Nevó. La Turriente y el Prao las Cortinas no lanzaban guiños verdes de escoba ni ocres otoñales de haya. Nevó y los pájaros se callaron. Sólo de vez en cuando un cuervo negro rompía con su vuelo y su graznido la monotonía blanca del paisaje. Jamás un cuervo fue tan negro ni su graznido tan estruendoso. De vez en cuando también, el ruido apagado de un motor. Polvoredo olía a nieve y a hornera en el puente de la Constitución. Las costillas adobadas, los chorizos a medio curar, las morcillas negras y picantes se dejaban entrever por las ventanas enrejadas y alambradas, de cuando las horneras se protegían para que los mozos no se dieran buenas comilonas a costa del vecino desprevenido. Las mujeres, las pocas mujeres que todavía curan la matanza, atizaban las lumbres y una columna de humo de haya o de escoba se perdía en el horizonte frío y limpio. El pueblo estaba blanco y el sonido de la campana se perdía monte arriba, mientras el cura, recién bajado del coche, recitaba, “despierte el alma dormida, avive el deseo y despierte”… (y lo que sigue). El agua del río, más abundante que de costumbre, estaba tan cristalina como siempre. Nevó y las cocinas calientes con la lumbre trepidante, le ganaron la partida a las calles, la plaza y la cantina. Nevó y la nieve cubrió con su manto frío algunos resquemores que la gente lleva por dentro. Olía a Navidad anticipada y todo el pueblo se parecía a un belén gigantesco, todavía con unas vacas, las de Miros, y unas ovejas, las de Carlos. Que dentro de poco no habrá ni eso. ¿Y si nos empeñamos un poco en que continúe habiendo matanzas y horneras y manzanas asadas al horno con unto del gocho? La nieve la tenemos asegurada, el paisaje de Belén también. Sólo falta que los pastores no resuelvan sus problemas a garrotazos ni con gritos estridentes. Podríamos hablar mansamente mientras nieva, lentamente y copiosamente. En el bar, en la calle, en el salón o a la puerta de la iglesia. El frío y la nieve nos aclararán las ideas.
Tñ2o.
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