FOLLOSO: Hola Peña,...

El hermano menor de mi padre vivía en la capital del Reino y con su nombre me llamaba bastante veces a mi, mi padre. Tenía mi tío una única hija. Por lo que yo oía en comentarios hechos en la mesa, era mala comedora y al tío, no sé si para que los puros aires de la montaña y sus finas aguas despertaran el apetito a la niña o para que descubriese sus orígenes, envió a la prima a pasar una temporada de verano y disfrutar del pueblo. A mi me pareció estupendo, ¡una veraneante en casa!. Por lo que yo había visto de otros veraneantes, eran una fuente de conocimiento y sorpresas. Podría estar a la altura, yo también aportaba un veraneante. Mi prima era unos años mayor que yo. La novedad me llenó de alegría, pero poco a poco aquella satisfacción fue apagándose poco a poco. Me iba desposeyendo de mi pequeño reino. La atención de mi hermana ya no estaba focalizada en mi, más bien casi ni se posaba en mi persona, hasta veía un poco de abandono de la sonrisa acariciadora y de la palabra dulce de mi madre. En los juegos del "esconderite" o la "maya", o el hablar con la "ti" que me costó un montón descifrar, me veía un poco relegado. El sentimiento subjetivo de que me habían robado la atención de mis familiares directos y la percepción de haber sido relegado en el grupo de juegos, despertó en mi esa enfermedad de los celos que sin saber como, hace que te comportes de manaera descontrolada o por lo menos sorprendente.

En el pueblo de la Ñ, del que era originario mi padre, vivía mi tía Florinda a la que yo quería mucho. Su tono de voz me era muy agradable, al igual que su aspecto que aunque tenía arrugas, no me provocaba la impresión de vejez que me producían otras personas. Incluso recuerdo con agrado su olor. No era el de mamá, claro, pero estaba en la parte alta de la tabla de los olores agradables. Siempre que iba a su casa, nunca me faltaba la palabra motivadora y la galleta o la onza de chocolate que eran verdaderos tesoros. Tenía dos hijos mozos, mis primos, que siempre me trataron con mimo. Para mi siempre había un trozo de rosca de las bodas o un trozo de Mazapán en san Juan. El mayor, José María, buscaba la sorpresa en mi expresión, aprovechando cualquier prospecto de medicamento para confeccionar una pajarita de papel y transformarla en una mesa, en dos barcos, en una pajarita con capucha, en un pez con una boca que me comía la nariz. Otras veces me hacía un fuelle de papel en el que introducía harina y me pintaba de blanco la cara. Mientras hacía que mis ojos se desorbitaran crecía mi cariño hacia él, convirtiéndose en el primo predileto. De Pedritos, recuerdo un avión de madera que me hizo para Reyes, blanco, de madera pelada y trabajado con la navaja y que al primer vuelo se estrelló en la pared y perdió un ala.
Una tarde de aquel verano vino el primo José María a buscar la prima veraneante para que pasara unos días en el pueblo de la Ñ. Vino con su burro blanco que dejo atado a la sombra del nogal. Después de merendar en la cocina, slimos todos a la calle a despedir al trío. Acercaron el burro blanco a la escalera de la calle, montó José María a patas "cajinas" y a continuación en la parte de atrás de la albarda montó la prima Marisa, sentada, como las mujeres, sujetándose con un brazo a la cintura de mi primo predilecto. Todos los demás dijeron adiós con la mano debajo del nogal, mientras, ellos enfilaban la suave subida del camino de la Fuente. Yo iba detrás con el tiragomas en la mano arreandoles el burro. El viejo pollino no se inmutaba, seguía tranquilo su desplazamiento regular. Al llegar al Alto de la Fuente, el camino describe una pequeña curba, perdiéndose de la vista mi casa y empieza una leve bajada hacia la pequeña esplanada de la Fuente. No sé si porque cuesta abajo todos los santos ayudan o porque el jumento estaba harto de la constante fustigación que el tirador, impulsado por mi, le hacía en sus atrases o que el murmullo del agua le llamó a beber o la conjugación de todo, el caso es que el Platero viejo dejó su caminar cadencioso y empezó a exhibir un trote alegre, mientras José María gritaba. ¡Soooo! ¡Sooooo! Platero viejo no oyó el Sooo! Acuciado por los golpes de tirador, pasó del vivo trote a un galopar a cuatro manos en toda regla. Cuando tenía enfrente el pozo de lavar y a la derecha el de regar, los dos primos salieron volando y dieron con sus huesos en el polvoriento camino. Se levanteron. Mi primo me miró con aquellas miradas que hieren cual afilada espada. Ellos se sacudieron el mucho polvo, mi primo se caló el sombrero de paja y recogió el burro que bebia en el pozo de lavar. Los dos, delante, y el burro del ramal, se perdieron por las Llamas de la Iglesia camino de la Espina buscando el pueblo de la Ñ.

Un abrazo.

Hola Peña,

Espero que tus primos no se chivaran a los Reyes Magos (aunque de todas
formas estos suelen ser muy desmemoriados con las travesuras).

Ana