Señal del Castillo de Tedeja en el Silo, TRESPADERNE

Dominando la entrada del desfiladero de la Horadada, su visión alcanza la mitad del Cañón de la Horadada, las dos vertientes del río Nela hasta Medina y el comienzo del Valle de Tobalina. Los restos del antiguo castillo de Tedeja se encuentran en una de las últimas cumbres de la sierra de la Tesla.

El control del desfiladero de la Horadada, paso crucial en la comunicación entre la Meseta y el Cantábrico, era una tarea muy fácil debido a la estratégica posición de esta fortaleza.

Las primeras citas documentales sobre esta fortaleza son del año 1045, aunque los restos de una torre, muralla y una puerta, datan del año 450, dentro del Bajo Imperio Romano. También según datos recogidos en el libro «Condado de Castilla» de Fray Justo Pérez de Urbel, el fundador del Castillo de Tedeja fue don Pedro, duque de Cantabria, muerto en el 740.

El nombre de Tedeja procede del término latín Tetelis, que significa tutela, vigía, lo que no hace sino remarcar su situación y la importancia y significación inicial del recinto militar romano. Su privilegiada ubicación, dominando el paso de La Horadada, el profundo foso, los escarpes y las gruesas murallas hicieron de Tedeja una fortaleza casi inexpugnable. Más de dos metros de grosor miden varios de los muros sacados a la luz. Seis cubos semicirculares macizos parecen haber servido de atalayas. En el este se ha podido localizar una de las puertas del recinto, estrecha y larga, y protegida por una torre cuadrangular de sillería. Este sector es el que da la cronología más temprana. La ubicación de la fortaleza al final del desfiladero hace pensar que ésta fortificación romana del siglo V sólo podía tener un sentido: cerrar el paso por el norte a las tribus invasoras y enemigas del Imperio.

La importancia de la fortaleza de Tedeja decae en el momento en la que la función primera para la que fue construido (función defensiva), va perdiendo importancia, ya que con el retroceso de la línea invasora musulmana, las montañas de Burgos carecen de protagonismo, pues pasan de ser línea de vanguardia a ser de retaguardia.

El sueño comenzó allá por el año 1981 cuando Roberto Fernández, presidente de la Asociación Tedeja, impulsora de la recuperación del castillo, dio con los primeros restos en la cima del monte que da entrada al desfiladero de La Horadada desde Trespaderne. Desde entonces se han sucedido varias campañas de excavaciones, ha permitido descubrir un nuevos tramos de muralla rematada por un torreón, el cuarto de los aparecidos desde que comenzó a excavarse en el recinto, que a su vez sirve de cierre al perímetro amurallado por su flanco suroeste, dando vista al cañón y en una zona donde la fortaleza ya se defiende solo con el corte natural de la montaña.

Pero la presente campaña arqueológica está más orientada a la consolidación y puesta en valor de todo lo aparecido en las intervenciones anteriores que de búsqueda de nuevos restos. Se trata, por decirlo de alguna manera, de dar forma a aquel sueño primero y que los fuertes muros de Tedeja y sus torreones sean visibles desde Trespaderne y el desfiladero de La Horadada.

En la fortaleza, el objetivo es desenterrar y consolidar el máximo posible del perímetro de la fortaleza, sin excavar en su interior, algo que será objeto de futuras actuaciones. «Lo fundamental es proteger las ruinas, evitar los derrumbes, levantar un plano de todo el recinto, conocer el sistema constructivo y ver las secuencias de ocupación», detalla la arqueóloga.

La documentación disponible y las sucesivas investigaciones emprendidas desde que en los años 90 se iniciaron los primeros trabajos, de la mano de Ramón Bohigas e Ignacio Ruiz Vélez, codirectores del yacimiento, atestiguan que el castillo de Tedeja estuvo ocupado desde época Tardorromana (siglos III-IV) hasta la alta y plena Edad Media (siglos X-XIII), cuando tuvo su momento de mayor apogeo.

El tramo de la muralla descubierto uno de los veranos, de cuya existencia ya se tenía conocimiento, tiene una anchura de dos metros y está construido con dos muros de piedra y cal y un relleno interno de cascajo. En lo que restaba de campaña la idea es seguir abriendo la línea de muralla en dirección al pueblo y el antemuro que tenía el castillo como primera línea de defensa, así como desbrozar la cima de la montaña para que el recinto amurallado sea perfectamente visible desde Trespaderne, al igual que un quinto torreón que apenas se adivina ahora entre escombros de piedra y maleza y que también saldrá a la luz, explica María Negredo, que dirige a un equipo de ocho personas que ejecuta los trabajos.

En algunas zonas se han recrecido ligeramente los muros y torres, para perfilar la silueta de la antigua fortaleza, pero siempre delimitando y diferenciado perfectamente con malla y una argamasa distinta las ruinas tal cual estaban de las piedras colocadas a posteriori.

La fortaleza es visitable y al mismo se accede con coche por una pista de tierra desde la estación de Renfe de Trespaderne. Todo este patrimonio arqueológico hay que contextualizarlo en un periodo a partir de la época tardorromana de efervescencia en estos valles del norte burgalés, con intensos movimientos y asentamientos humanos con una misión de control del territorio y que han dejado bajo el peso de los siglos y los escombros, vestigios notables de monasterios, necrópolis y ermitas, testimonio del poder religioso, político y militar de aquellos remotos tiempos.