BLACOS: Cuando alcemos los ojos al firmamento veremos otra...

Las Tres Playas de su Vida. Eneko, nunca estarás solo (inoiz ez zara bakarrik izango)

A veces me duele el corazón, y el alma, cuando me pongo a escribir. Y hoy es una de ellas. A veces me tiemblan las manos cuando me pongo a escribir, y hoy también es una de ellas. Lo único que se me ocurre es abrir mi corazón y tender mis manos para compartir una angustia que se acelera con el paso de las horas y que llena de miedo cualquier futuro, por muy cercano que sea. Mis sentimientos se envuelven con los vuestros y apenas puedo decir otra cosa, porque sé que nada que diga puede servir de alivio, ni reconfortar, ni ayuda, ni atenuar ni…nada.
Hoy luce un sol resplandeciente, pero vosotros no lo veis, hoy ese Cantábrico lleno de luces tampoco lo veis. Todo es una marejada turbulenta al otro lado de esa mirada perdida en un laberinto que busca explicaciones allí donde sólo se encuentran sombras y tristeza, mucha tristeza.
Pero yo quiero mantener la mano tendida por si en esa punta de mis dedos temblorosos podéis encontrar un bálsamo, aunque sea efímero. Quizás en esa mano temblorosa, pero firme, haya un rayo de esperanza, un apoyo para pasar por el trance de la manera menos descarnada posible. Una mano que abrigue esa soledad en la que parece que se envuelve todo cuando al otro lado se construye un mundo de sombras tenebrosas. Pero no es la única mano, os lo aseguro. Hay muchas más dispuestas a apoyarse en vuestros hombros, a acariciar vuestras mejillas, a rodear vuestros abrazos e insuflaros todo el aliento que nos sea posible. Es una forma de decir alto y claro que no estáis solos, que hay manos que tejen un camino, que tienden puentes y evitan obstáculos, que abrigan el frío del dolor y tratan de contagiar ternura donde hay desgarro y miedo. Si os quedan fuerzas agarrar nuestras manos, sentir nuestros abrazos y notar nuestro aliento y apoyo. Nada va a ser más fácil ni nada va a ser menos angustiosos. Pero puede que todo sea menos incierto y más solidario. Ahí, siempre, están y estarán nuestras manos. Manos juntas, manos entrelazadas, manos trémulas, manos frías, pero también manos capaces de palpar ese dorsal inmaculado que estaba dispuesto para iniciar una carrera que se ha quedado de repente sin salida. Manos para acariciar la arena de esas tres playas que ya no hollarán tus zapatillas cansadas. Pero las playas, Eneko, siguen ahí, más resplandecientes que nunca, las tres playas más hermosas que han pasado por tu vida. Tres playas a las que se oyen sus latidos de esperanza. Y también sus suspiros de seguridad, porque aunque no puedas correr entre ellas sí puedes mirarlas con el cariño, con el deleite con el que se admira una obra tan perfecta como propia. Tres playas, dos playas gemelas y una algo mayor. Rodeadas de tu mirada de ternura desde el horizonte y abrigadas por un mar enorme de protección y amparo maternal. Ya no correrás entre ellas, pero desde allí donde estés oirás los aplausos de esas manos, nuestras manos, que con su ruido sólo quiere tapar el grito de dolor desgarrado que nos ha provocado tu despedida. No es necesario un esfuerzo de imaginación para encontrar en el horizonte de las tres playas tu gesto tranquilo, tu mirada llena de nobleza y un semblante ya sin veneno en las venas, lleno de amistad y de valentía. Esa valentía que sólo está al alcance de los momentos trascendentales y que tú fuiste capaz de convertirla en una tesis doctoral con sobresaliente cum laude, hasta el mismo momento en el que el sol se escondía definitivamente detrás de las nubes.
Es difícil no sentir rabia, es imposible no sucumbir ante la impotencia y es una tarea ardua sobreponerse a una injusticia vital. Después de todo me doy cuenta de que me siguen temblando las manos y que soy incapaz de definir el dolor, mi propio dolor. Por eso me cuesta mucho más, ni siquiera acercarme, a la desolación de los que han estado a tu lado, de los que han vivido cada minuto como si fuera el último. Y han sido capaces de no sucumbir ante la adversidad, sacar fuerzas de flaqueza y abrir cada mañana la puerta a la esperanza, sabiendo que esa esperanza no quería regresar. Nunca ha habido resignación, y por encima del dolor había una vuelta al futuro, sin querer pasar por el presente. Por eso sólo puedo decir que ahí están mis manos, y muchas otras manos. Para que tapen cualquier atisbo de soledad, para que eviten cualquier contagio de incertidumbre, para que indiquen un camino al que habrá que regresar. Unas manos, que puedes estar seguro Eneko, acariciarán con mimo la arena de tus tres palayas, vigilarán cualquier atisbo de tormenta y se posarán sobre el hombro de ese mar de protección de una mujer, Nerea, que ahora puede que esté a merced de las olas y a punto de la deriva. Pero esas manos, nuestras manos, impedirán que se acerque a las rocas, que se abra una vía de agua en su barco, o que su quilla no acierte con la dirección adecuada. Unas manos que mantendrán impoluto tu dorsal, tu espíritu y tu recuerdo. Nuestras manos no evitarán el dolor, no impedirán el sufrimiento, pero estarán ahí para señalar donde están las tres playas de tu vida. Agur Eneko, nunca estarás solo.

Cuando alcemos los ojos al firmamento veremos otra pequeña luz. Fijaros bien. És tu Luz Enero. Agus.