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MUÑOPEDRO: EN TORNO A LA ERMITA...

EN TORNO A LA ERMITA
DE
MUÑOPEDRO

Coincidiendo con la calle “Lagares” se desarrolla el Camino de Monterrubio o Camino de la Virgen. Camino arriba, en un pequeño cerrillo se alza la ermita. Es un edificio sencillo, dedicado a la Virgen del Buen Suceso. Tiene el templo una espadaña con su campana y ante la puerta unas peanas en piedra de cruces de un antiguo calvario.

En el altar mayor la Virgen del Buen Suceso, titular de la ermita, con las imágenes como San Roque con su perro, San Sebastián, San Antonio, etec.

La fiesta de la Virgen es el primer domingo de octubre cuya procesión es una danza del pueblo a la imagen venerada. Se celebra con entusiasmo popular y devoción; llevan a la Virgen desde el pueblo acompañada por los danzantes y devotos del pueblo.

Antes de llegar a la ermita nos encontramos con un pequeño jardín con árboles, rosales, algo de césped y piedras puestas y dispuestas pensadamente: una pila de piedra, dos mesas y una fuente donde se hacen las abluciones para enjuagar sudores y fatigas. El jardín es buen lugar, como ágora y aula para platicar de lo divino y de lo humano.

A la izquierda del camino y a la altura de la ermita, el enhiesto y desafiante depósito de agua que viene formando parte del paisaje de Muñopedro desde la década de los sesenta y que suministra el del líquido divino a todo el pueblo. Ahí el agua coge la presión necesaria para distribuirse por donde la quieran guiar.

También en este entorno a especie de área de descanso, de reflexión, etc., para mayor hermosura y gala, han colocado el potro de herrar. No podía faltar uno de los instrumentos, artilugios o herramientas de la que se sirvieron nuestros antepasados para herrar al ganado, para poner en la parte de abajo del casco o pezuña del animal la herradura que protegía dicho casco.

Es un entorno peculiar desde donde se ve el pueblo por una parte y los azules montes de Guadarrama por otra. Es un lugar con encanto, con magia, con ese áurea indescriptible, pero que se percibe, que habla sin hablar, que tiene duende.

Bien merece pues, un poco de literatura a través de la palabra, de la poesía en verso o en prosa; por medio de este difícil arte, pero que como los artistas que han creado esta área o entorno, yo también quisiera aportar si fuera posible este otro granito de arena, a base de sonetos dispuestos en prosa, lo que requiere cierto esfuerzo en dar con ese duende, esa magia o embrujo que sin duda está en el lugar del que hablamos.

Si no hablas,
llenaré mi corazón de tu silencio
y lo guardaré conmigo.
Y esperaré quieto,
como la noche en sus desvelo estrellado,
hundida pacientemente mi cabeza.

Vendrá sin duda la mañana
y se desvelará la sombra.

Y tu voz se derramará
por todo el cielo
en arroyos de oro.
y tus palabras volarán
cantando
de cada uno de mis nidos.
Y tus melodías estallarán en flores
por mis profusas enramadas.

R. Tagore.

He subido hasta la ermita hoy también, junto a ella, en su sombra vegetal fresca, siento el ascenso de la savia, la miel del árbol y de las hojas su ingesta. Junto a estos árboles, el perfume fiel, el paso de la luz ungida presta la vista febril a la imagen del bien y al corazón proclive le aserta un tiempo de ternuras, de murmullo débil imprevisto de tantos labios, sin palabras, con el rescoldo íntimo, la fe en ascuas del fuego del orgullo de sentirse enamorado y sabio del creer esperanzado y legítimo.

Triunfa bajo estos árboles el amor, siempre es propicia la estación, junto con las vasijas llenas del sembrador, para el brote de agua y la mies a punto. Madera aromática de rico olor, símbolo de luz a la que pregunto por qué el sol de la tarde es de otro color que se apaga en las colinas adjunto. Desde este jardín con bancos de piedra, a la caída de la tarde, la sombra dibuja sus límites diferentes de paisaje que crece como la hiedra que adherida al muro se vuelve alfombra y acaba con sus formas convincentes.

Bajo estos árboles, junto al jardín, está el interior de la ermita que en unión con el del hombre, suscita leve incógnita a lo ignoto sinfín, pues, certeza y tiempo no es baladí, y lo distante nunca nos incita ni las lejanas brisas nos invitan, sino a elevarnos de lo humano aquí, distinguiendo la luz a una farola, el sueño vivido al sueño dormido y a diferenciar lo hablado a lo obrado, y en el banco meditando a solas, si piensas cómo la piedra ha surgido, veras que Dios también en ella ha actuado.

Aquí se ve el pueblo bajo el enebro, el paisaje, sus gentes, el latido del campo, el modo de vida y sentido personal propio de Muñopedro. Hilvano la alegría y aquí la enhebro con la emoción del canto repetido de las aves que han hecho aquí su nido, cuya armonía y comunión celebro. Los artistas locales han dejado su firma de manera indeleble: una fuente de piedra en la que brota el agua, sentido hondo transmutado de la tierra madre al hombre endeble, como hijo de Dios, como alma devota.

Un mosaico representa a la virgen, trabajo u ofrenda que en forma de exvoto, ha hecho el artista, encendido devoto, mirando al cielo, presente su origen. Un pálpito le impulsa y restringe, pero en la retina quedó la foto que hizo en guijarros de origen remoto en color natural, el que no finge y ante lo auténtico, cantan los grillos, guiñan las estrellas y el sol de nuevo; el sonido silencioso natural. Los árboles son de los pajarillos que cruzan jubilosos en sus vuelos en este paisaje ermitaño, rural.

Junto a la ermita, el diálogo de la idea, del corazón, la luz y el pensamiento: mundo, vida, experiencia, sentimiento, el eco de cosas pasadas bombea y el fuego de la palabra chirrea donde la idea habita, busco y acreciento, sueño soñando del que me aliento buscando al que organiza y me sondea. Mañana miraré por si se oculta entre ramas y alquilaré el jardín repleto de pajarillos que vuelen por las alturas, por si me facultan la pista allá de mi deseo infeliz y el poder del cielo me revelen.

La senda que al bien nos lleva, secreto ignoto y perceptible sólo al sentido, huellas marcadas que se han repetido a través de la fe y el amor en concreto. Hay un despertar transparente y cierto que brota de esos labios presentidos de ternura y de amor enriquecidos de Virgen Santa que nos da su aliento. Tú nos rozas e impregnas con aromas de santidad, los rincones del alma y los llenas de esperanza que esponjen para poder volar como palomas con el mensaje que tu hijo proclama: Quien crea en él y ame, el Padre le acoge.

Aquí están las referencias morales, símbolo de los hechos que perduran en el tiempo, y es la fe de los mortales, alimento y equipaje en su andadura por este camino lleno de ideales, de jirones de vida que se apuran como hacen los fuegos artificiales: del gran colorido, a ceniza pura. Pero aquí, donde apenas raya el alba, aparece el sol que alumbra para andar con fe firme, en el firme del camino; con ancha esperanza, con paz y calma; el amor grande y profundo como el mar, el hombre es algo más con Dios, su amigo.

Aquí el huracán que agita la vida sopla más tenue al topar con la hondez, refugio en montañas de sencillez, y de espiritualidad revestida. Esta morada le hace brisa ungida, suaviza su desierto, su aridez, y le torna en remanso y placidez ante huracanadas almas heridas. Madura el fruto que bebe el silencio y come la esplendorosa luz del sol como mensaje de la patria eterna. y crece al árbol de flores que evidencio, cuyo fruto intuyo después de la flor, madure con tiempo y ayuda materna.

Junto al templo donde la voz va como volada cuando acudes al zaguán y abre la puerta sin tocar el pomo y allí se guarece del vendaval y el alma encuentra solaz y aplomo y se atreve, sin hablar, a delatar lo complejo y vulnerable que somos como descendientes de Eva y Adán. Y esa voz como un rictus en el rostro de transportar un alma pequeñita: lo valioso que tenemos, la verdad, que es la que nos da el texto y nosotros hacemos el comentario en negrita, a corazón abierto, sin vanidad.

Somos todo agua emocional que piensa, que siente y oye el sonido de la vida, viajeros de ese camino que condensa reciprocidad y sintonía bebidas en comunión del medio que nos dispensa un entorno natural que convida al agua clara, sol, luz y promesa de afable ubicación desconocida. “Si no lo crees, dijo San agustín, no lo entenderás”. Adoptar el paso de la naturaleza es formar parte de ella y hay que caminar sin retintín: casto, puro, sin temer al fracaso porque de esa comunión somos parte.

Blanco y rosa, la flor de Alejandría me enseña estos colores a la entrada del jardín, como eterna sinfonía que al alma toca y tiene enamorada. Rosal y primavera a la porfía sacan toda hermosura acumulada tras su ocultación por la estación fría, a la luz y el sol de ésta más templada. Y es mi rosa la que gana en esplendor, hermoso espectáculo, rico en color. A ella las miradas, la admiración; hacia ella los deseos y los anhelos; por ella la pasión y el consuelo. Cualquiera que ame, ama su posesión.

Aquellos días felices de la infancia, permanecen distraídos en su mundo, como el silencio de un libro fecundo, que no se relee quizás por vagancia. En la estantería el saber, la constancia; en la memoria, lo grato e iracundo. Sabido y vivido nos hace oriundos de ese devenir desde la lactancia. Pasan los años como agua sin beber, a veces, vacíos de vida, sin saber que el silencio tiene su espacio y su voz, que la vida es del hombre, su arte mayor y llenarla de contenido, la mejor contribución a nuestro tiempo veloz.


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