Una oscuridad tranquila lo invadía ya todo. En los oídos todavía resonaba el murmullo de una comida multitudinaria, la cancioncilla de los juegos de niños o la conversación al calor de una taza de café. En la noche del primer lunes después de Semana Santa, Blacos volvía a su letargo habitual. El único movimiento era el de un gato que se desperezaba en la esquina del patio después de restregarse sobre la pared de la iglesia. Era una noche tan tranquila que el humo que salía de la chimenea de la escuela ... (ver texto completo)