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FOLLOSO: No recuerdo muy bien cunado apareció por casa el balón...

No recuerdo muy bien cunado apareció por casa el balón azul. No sé si me lo había regalado mi hermano o si en algún momento se lo habían regalado a él. Más bien creo lo primero, pero memoria del pelotón azul con manchas negras la tengo de siempre. Lo recuerdo cuando se me encajaba debajo de la gran porra del nogal. Por debajo de las raices, justo debajo de la gran porra del centenario nogal pasaba en invierno y primavera un arroyo de agua que manaba en una fuente del camino del Castillo por encima de la era. En verano no pasaba agua, pero allí permanecía el agujero para que se colara el pelotón azul que al intentar sacarlo se encajaba más. Lo recuerdo encima del leñero y hacer equilibrios por encima de las trampas para recuperarlo o verlo rodar calle abajo hasta el manzanal de la calle de enfrende de la casa de Manuela de Bernardo. Estuvo bastante tiempo olvidado y no volvió a la vida activa hasta que cuando hacía tercero de bachiller y me había cambiado de patrona y de barrio entré en un equipo de fútbol. Allí jugaba de portero y en las vacaciones volvió mi balón a la vida y era estrellado en la fachada sur de mi casa, contra las piedras sillares que enmarcaban la ventana del cuartobajo y al salir mi balón despedido, yo lo atrapaba, simulando paradas y sujetándolo con las dos manos. De tanto entreno y de tanto choque contra las paredes de mi casa, la goma azul con desconchones negros llegó a su fín y dejo libre el aire tantos años prisionero en aquel recinto esférico en reposo y en movimiento, botando entre piedras o volando por los aires límpidos de mi querido Folloso.

El cambio de patrona me llevó a la calle Cascalerías a media distancia de la iglesia de San Martín y de la de Nuestra Señora del Mercado. Esta última, creo que no muy valorada o por lo menos no muy promocionada y es una verdadera joya del románico.

La plaza del Mercado o del Grano era nuestro verdadero hogar donde hacíamos muchas horas de charla, de juego prohibido de pelota, donde a escondidas fumábamos nuestros cigarros y dónde nos reuníamos para ir a entrenar al Legido, hoy totalemete edificado. Recuerdo aquella plaza con mucho cariño, con su piso empedrado y el estanque- fuente en el centro con unos álamos enormes bordeándolo. Recuero la redada que nos hicieron los municipales por jugar a pelota en la calle. Muchas veces habían venido con las bicis en nuestra busqueda, pero en la plaza con el empedrado, nosotros nos defendíamos mejor. Teníamos muchas salidas, portales y hasta la sacristía de la iglesia. Aquel día estábamos jugando en espacio reducido en calle con dos salidas, una en escalerilla y otra hacia la plaza, justo en el portal donde vivía la Pirriaca- prostituta conocida del barrio- que nosotros dedujimos que había sido la denunciante. Vinieron bastantes, por las escalerillas de arriba i por los dos costados de la plaza, pegados a las paredes para taponarnos las salidas. Todo lo hicieron muy sincronizado y no tuvimos más remedio que rendirnos y acompañarlos al cuartelillo de la Plaza Mayor y escuchar el sermón, dar nuestros datos y empezar a pensar como pagaríamos el importe de la multa.
También recuerdo las tardes de domingo ir a repartir a los de la imprenta, donde trabajab el extrmo derecha Nino, los resultados de los equipos de fúfbol por los bares y ganarnos unas pesetillas. Eran unas hojas tamño folio que informaban de la quiniela y mostraban intercalada propaganda de bares.

Los dos primeros años en la Capapital del Reino en colegio de élite, por toda experiencia balompédica tenía la de mi pelotón azul y no era la suficiente para que fuese escogido por los jugones de la clase para hacer los partidillos. Allí experimenté aquello de quedar para el final y incluso ver arrugar la cara a alguien como diciendo: ya nos ha tocado a nosotros. Siempre era el que la colaba en la vía y el que tenía que bajar a buscarla con el consiguiente "burreo". Los niños son encantadores, pero en grupo, a veces, si no están bien dirigidos, son muy crueles.

Aquel año en el nuevo barrio y con nuevos compañeros todo fue diferente para bien. Al no ser hábil con los pies, me apunté de portero. Era valiente y de estatura no era de los bajitos y me hice un hueco. Recuerdo a Nandi, monitor de Acción Católica que nos hacía de entrenador. Llevaba la ropa en unas cestas de mimbre y el balón de correas y la bomba de hinchar. Algún día nos acompañaba al Legido el padre de Cereijo que había jugado en la Cultural de defensa izquierdo. La mitad del equipo éramos del Barcelona, la otra mitad del Madrid y todos de segundo del Bilbao y por supuesto de la Cultural. Los domingos a las cinco, cuando había partido, estábaos vigilantes a la puerta de tribuna en Puentecillas a ver si algún socio se apiedaba de nosostros y nos metía a ver el partido de turno. En aquellos momentos el portero de la Cultural era Mambrilla.

El campeonato de fúlbol nuestro se jugaba en El Hispánico. Se ciclostilaba una especie de periódico donde se hacía una croniquilla del partido, se daban las alineaciones y se mencionaba a los jugadores destacados. Yo salí destacado, en azul sobre blanco porque la tinta del periódico era azul, varios domingos. Uno de ellos llegó a mi hermano y un domingo sin decirme nada fue a verme. Jugábamos contra San Claudio. Todo iba bien hasta que el delantero centro del San Claudio se adelanta y viene solo derecho a mi. Salgo, me tiro a sus pies y despejo el balón al corner. Mientras yo hacía esa hazaña, el delantero armó su pierna derecha y la lanzó con toda la violencia del mundo concentrada en su empeine al encuentro del balón que para desgracia mía no encontró. Su empeine se estrelló en el lateral derecho de mi cara. Me incorporé, como si nada, lanzaron el corner, atrapé el balón y saqué con fuerza hacia fuera y me desplomé. Mi hermano vino asustado. Sangré por la nariz, por la boca, por el oído y tuve el ojo derecho tapado por el hinchazón varios días. Me alimentaron con una pajita a base de líquidos dos días y poco a poco volví a la normalidad. Seguí jugando de portero pero cuando algún delantero se desmarcaba yo ya nunca me tiré a sus pies. Mi carrera futbolítica se acabó aquel día que el delantero centro del San Claudio se equivocó de pelota. Más tarde fui portero de balonmano y de hockey sala, pero esas son otrs historias.

Un abrazo.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Hola Peña,

El delantero centro del San Claudio. ¿se apellidaba de Jong, por casualidad?

Ana