Me sorprende, y a la vez me agrada en extremo, que tanta gente opine de esta forma de Valdecañas. Para mi no es sólo mi pueblo, el pueblo de mi familia, es parte de mi vida. Nunca puedo pensar en mi infancia sin recordarme con Ana y mi hermana Sara correteando por los arroyos (mi madre me obligaba a llevarla conmigo); jugando a "niñas huérfanas" en una rueda de tractor que hacía las veces de casa; en primavera revolcándonos por el trigo recién nacido (llegábamos a casa perdidas de verdín!). Cada estación del año es una aventura en Valdecañas. Imposible aburrirse allí. Cuando estaba en el colegio me daban mucha pena los niños que no tenían un pueblo, porque claro yo siempre tenía Valdecañas.
Hoy, después de muchos años, sigo sintiendo lo mismo: me siento afortunada de poder contar con un rinconcito al que poder acudir buscando un remanso de paz, algo distinto a lo que hacemos todos los días, la vuelta a las raices, al terruño. Mi máxima alegría será cuando mi hija, que está a punto de nacer, me diga "mamá, vamos a Valde a ver a los abuelos".
Hoy, después de muchos años, sigo sintiendo lo mismo: me siento afortunada de poder contar con un rinconcito al que poder acudir buscando un remanso de paz, algo distinto a lo que hacemos todos los días, la vuelta a las raices, al terruño. Mi máxima alegría será cuando mi hija, que está a punto de nacer, me diga "mamá, vamos a Valde a ver a los abuelos".
