FOLLOSO: Mira que eres, ¿eh?...

Mi padre cuando las faenas le daban un respiro, cogia el caballo y marchaba muy de madrugada a alguna feria o a algún pueblo de la Comarca o de la vecinas Luna o Babia. En una de esas escapadas fugaces volvió con un novillo rojo con zonas difuminadas negruzcas que rompía la uniformidad del rojizo típico del vacuno rojo. Estaba bien astado, de falda caída y era huesudo y ancho. Pero la característica más destacada para aquel rapacín era el poblado pelo rojo y negro que le poblaba la testuz formando tupidos rizos. Esa pelambrera abundante y rizosa sirvió para que mi hermana y yo en la primera obsevación de reconocimiento, más yo que ella, le adjudicásemos el nombre de Rizoso, y así, quedó bautizado, desde que bajó la Peña de Arriba y mi padre, debajo del nogal, le soltó el cordel que unía sus cuernos a la cola del caballo.
A la semana siguiente, volvió a desaparecer mi padre con el caballo de la estrella en la frente. A Rizoso lo había comprado en Senra, pero esta vez atravesó las altas y grises montañas, más allá de Salce y fue en San Emiliano donde compró, esta vez un torito, negro zahíno, brillante, un poco alto de falda pero con una estampa perfecta, de cartel de anuncio de corrida de toros. Sus cuernos no eran tan gordos como los de Rizoso, pero eran un poco más largos y plantados con una simetría perfecta. Cuando fue descolado del caballo, no tuve opción, como con Rizoso, en participar e imponer el nombre. Esta vez, sin casi poder sugerir uno, mi hermana se lo había adjudicado ya al torito nuevo. Se llamó Islero. Después escuché con mucha atención una historia de toros, toreros, Manolete, Linare, sangre, lucha y muerte.
Tanto Rizoso como Islero fueron recorriendo los diferente prados con el resto del ganado, aprovechando la otoñada que aquel año era abundante. Los primeros días se dedicaron a medirse, a reconocer los otros comensales y sobre todo a llenar sus panzas y a cambiar la cara y el pelo. Enseguida pusieron unos kilos y ya se sabe que de la panza sale la danza. Comenzaron a mirarse, digamos que con poca estima, más bien con recelo, fuerza y enemistad. Primero fueron unos aluches de tanteo, testa contra testa y empujaban a ver quien hacía retroceder a quien. "Reburdiaban" con gran estruendo, de tal manera que el resto del ganado dejaba de pastar para escuchar entre admiración y temor aquellos fieros sonidos de provocación y afirmación de aquí estoy yo. Cuando, al retornábamos a casa,
se enfrentaban, era un espectáculo oirles reburdiar, levantar plovo escarbando con sus patas delanteras, coger carrera y chocar como dos trenes. Después de empujar, el que conseguía mover al otro, el que retrocedía se apartaba en busca de nuevas fuerzas, solía lanzar, ya, una cornada. Los empujes los ganaban con alternancia, y las cornadas las daban los dos y los dos estaban bastante marcados. Hasta que mi padre decidió quitarme el espectáculo y pastaron en prados diferentes, y en el invierno, que solo salían del establo a beber agua a la fuente, también tenían que salir en turnos diferentes.

Rizoso e Islero fueron vendidos en Santamarina en Riello. Pesaron cerca de 600 kg y fueron muy rentables según mi padre. Les había ganado un montón de reales.

Un abrazo.

Buena historia, aunque debo admitir que me esperaba un desarrollo diferente, pensé que nos ibas a contar tus prácticas de toreo.

Ana

Mira que eres, ¿eh?

Aunque algunas vacas salían "turrionas", y ahora en fechas cercanas se acercaban los "zafarrones" con las astas de toro montadas en un soporte de madera, su espada, su capote y su traje de luces y simulaban los tercios para recoger donativos de la matanza y del ñal, y así hacer una buena merendola y baile de pandereta después, no eran tierras que alumbraran practicantes del arte de Cuchares. Aunque Ponjos tenga un hijo ilustre, con apellido que nos es familiar, que se dedicara a alguna de las técnicas de la lidia.
Otro día explicaré la única experiencia que he tenido con los toros de lidia, bueno, más bien de encierro.

Un abrazo.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Aunque la tauromaquia no tenga mucha tradición en la Lomba... ¿de
verdad que despues de oir la historia "de toros, toreros, sangre,
lucha y muerte" no se te pasó por la cabeza hacerte un capote con la
manta y jugar a ser Manolete con Islero? (aunque ya no te quedara sitio
para mas cicatrices)

Ana