LOS AÑOS QUE ME QUEDAN POR VIVIR
Nunca lo había pensado así... Hasta aquella mañana del pasado mes de mayo que, en mi paseo cotidiano por el alto de la cuesta, dejé vagar la mirada por el valle de las fuentes de mi pueblo Valcabadillo... Por los centenarios robledales de La Matilla, de Valdemejo, de Valdecelasco... Por el verdor de esa cercana vega del río Carrión que contrasta con el gris de los páramos a sus orillas...
Fue cuando, con el cansancio de los años pesando en la espalda y las rodillas convertidas en el hombre del tiempo... Cuando me di cuenta, de muchas cosas... Cuando no pude por menos de reconocer que, mis rodillas, eran un símil con aquel Zaragozano que nuestros padres consultaban cada día, para saber si salir al campo o quedarse arreglando las acornales con las que uncían las vacas al yugo, al calor de la hornacha en la cocina...
En ese lento, pero fructífero divagar por el bonito e impresionante paisaje que contemplan mis ojos, no he podido por menos de pensar y reconocer que, mis físicas limitaciones... Que esa flojera, que le ocurren a mis rodillas, tiene algo que ver con los años que digo tener… Si, que digo tener...
Es cuando, a poco que urge en mí ya avejada cabeza... El momento que me doy cuenta, que los años pasados, ya no los tengo, que forman parte de mi pasado. Que cada arruga, es una página viva, cada dolor, una historia que atesoro, y cada paso, aunque más lento, es un homenaje silencio-so a lo recorrido.
Cuando entiendo, que lo verdaderamente mío al final, ya no son aquellos años transcurridos, sino este íntimo instante de mirar atrás con dulzura y aprender a esperar lo que me queda por venir.
Puede parecer extraño, según desde dónde se mire, y de quien lo mire, pero es la realidad... Los años vividos, se quedaron atrás disueltos en las fotografías amarillentas que guardabas en el cajón de la cómoda, en el álbum familiar o al llegar la modernidad, en la memoria del móvil. Permanecen, en aquellas carcajadas que, aunque resuenan lejos, aún puedo escuchar con esta memoria que ya acusa su edad... En amores antiguos que, aunque alguno doliera, el tiempo convirtió en serenos lagos que ya no duelen... En esas ropas, que tal vez, siguen en el armario de la habitación, desteñidas por el desgaste de la espera... En sueños, que han aprendido a transformarse...
Es hoy, en mi lento divagar... Cuando detengo un momento mi ajetreada vida, cuando de verdad comprendo que los verdaderos años que me pertenecen, son los que aún no han llegado... Los que aguardan una risa nueva, el abrazo de alguien que todavía no conozco, esa amistad que nació sin saber cómo ni por qué, el vinillo del mediodía, o el almuerzo con esos amigos con los que trabajé... Las charlas tibias, con esos conocidos, contando las mismas tonterías de siempre... Ese brindis improvisado, por un motivo que, posiblemente, aún quizás sea misterio.
Así, ensimismado en el bonito paisaje de mi pueblo, en la quietud dorada de esa tarde... Mirando, aunque espiritualmente, como la vida se desliza por las ventanas cada vez más cansadas de mis ojos, contemplo con agradecimiento los años que ya no tengo, pero abrazando con amor sereno los que aún me faltan por vivir
Todo ello me lleva a pensar, después de darle una y mil vueltas a mí ya avejada cabeza y a esos recuerdos que me persiguen, que los años que me quedan quizá debería vivirlos despacio, sin urgencias, con la calma de quien ya no necesita demostrar nada. No importa si el reloj corre, si el calendario cambia la hora en octubre, o si la vida decide alterar sus planes. Que corra, que cambie, que me sorprenda. Al fin y al cabo, dados mis años, todo debería darme igual.
Solo pienso y deseo, que los años que me restan sean plenamente míos: vividos con el alma abierta, el corazón en paz y la certeza de que todo lo que fui: errores, aciertos, luces y sombras... me ha traído hasta aquí...
JMGG
Nunca lo había pensado así... Hasta aquella mañana del pasado mes de mayo que, en mi paseo cotidiano por el alto de la cuesta, dejé vagar la mirada por el valle de las fuentes de mi pueblo Valcabadillo... Por los centenarios robledales de La Matilla, de Valdemejo, de Valdecelasco... Por el verdor de esa cercana vega del río Carrión que contrasta con el gris de los páramos a sus orillas...
Fue cuando, con el cansancio de los años pesando en la espalda y las rodillas convertidas en el hombre del tiempo... Cuando me di cuenta, de muchas cosas... Cuando no pude por menos de reconocer que, mis rodillas, eran un símil con aquel Zaragozano que nuestros padres consultaban cada día, para saber si salir al campo o quedarse arreglando las acornales con las que uncían las vacas al yugo, al calor de la hornacha en la cocina...
En ese lento, pero fructífero divagar por el bonito e impresionante paisaje que contemplan mis ojos, no he podido por menos de pensar y reconocer que, mis físicas limitaciones... Que esa flojera, que le ocurren a mis rodillas, tiene algo que ver con los años que digo tener… Si, que digo tener...
Es cuando, a poco que urge en mí ya avejada cabeza... El momento que me doy cuenta, que los años pasados, ya no los tengo, que forman parte de mi pasado. Que cada arruga, es una página viva, cada dolor, una historia que atesoro, y cada paso, aunque más lento, es un homenaje silencio-so a lo recorrido.
Cuando entiendo, que lo verdaderamente mío al final, ya no son aquellos años transcurridos, sino este íntimo instante de mirar atrás con dulzura y aprender a esperar lo que me queda por venir.
Puede parecer extraño, según desde dónde se mire, y de quien lo mire, pero es la realidad... Los años vividos, se quedaron atrás disueltos en las fotografías amarillentas que guardabas en el cajón de la cómoda, en el álbum familiar o al llegar la modernidad, en la memoria del móvil. Permanecen, en aquellas carcajadas que, aunque resuenan lejos, aún puedo escuchar con esta memoria que ya acusa su edad... En amores antiguos que, aunque alguno doliera, el tiempo convirtió en serenos lagos que ya no duelen... En esas ropas, que tal vez, siguen en el armario de la habitación, desteñidas por el desgaste de la espera... En sueños, que han aprendido a transformarse...
Es hoy, en mi lento divagar... Cuando detengo un momento mi ajetreada vida, cuando de verdad comprendo que los verdaderos años que me pertenecen, son los que aún no han llegado... Los que aguardan una risa nueva, el abrazo de alguien que todavía no conozco, esa amistad que nació sin saber cómo ni por qué, el vinillo del mediodía, o el almuerzo con esos amigos con los que trabajé... Las charlas tibias, con esos conocidos, contando las mismas tonterías de siempre... Ese brindis improvisado, por un motivo que, posiblemente, aún quizás sea misterio.
Así, ensimismado en el bonito paisaje de mi pueblo, en la quietud dorada de esa tarde... Mirando, aunque espiritualmente, como la vida se desliza por las ventanas cada vez más cansadas de mis ojos, contemplo con agradecimiento los años que ya no tengo, pero abrazando con amor sereno los que aún me faltan por vivir
Todo ello me lleva a pensar, después de darle una y mil vueltas a mí ya avejada cabeza y a esos recuerdos que me persiguen, que los años que me quedan quizá debería vivirlos despacio, sin urgencias, con la calma de quien ya no necesita demostrar nada. No importa si el reloj corre, si el calendario cambia la hora en octubre, o si la vida decide alterar sus planes. Que corra, que cambie, que me sorprenda. Al fin y al cabo, dados mis años, todo debería darme igual.
Solo pienso y deseo, que los años que me restan sean plenamente míos: vividos con el alma abierta, el corazón en paz y la certeza de que todo lo que fui: errores, aciertos, luces y sombras... me ha traído hasta aquí...
JMGG
Sensacional.