FOLLOSO: El árbol predominante en los montes de Folloso era...

El árbol predominante en los montes de Folloso era el roble. No hacía falta hacer repoblaciones cuando había alguna quema, cuando alguien con o sin intención "achismaba" algún fuego. Era la especie arbórea dominadora por aquellas altitudes de los dos mil doscientos metros. Los había de centímetros que si escarbabas un poco la tierra todavía descubrías la bellota que le había dado el ser; otros rebrotaban de alguna raíz que la peña la había empujado hacia la superficie y allí mismo, en el contacto con el medio aéreo, se proyectaba hacia el azul un pequeño rebrote; los había que podían tener la estatura de un rapacín y se les llamaba matas; otros ya habían crecido y dejado atrás a urces y escobas y habían alcanzado un grosor que no eran suficientes dos manos trabajadas para abarcarlas y no sé por qué motivo, ni qué relación podía tener para llamarles así, pero el caso es que les decíamos "trampas"; después estaban los robles bien metidos en años, con diferenciación de tronco y ramas bien gordas, de un calibre inferior al tronco pero no con mucha diferencia; por último estaban los rebollos de las devesas, todos centenarios, muchos con nudos prominentes y ramas de formas imaginativas que el tiempo había cubierto de musgos y líquenes que suavizaban las huellas de la vida. Todos ellos, agrupados en lindes, en monte bajo, en fuellos, en robledos, en robledadales, en rebolledos o en rebollares, lucían todas las tonalidades del verde que los ojos pueden diferenciar cuando la flor cuajaba y la hoja cubría todo aquel ramaje que de un marrón invernal pasaba a lucir un castaño brillante amoratado.

En marzo o en abril, dependiendo del tiempo y de la primera arada de las tierras del pan que era la ralva, pero cuando la hoja ya estaba enteramente caída, el alcalde pedáneo repicaba a concejo y anunciaba que había sido concedida la corta de leña. Montes de León había concedido la corta, en un término que le habían propuesto, de las "trampas" para que sirvieran de leña para las cocinas y para la estufa de la escuela. Se fijaba un día de "hacendera" que consistía en marcar el territorio dónde se iba a cortar la leña. Una vez delimitado se hacían los lotes, uno para cada vecino y el correspondiente para la escuela. Esos territorios se señalaban con "bilortos" de paja de centeno que se ataban en las trampas más altas para que fueran visibles y toda la leña que hubiese en aquel rectángulo que te había tocado en suerte, era tuyo. Después se cortaba a golpe de machado y se dejaba en el monte a secar y al otoño, normalmente después de la sementera, se iba con el carro y se traía para el leñero. Una parte se guardaba para tener leña seca y la otra, la mayoría se dejaba en el leñero que solía estar en la calle o a la orilla de la casa o del pajar. Al lado del leñero había un buen madero, tronco grueso sobre el que se colocaba la trampa y se iban cortanto las ramas delgadas por una parte y el tronco de la trampa por otro para tener leña menuda y gruesa para caldear la bilbaína. Cuando las trampas era muy gruesas se iban cortandos los trozos con el machado y después se rajaban en cuatro partes, eso era hacer astillas. También se acarreaban urces que ardían muy bien y cuando había tiempo se sacaban con el azadón las raíces de las urces que llamábamos "tueros" o "tuérganos" o cepos.

En septiembre, cuando el roble tenía toda la hoja todavía verde, se hacía otra corta. La corta de los fullacos. Eran trampas que se recogían con hoja y bellotas y se guardaban en las tenadas (espacio entre las vigas y el techo de las cuadras) bien prensados o en apilonamientos en forma de cono en la era que llamábamos "colmeros". Servía para que el ganado menudo, cabras y ovejas, comiesen hoja verde seca en los días que no podían salir durante el mal tiempo. Una vez pelados los fullacos por el ganado también se picaban para leña.

Según me han contado, yo no me recuerdo, una vez fui con mi hermano a por un carro de leña al quiñón que nos había tocado. El terreno donde estaba la leña tenía mucha pendiente y había peligro de "baltar" el carro. Mi hermano era muy fuerte y tenía una "fuercia" descomunal. Una vez cargado el carro, me dio la "hijada" (vara de avellano con una punta sin cabeza clavada en el extremo más delgado) y me indicó que picase la pareja en una determinada dirección, mientras él se agarraba al carro por la parte de arriba para hacer contrapeso para que no se baltase. Iba con la mano derecha en la rueda del carro y con la izquierda iba buscado tramps y urces dónde agarrarse para que el carro volviese a posar la rueda en tierra porque iba levantada. Entre que yo no piqué en la dirección adecuada la pareja y que la fuerza del carro hacia el otro lado era mayor que la fuerza de mi hermano, baltamos el carro. Baltar el carro estaba muy mal visto. Parece que yo quise que la tierra me tragase, pero la comprensión de mi hermano la recibí con su mirada complice y una sonrisa esbozada en su cara y de mis labios saltaron nerviosas risotadas que contagiaron a mi hermano y allí estuvimos riendo fraternalmente con el carro baltado, antes de desuñir la prareja y descargar la leña.

Un abrazo


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