Villaseca de Laciana: EL REINO DE LOS NIÑOS: 2ºPARTE: Determinó entonces regalarles algunas cosas, y dió a cada uno ovejas y perros, y un jardín para su uso particular. Pero esto sólo sirvió para aumentar la discordia.
Varios plantaron y cultivaron sus jardines, mas otros los dejaron abandonados; y viendo que los jardines de los diligentes estaban hermosísimos y que sus rebaños tenían sabroso pasto y daban leche en abundancia, la envidia y la rabia subió de punto. Los holgazanes formaron una liga contra los diligentes, les atacaron y arrebataron muchos de sus jardines.
Retiráronse al principio los buenos trabajadores a otros lugares más frescos, que se transformaron también en bellos jardines debido al sudor de su rostro y al trabajo de sus manos; pero después, cansados de la insolencia de los holgazanes, resistieron valientemente, y durante la refriega algunos perdieron la vida.
Al ver la muerte por vez primera les sobrecogió terrible pavor y tristeza, y juraron tener paz unos con otros para siempre.
Mas todo en vano; no pudieron permanecer tranquilos mucho tiempo; y como no les era permitido por el juramento darse muerte, comenzaron a robarse sus propiedades y utensilios con fiera alevosía... y las cosas iban de mal en peor.
Viendo lo cual, se apoderó tal tristeza del corazón del Mago, que de sus ojos brotaron ríos de lágrimas, ríos que, atravesando el valle, iban a perderse en el mar; y sin embargo, los malvados niños jamás consideraron que éstos estaban formados por las lágrimas que su bondadoso padre derramaba por ellos, y continuaron en sus pendencias, robos y asesinatos.
Por lo cual, el buen Mago lloraba más y más, hasta formarse impetuosos torrentes y cataratas que devastaban las tierras, formando un vastísimo lago, en el que perecieron ahogados innumerables criaturas.
Entonces cesó de llorar e hizo soplar un viento suave que secó la tierra anegada. ¡Pero qué espectáculo tan triste! Toda la verdura se había desvanecido, y las casas y los jardines yacían derribados debajo de montones de piedra; y los ganados, por falta de pasto, no daban leche. Entonces los despiadados niños cortaron los pescuezos de las ovejas con piedras afiladas, para ver dónde se ocultaba la leche; pero en lugar de leche corrió roja sangre, y al beberla se hicieron más fieros que nunca. Jamás se saciaban de ella.
Así, que mataron muchísimas otras ovejas, y robaban las de sus hermanos, y bebieron sangre y comieron carne.
Entonces dijo el Mago: "Es necesario crear más animales, de lo contrario pronto no quedará ninguno en la tierra." Y sopló otra vez en su gaita. Y he aquí que al instante aparecen toros salvajes y caballos alados de largas y escamosas colas y elefantes y serpientes. Y los niños comenzaron entonces a pelear con las bestias salvajes y crecieron altos y robustos. Algunas de las bestias se dejaron amansar; pero otras perseguían a los niños y mataron a muchos, y como ya no vivían en paz ni seguridad aparecieron pestes y enfermedades; de suerte que bien pronto llegaron a ser como los habitantes de los demás países; y el Mago estaba cada vez más triste y melancólico, desde que todo lo que había creado para bienestar y felicidad de sus hijos se convertía en mal irremediable. Sus criaturas ni lo amaban ya ni se fiaban de él; y en lugar de atribuirse a sí mismos la causa de todas aquellas terribles calamidades, la echaban la culpa al mismo bondadoso padre, diciendo que su creador les enviaba aquellos desastres por vía de entretenimiento.
Y ni siquiera escuchaban ya el dulce son de la gaita que tanto había deleitado sus oídos en los primeros días, y por cierto que el gigante no se cuidaba ya de tañerla.
Abrumado de tristeza yacía dormido por largas horas bajo las sombras de sus cejas, que habían crecido muy largas, cubriéndole el rostro. Mas a veces despertaba, y aplicando la gaita a sus labios soplaba con tal energía y furor que se levantó una temerosa tempestad, haciendo chocar unos árboles con otros, y al poco tiempo todo el bosque ardía en llamas. Entonces se levantó con el árbol que crecía en su cabeza, y tocando las nubes, rasgó su seno y descendió copiosa lluvia que en breves instantes apagó el fuego.
Entretanto los seres humanos sólo tenían un pensamiento: cómo hacer callar aquella odiosa gaita para siempre. Así es que se armaron de lanzas, espadas, hondas y piedras, y se apercibieron para dar la batalla al gigante; mas éste, al verles, soltó tan tremenda carcajada, que hubo un temblor de tierra, tragándose a muchos de ellos con sus chozas y ganado.
Entonces enviaron otro ejército provisto de resinosas teas de pino para quemar su barba; pero él no hizo más que estornudar y se apagaron al instante las antorchas, derribando por tierra a todos sus enemigos. Un tercer ejército trató de amarrarle mientras dormía; pero con estirar sólo sus miembros, rompiéronse al instante sus ligaduras, reduciendo a átomos a todos los que le rodeaban.
También enviaron contra él todas las bestias y animales feroces; mas apenas él lanzó un ligero soplo al viento, cuando comenzaron a caer abundantísimos copos de nieve que lo fué cubriendo todo y sepultó profundamente a los animales, esparciendo una espesa capa de hielo sobre ellos, de suerte que, aunque ya no se ven sobre la tierra aquellas feroces bestias, aun yacen con piel y carne allá, heladas, ateridas, pero sin haber cambiado de forma.
Trataron, por fin, de robarle la gaita mientras el gigante yacía dormido; pero la tenía debajo de la cabeza, y era tan pesada, que ni los hombres ni las bestias juntos eran capaces de moverla. Mas abrieron astutamente un agujero en el fuelle, y ¡oh terror!, se levantó tal tormenta, que nadie podía distinguir la tierra, el mar o el firmamento por la espesa negrura que todo lo envolvía, pereciendo en aquel cataclismo casi todo lo que alentaba sobre el Universo.
Pero el gigante ya no despertó jamás, y allí yace todavía durmiendo con la gaita debajo de la cabeza, sonando a veces, cuando los vientos soplan de aqueste lado de los Pirineos.
¡Si alguno pudiera poner un parche en el fuelle de aquella encantada gaita, Villaseca de Laciana volvería a ser otra vez del dominio de los niños!
Un saludo desde la cercania...
Varios plantaron y cultivaron sus jardines, mas otros los dejaron abandonados; y viendo que los jardines de los diligentes estaban hermosísimos y que sus rebaños tenían sabroso pasto y daban leche en abundancia, la envidia y la rabia subió de punto. Los holgazanes formaron una liga contra los diligentes, les atacaron y arrebataron muchos de sus jardines.
Retiráronse al principio los buenos trabajadores a otros lugares más frescos, que se transformaron también en bellos jardines debido al sudor de su rostro y al trabajo de sus manos; pero después, cansados de la insolencia de los holgazanes, resistieron valientemente, y durante la refriega algunos perdieron la vida.
Al ver la muerte por vez primera les sobrecogió terrible pavor y tristeza, y juraron tener paz unos con otros para siempre.
Mas todo en vano; no pudieron permanecer tranquilos mucho tiempo; y como no les era permitido por el juramento darse muerte, comenzaron a robarse sus propiedades y utensilios con fiera alevosía... y las cosas iban de mal en peor.
Viendo lo cual, se apoderó tal tristeza del corazón del Mago, que de sus ojos brotaron ríos de lágrimas, ríos que, atravesando el valle, iban a perderse en el mar; y sin embargo, los malvados niños jamás consideraron que éstos estaban formados por las lágrimas que su bondadoso padre derramaba por ellos, y continuaron en sus pendencias, robos y asesinatos.
Por lo cual, el buen Mago lloraba más y más, hasta formarse impetuosos torrentes y cataratas que devastaban las tierras, formando un vastísimo lago, en el que perecieron ahogados innumerables criaturas.
Entonces cesó de llorar e hizo soplar un viento suave que secó la tierra anegada. ¡Pero qué espectáculo tan triste! Toda la verdura se había desvanecido, y las casas y los jardines yacían derribados debajo de montones de piedra; y los ganados, por falta de pasto, no daban leche. Entonces los despiadados niños cortaron los pescuezos de las ovejas con piedras afiladas, para ver dónde se ocultaba la leche; pero en lugar de leche corrió roja sangre, y al beberla se hicieron más fieros que nunca. Jamás se saciaban de ella.
Así, que mataron muchísimas otras ovejas, y robaban las de sus hermanos, y bebieron sangre y comieron carne.
Entonces dijo el Mago: "Es necesario crear más animales, de lo contrario pronto no quedará ninguno en la tierra." Y sopló otra vez en su gaita. Y he aquí que al instante aparecen toros salvajes y caballos alados de largas y escamosas colas y elefantes y serpientes. Y los niños comenzaron entonces a pelear con las bestias salvajes y crecieron altos y robustos. Algunas de las bestias se dejaron amansar; pero otras perseguían a los niños y mataron a muchos, y como ya no vivían en paz ni seguridad aparecieron pestes y enfermedades; de suerte que bien pronto llegaron a ser como los habitantes de los demás países; y el Mago estaba cada vez más triste y melancólico, desde que todo lo que había creado para bienestar y felicidad de sus hijos se convertía en mal irremediable. Sus criaturas ni lo amaban ya ni se fiaban de él; y en lugar de atribuirse a sí mismos la causa de todas aquellas terribles calamidades, la echaban la culpa al mismo bondadoso padre, diciendo que su creador les enviaba aquellos desastres por vía de entretenimiento.
Y ni siquiera escuchaban ya el dulce son de la gaita que tanto había deleitado sus oídos en los primeros días, y por cierto que el gigante no se cuidaba ya de tañerla.
Abrumado de tristeza yacía dormido por largas horas bajo las sombras de sus cejas, que habían crecido muy largas, cubriéndole el rostro. Mas a veces despertaba, y aplicando la gaita a sus labios soplaba con tal energía y furor que se levantó una temerosa tempestad, haciendo chocar unos árboles con otros, y al poco tiempo todo el bosque ardía en llamas. Entonces se levantó con el árbol que crecía en su cabeza, y tocando las nubes, rasgó su seno y descendió copiosa lluvia que en breves instantes apagó el fuego.
Entretanto los seres humanos sólo tenían un pensamiento: cómo hacer callar aquella odiosa gaita para siempre. Así es que se armaron de lanzas, espadas, hondas y piedras, y se apercibieron para dar la batalla al gigante; mas éste, al verles, soltó tan tremenda carcajada, que hubo un temblor de tierra, tragándose a muchos de ellos con sus chozas y ganado.
Entonces enviaron otro ejército provisto de resinosas teas de pino para quemar su barba; pero él no hizo más que estornudar y se apagaron al instante las antorchas, derribando por tierra a todos sus enemigos. Un tercer ejército trató de amarrarle mientras dormía; pero con estirar sólo sus miembros, rompiéronse al instante sus ligaduras, reduciendo a átomos a todos los que le rodeaban.
También enviaron contra él todas las bestias y animales feroces; mas apenas él lanzó un ligero soplo al viento, cuando comenzaron a caer abundantísimos copos de nieve que lo fué cubriendo todo y sepultó profundamente a los animales, esparciendo una espesa capa de hielo sobre ellos, de suerte que, aunque ya no se ven sobre la tierra aquellas feroces bestias, aun yacen con piel y carne allá, heladas, ateridas, pero sin haber cambiado de forma.
Trataron, por fin, de robarle la gaita mientras el gigante yacía dormido; pero la tenía debajo de la cabeza, y era tan pesada, que ni los hombres ni las bestias juntos eran capaces de moverla. Mas abrieron astutamente un agujero en el fuelle, y ¡oh terror!, se levantó tal tormenta, que nadie podía distinguir la tierra, el mar o el firmamento por la espesa negrura que todo lo envolvía, pereciendo en aquel cataclismo casi todo lo que alentaba sobre el Universo.
Pero el gigante ya no despertó jamás, y allí yace todavía durmiendo con la gaita debajo de la cabeza, sonando a veces, cuando los vientos soplan de aqueste lado de los Pirineos.
¡Si alguno pudiera poner un parche en el fuelle de aquella encantada gaita, Villaseca de Laciana volvería a ser otra vez del dominio de los niños!
Un saludo desde la cercania...