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LA URZ: Corrían los primeros días de agosto. Está de nube,...

Corrían los primeros días de agosto. Está de nube, decían. Lo cierto es que hacía un calor de perros y en cielo había algunas nubes, pero los rayos del sol las atravesaban y hacían justicia. Ese día, como todos los otros, le tocaba a un mozo, de unos doce años, ir con las vacas, al estar tan caluroso: “lo mejor es que vayas rio arriba para que estén más frescas y no mosquen”.
Casi no pararon en los alrededores del molín cimero, enseguida alcanzaron la orilla del pozo del “Cacho” y siguieron río arriba hasta los campares, que hay a la salida del camino de las Peñas para ir a la Muñeca. Allí enfrente, se alza la peña de la Miel. Pertenece a las Derribadas.
Las vacas estaban inquietas, casi no paraban. Seguía haciendo mucho calor. Las nubes se habían vuelto más espesas y el color blanquecino se tornaba grisáceo.
Con mucho adelanto llegamos a los campares que circundan los prados de abajo de la Muñeca. De pronto, un trueno muy fuerte; el calor se vuelve sofocante; caen cuatro gotas gordas. Busco acomodo debajo de una peña para no mojarme.
Las nubes se habían vuelto, casi negras. El calor seguía y, de vez en cuando, caían unas gotas muy grandes y ralas.
Pasarían unos minutos de las cinco de tarde, como no tenía otra cosa mejor que hacer, en mi refugio improvisado, saco la merienda del zurrón. Ese día, además de lo habitual, llevaba de postre una ciembrera de cerezas pequeñas (silvestres). Me puse a merendar.
Estaba partiendo el chorizo sobre una rebanada de pan, cuando un estruendo me sacó de la monotonía. Las nubes eran totalmente negras y rojeaban. Un relámpago, un trueno, otro colibrí, una serpentina, otro rayo … … sobre las peñas que están en la Revuelta de Peña de la Muñeca, tanto hacia el Serrón como al Monteciello, más rayos, más truenos que hacían ecos y reverberaciones. La lluvia golpea con fuerza el suelo. De la tierra salía como un vaho rojizo. Otro rayo, otro, otro, con su consiguiente trueno. Deje de comer el chorizo, estaba asustado, y quizá, por los nervios, me pase a las cerezas primero de una en una, pero a media que aumentaba la intensidad de los rayos y los truenos lo hacía en la cantidad que metía en la boca, y no daba abasto a masticarlas, seguro que tragué unas cuantas.
La tormenta duró unos diez minutos. No hace falta decir que me parecieron una eternidad.
Como siempre qué ha llovido ha escampado, quedó una tarde muy agradable, fresca, aunque no terminé la merienda. Estaba empachado.
Recuerdo que las vacas habían buscado cobijo unas en unas matas, próximas a dónde yo estaba, y las otras habían cruzado el río de la Muñeca para protegerse en el Monteciello, y no abandonaron su “techo” hasta que yo las saqué.
Como anécdota decir, que nunca he vuelto a vivir una tormenta como aquella. Y también comentar que me sirvió de antídoto. Ya pueden caer rayos y centellas.