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Este es el texto completo

EL CRISTO DE LA SIERRA

Estamos en otoño. Los días maravillosos se suceden. Esta tarde nos encontrarnos mi esposa y yo en la Virgen del Brezo. La sombra envuelve el Santuario y la soledad es total. El aíre es tibio y dorado, el ambiente llena el ánimo de nostalgias. Sin prisas marchamos por un camino, que primero sube áspero y luego se allana. Vamos viviendo gota a gota la hermosura de la tarde. El camino va sin apresurarse a media ladera, por la falda de la Sierra. Enfrente tenemos unos picos altos manchados de nieve, que son azules por efecto de la luz. Lento nuestro paso, lenta la luz que muere, hemos llegado al collado que da vista al Valle de Valcobero. Allí una campera invadida por la “escoba” y una construcción parecida a un chozo. Nos detenemos en un pequeño porche, ante la puerta y por un estrecho ventanuco vemos el interior.
Es un recinto pequeño, lóbrego y triste, con el piso de cemento. En el fondo un altar simple con un Cristo antiguo acentúa la impresión de soledad. Me trae ecos de mi niñez, de una iglesia de Santa María de los Templarios con otro Cristo antiquísimo de rostro fiero. Recuerdo del pueblo castellano de las “vastas soledades hondas, de las grises lontananzas muertas”, versos que acuden a mi mente no sé por qué, quizás por la tristeza que me anega.
Volvemos a la luz, la luz suave que se va tornando gris. El sol está muriendo. Un poco más adelante hay una tosca cruz de madera, recuerdo tal vez de algún caminante que murió de frí, a caballo sobre el lomo en estos lugares a 1600 metros y una visión amplia se nos ofrece de la Sierra del Brezo. En el fondo, mirando al norte, hay unas cuantas casas. Valsurbio, un pueblo en trance de desaparecer. Se oyen voces confusas y lejanas que recogen animales. Tres vecinos nada más, apuran el último aliento del pueblo. Como telón, Pico Espigüete, Peña Prieta y Curavacas. Al sur la meseta despliega sus tonalidades rojizas y ocres tiñéndose de oscuro. A pocos metros la Ermita del Cristo de la Sierra, hundida, agazapada en el terreno, como si adoptase esa postura para resistir el paso de los años y las mordeduras del invierno.
Allá dentro, sola, terriblemente sola, se encuentra la imagen de Cristo. ¡Yo creo que es el frío que nos muerde las carnes! ¿Será solo el frío el que nos encoge el ánimo?