BLACOS: Vamos de ronda...

Vamos de ronda

Hoy en día entre los padres con hijos en edad adolescente se producen muchos debates sobre lo que se les debe dejar o no se les debe dejar a esta gentecilla. Y el debate más agrio suele ser la edad de iniciación en el alcohol. Habitualmente todos acaban como el rosario de la aurora, y ello antes de que despunte la aurora ya están en las eras tirando de botellón cuando todavía no se les han ido las marcas del crucifijo de la primera comunión. Y en ese momento los abuelos y abuelas de los chavales se echan las manos a la cabeza y nos ponen a caer de un burro por lo blandengues que somos y por lo que les consentimos a nuestros hijos. "Viven en el vicio, son unos golfos, no respetan nada, los padres ya no tienen autoridad, están todo el día dándole a la botella y fumando"... y así una letanía que tiene más misterios que los rosarios de los Reyes Católicos.
Pero muchos, o todos ellos, se olvidan de la historia. En los años del arado, las carboneras, y las yuntas de Blacos, en el pueblo los hombres se dividían fundamentalmente en dos grupos, los casados y los solteros. En el grupo de los casados se incluían los viudos, los separados (si es que había alguno), y los curas y frailes, que se habían casado con Dios. Y en el de los solteros estaban los chicos y los mozos. Y en la frontera difusa de unos y otros se marcaba muchas veces la iniciación al morapio. Al igual que sucede ahora, las dianas son muchas veces el primer chupito de los más pequeños, al amparo de los algo mayores y casi siempre lejos de los ojos y oídos de padres y abuelos. Pero entonces no. Las dianas eran las rondas de casa en casa que se hacían en casi todas las fiestas y en algún otro día extraordinario. Los mozos eran recibidos con una bandeja de copas, que se llenaban sobre todo de anís. Dependiendo del pulso de quien escanciaba el licor, la bandeja se llenaba también hasta el borde. Y cuando estaba llena, los alguaciles se tenían que beber todo el contenido de la bandeja. Y digo ¡se tenían que beber!, porque era obligatorio si no querían recibir un garrotazo y tentetieso por parte del alcalde los mozos. Los alguaciles, como habéis podido suponer eran los últimos chicos que habían dado el daban el salto a mozos. Al final acababan más cogorzas que todos los demás, porque bebían el doble aunque tuvieran la mitad de edad. ¿… Y sabéis quienes eran las y los que llenaban las copas y tiraban de garrote para hacer beber a los imberbes?´… Pues Sí señor. Esas madres y padres y abuelos que ahora nos dicen que no sabemos educar a nuestros hijos, porque por la noche se van a la era a beber lo que quieren sin miedo a que un garrotazo les obligue a cogerse una mona que les haga volver a casa abrazando a todas las farolas que hay por el camino. Las rondas de entonces eran una costumbre, como más tarde era costumbre pagar una cántara de vino para entrar de mozo. Y claro, la cántara nos la bebíamos entre todos, incluso los que como yo no éramos muy aficionados al morapio.
Ahora vas al bar y le pides un cubata a tu hija y un segundo después te entra un sarpullido en el cuerpo por las miradas asesinas que recibes por maleducar a la niña. En aquellos años, una de las gracias de las fiestas familiares era dejarle el porrón al niño, a la niña menos, para ver que hacía después de echarse unos tragos. Entonces era tradición, ahora es traición a los valores.
Pero es curioso también que en aquellos años, como el beber era tradición, nadie escondía las borracheras que cogían sus hijos e incluso seguro que muchos de vosotros habéis escuchado leyendas de cuando iban a las fiestas de la Torre y además de beberse hasta el agua de los baldes de lavar se volvían a Blacos con todas las vueltas de chorizo y güeña que habían podido pillar. Y te decían eso de " íbamos como una cuba". Ahora no, queda mal eso de decir que tu hijo bebe y eres capaz de decir que no ha probado ni el moscatel cuando todos los de su edad saben que ayer en Valdealvillo no podía tenerse en pie y lo trajimos por el camino entre cuatro o cinco sin que se despertara hasta oler la bronca que le esperaba en casa.

En fin, en aquellos años era lo que se esperaba de nosotros. Salir de ronda y volver a casa, aunque hubieras pasado la lengua siete veces a la bandeja, sin necesidad de que te amenazara el alcalde con el garrote. Era la tradición. Así que habrá que seguir de ronda.