BLACOS: Abrazado a una duda...

Abrazado a una duda

Hace tiempo que vivo abrazado a una duda. Y me cuesta mucho soltar amarras y desbocarme hacia el abismo de la sinceridad. Y es que es muy probable que allí donde intuyo curiosidad y cierta dosis de expectación, no haya otra cosa que la indiferencia más absoluta, cuando no un desprecio soterrado a ideas ajenas. Esas ideas que siempre valoramos muy por debajo de las propias, aunque propias en realidad no tengamos ninguna. Hay un pueblo que crece y estira sus puntadas asumiendo el riesgo de que la estrechez y la mediocridad acabe reventando todas sus costuras. No se pueden poner puertas al campo, aunque algunos se esfuercen en poner porterías con redes de metal para tratar de que no corra el aire y se acabe asfixiando el balón y de paso los jugadores deambulen al borde del desmayo o recorran la banda del ictus sentimental, ese que un día los marcó a sangre y fuego con el sello de un lugar candente y hospitalario. El cariño y el amor a un pueblo no goza, aunque lo parezca, de una salud de hierro. Sufre sus achaques, se constipa en verano y se somete agota con la pulmonía del invierno, cuando no se contagia de la neumonía de la distancia y el desazón. Los achaques, las enfermedades, necesitan una medicación apropiada. Y no una píldora envenenada y letal con el paso del tiempo. Hay amores que matan, pero también hay amores suicidas, y hay muertes lentas, unas con agonía y otras con todas las bendiciones. Y, cómo no, hay homicidios involuntarios, y otros con premeditación, alevosía, nocturnidad y el agravante más fuerte de todos, el paisanaje renegado y mentido.
Es bonito hablar de luces y colores, de mañanas de sol y noches de luna llena. Pero esto no esconde ese mundo de oscuridad, de bajas pasiones y odios altaneros, de esas calles en las que siempre reinan las sombras, como en esas almas en las que sólo hay lugar para el odio y la mezquindad. El pueblo a veces reina como una giralda de la morería, pero eso no esconde las catacumbas del penal de If, donde el Conde de Montecristo penó muchos años por el único delito de haber despertado la envidia y el rencor de los poderos de su pueblo. Fue capaz de sobrevivir y aprender en la oscuridad las ideas más brillantes de la vida y de las ciencias con la única ayuda de la llama de un candil y de su sabio vecino el Abate Faría, que en uno de los mejores ejemplos de entrega y amor, le dejó todos sus conocimientos y el lugar exacto donde se escondía un tesoro. Una riqueza que iba a permitir a Edmundo Dantés vengarse de todos sus enemigos y recupera los años de luz que había perdido a la sombra de una celda rodeada de humedad, de rocas y de desprecio.
El esfuerzo por amargarle la vida fue inmenso, pero se quedó en algo diminuto a la hora de recuperar el tiempo perdido y demostrar el lugar que cada uno debía de ocupar en su historia.
De momento sigo abrazado a una duda.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Esta vez me cuesta mucho entender lo que has escrito, lo releo y aunque supongo que el mensaje de tus palabras hay que descifrarlo, si intuyo algo de dolor y enfado, o tristeza, también descubro esperanza y con eso me quedo.
Pero no me decido a comentar tu texto por lo intrínseco, si no porque me gusta lo que dices y con la pasión que escribes. aunque no te conociera, y aunque no fueras de mi pueblo.
Y tú alusión al conde de montecristo, me trae recuerdos de aquel año, haya por los sesenta y tantos, ... (ver texto completo)