Yosune, soy un hijo de Ytero. Pero poco, muy poco saboreé el buen vino de las
bodegas. El olor del
río Pisuerga, los atardeceres veraniegos, cuando el zierzo a las ocho de la tarde manchaba el poniente de unos
colores rojizos fluorescentes preciosos. Ytero era seco, maravilloso. ¿Cómo es ahora?. Allí quedó mi niñez acompañando el trinar de los pájaros posados en los álamos que crecían junto a el arroyo que estaba a pie de las bodegas que, aún hoy, creo, se descizan a la
sombra del
castillo. Cúanto
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