Los trillos en su parte delantera llevaban un gancho con el que se unían al cambicio, vara gorda de madera que, a su vez mediante una cabija o especie de pasador, de madera o de hierro, se unía al yugo con el que se uncían a la pareja de vacas. Normalmente se trillaba con dos o tres parejas que se colocaban unas en un sentido y otras en el sentido contrario, y durante horas se pasaban los trillos rotando en circulo, cuantas más vueltas mejor, hasta que la paja quedaba triturada muy fina y el grano se soltaba de las espigas.
En cada trillo iba un “conductor” con la ijada, sentado en una silla pequeña, pendiente de que la pareja de vacas no se salieran de la trilla y con la pala preparada por si alguna de ellas tuviera “un apretón”, para evitar que se manchara todo con las boñigas Estar un ratito dando vueltas en el trillo era entretenido, y para los chavales divertido, pero aguantar todo el día con aquel calor sofocante y aquel polvo…
Cuando teníamos sed se mandaba ir a los rapaces más pequeños con los botijos a por agua fresca.
Se paraba para comer el almuerzo que las mujeres nos llevaban a la era y echar la siesta a la sombra de algún árbol grande; también, se desenganchaban los animales para que comieran y descansaran.
Después se le daba la vuelta a la paja con los bieldos, horcas con dientes de tablillas, para sacar arriba la paja pegada al suelo por el peso de los trillos y que quedara abajo la que estaba más molida, y ¡hala!, otra vez a los trillos hasta el atardecer en que ya, por fin, se atropaba y se hacía una gran parva.
Y así cada día se procedía a extender el cereal y a trillarlo hasta que se terminaba de trillar todo. Era bonito ver las eras llenas de parvas, cuando todos los vecinos iban finalizando la trilla, ya que cada vecino tenía la propia a cada lado de la carretera;
Había veces que, en mitad de una trilla, se veía que el cielo se llenaba de nubes y se sospechaba que iba a comenzar alguna tormenta; entonces teníamos que recoger a toda velocidad y tapar los montones con plásticos para que el daño fuera menor, porque si se calaba de agua el bálago, era una faena porque había que interrumpir la trilla varios días hasta que se secara.
Una vez trillado, había que hacer la limpia que consistía en separar la paja del grano; para esto tenía que hacer aire, pues se hacía cogiendo con los bieldos y tirando al alto así el aire se llevaba la paja para adelante y el grano, como pesa más, se quedaba en un montón.
Esta tarea era mucho más incómoda de lo que pudiera parecer por el polvillo que se desprendía y que se metía en los ojos y entre la ropa, provocando un picor fastidioso.
La cantidad de cereal recogido se calculaba con diversas medidas: la fanega, que son 42 kg. y se medía con un recipiente de forma cuadrada y un lado triangular que tenía esta capacidad; el celemín, que es la doceava parte de la fanega; el recipiente con que se medían los celemines se dividía a su vez en varios apartados: un celemín, medio y un cuarto; luego estaban también la hemina, que son 14 kg, y la arroba 11,5 Kg.
En cada trillo iba un “conductor” con la ijada, sentado en una silla pequeña, pendiente de que la pareja de vacas no se salieran de la trilla y con la pala preparada por si alguna de ellas tuviera “un apretón”, para evitar que se manchara todo con las boñigas Estar un ratito dando vueltas en el trillo era entretenido, y para los chavales divertido, pero aguantar todo el día con aquel calor sofocante y aquel polvo…
Cuando teníamos sed se mandaba ir a los rapaces más pequeños con los botijos a por agua fresca.
Se paraba para comer el almuerzo que las mujeres nos llevaban a la era y echar la siesta a la sombra de algún árbol grande; también, se desenganchaban los animales para que comieran y descansaran.
Después se le daba la vuelta a la paja con los bieldos, horcas con dientes de tablillas, para sacar arriba la paja pegada al suelo por el peso de los trillos y que quedara abajo la que estaba más molida, y ¡hala!, otra vez a los trillos hasta el atardecer en que ya, por fin, se atropaba y se hacía una gran parva.
Y así cada día se procedía a extender el cereal y a trillarlo hasta que se terminaba de trillar todo. Era bonito ver las eras llenas de parvas, cuando todos los vecinos iban finalizando la trilla, ya que cada vecino tenía la propia a cada lado de la carretera;
Había veces que, en mitad de una trilla, se veía que el cielo se llenaba de nubes y se sospechaba que iba a comenzar alguna tormenta; entonces teníamos que recoger a toda velocidad y tapar los montones con plásticos para que el daño fuera menor, porque si se calaba de agua el bálago, era una faena porque había que interrumpir la trilla varios días hasta que se secara.
Una vez trillado, había que hacer la limpia que consistía en separar la paja del grano; para esto tenía que hacer aire, pues se hacía cogiendo con los bieldos y tirando al alto así el aire se llevaba la paja para adelante y el grano, como pesa más, se quedaba en un montón.
Esta tarea era mucho más incómoda de lo que pudiera parecer por el polvillo que se desprendía y que se metía en los ojos y entre la ropa, provocando un picor fastidioso.
La cantidad de cereal recogido se calculaba con diversas medidas: la fanega, que son 42 kg. y se medía con un recipiente de forma cuadrada y un lado triangular que tenía esta capacidad; el celemín, que es la doceava parte de la fanega; el recipiente con que se medían los celemines se dividía a su vez en varios apartados: un celemín, medio y un cuarto; luego estaban también la hemina, que son 14 kg, y la arroba 11,5 Kg.
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