sueño de la cocinera celestial. Es mejor tenerla entretenida, incluso estresada, para que no le vengan tonterías a la cabeza.
Así que, si aceptáis mi opinión, es mejor tenerla ocupada, igual que a sus ayudantes, y que al menos un día se entretengan. Vamos a hacer el esfuerzo. Nos apuntamos, vamos, comemos, nos alertagamos a la hora de los sermones y luego nos despertamos para darles una ovación que la recuerden exactamente hasta el viernes santo del año que viene. Ni un día más, que luego se vienen arriba y empiezan con las tonterías esas del cheff, el gorro, las estrellas michelín. No no, todo en su justa medida. Sobre todo que no se aburran y que nos dejen “ buen sabor de boca”.


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