FOLLOSO: Hola Peña,...

Estaba destinado en Secretaría, llevaba el libro de registro de entradas y salidas, después distribuía el correo por los diferentes departamentos y gobernaba el archivo. Controlaba los adentros de aquel gobierno militar, en cuanto a información se refiere, claro está. Conocía mi ficha, en la que se leía con letras escritas con lápiz rojo: No adicto. Se suponía que al Régimen. También había leído las hojas de servicios de todos los oficiales, la graduación más baja era la de teniente. Leíamos, junto con otro compañero de Venta de Baños que también estaba en el archivo, los orígenes de todos aquellos oficiales, ni uno de Academia, todos eran hijos de la Santa Cruzada. En aquellas hojas de servicio se especificaban los méritos, las medallas y también las faltas y arrestos.

A las nueve de la mañana un oficial pasaba lista. Aquel día cantaba los nombres leídos de una lista, un capitán, sin posibilidad de ascenso. Su estatura no sobrepasaba los ciento sesenta centrímetros, ideología extrema. Alardeaba de ser miembro de los guerrilleros de cristo rey. Poseía una voz un poco aflautada que resultaba clara y fácil de identificar. Su rostro no presentaba nada digno de mención salvo un bigotito jaspeado, muy retallado y por supuesto sin sobrepasar ni un pelo la comisura de los labios.

A medida que aquella voz
aflautada iba cantando nombres, se oían diferentes voces, todas jóvenes, contestando: ¡Presente!. Faltarían tres nombres para acabar el ritual del pase de lista, cuando apareció Santos en el unbral de la puerta del cuarto de la Secretaría; todo sofocado, con los carrillos encendidos, todavía con la gorra puesta y aquella expresión de niño que se ha comido el postre a hurtadillas y disimula. El oficial del bigotito acabó su lista y cuando, ya empezaba a romperse el silencio, la voz aflautada y un poco impostada hizo saber a la concurrencia soldadesca que entre ellos había un traidor que había contestado Presente cuando él había pronunciado el nombre del soldado Santos Martínez. Por el tono y los ademanes, esperaba el capitán, terreno propicio para una batalla que pensaba ganar, pero que adivinaba larga, y como consecuencia de la aplicación de su estrategia y su táctica, acabaría ganando para alargar su figura y reforzar su prestigio. No necesitó repetir la pregunta de: ¿quién ha sido?. Este follosino que había dicho presente dos veces, una por él y otra por su amigo Santos, levantó la mano y dijo, no confesó, como el capitán apuntó diciendo: así que confiesas. Dije que había sido yo, sin emitir argumentos, ni argüir tretas en busca de enmascarar lo evidente. Vino el repaso del soldadito y el castigo correspondiente: una guardia de teléfono. Pero al empezar la revista, traje bien, botas limpias, gorra sin capar, pero el bigote que en aquellas épocas llevaba, era un bigoón a lo Fumanchú, muy caído. " Ese bigote, cortado. No puede sobrepasar la comisura de los labios". Al día siguiente me presenté sin bigote. Si no era caído, para qué quería yo bigote. Pues también me chupé otra guardia de teléfono por haberme cortado el bigote y no fue la última porque la cosa volvió a repetirse. Bigote largo, bigote hasta la comisura, bigote afeitado, guardia de teléfono.

Un abrazo.

Hola Peña,

Me ha hecho mucha gracia eso de "No Adicto". Es que ya se sabe, en
tiempos de Franco, no se daba el abuso de drogas en el ejército;
jajajaja...

Hubiera sido un detalle dejarles un diccionario...

Ana