Amigo Carmelo. Con esa descripción que nos haces de nuestros juegos de infancia en San Quirce, pintas un hermoso cuadro en el que con nuestros propios recuerdos e imaginación se pueden ver y recrear con detalle cada uno de ellos. Aquellas sonajas; aquellos pinchos y pitas con sus palas; aquellos aros con sus manillas o guías, en estos tiempos, después de tantos años transcurridos, deberían ser piezas de museos para poder ser contemplados. Seguramente que a los nietos de aquellos “niños”, acostumbrados a otros juegos muy diferentes, les parecería insólito lo que a sus abuelos tanto les divertía.