En Itero, de niños, todos subíamos a los
árboles a escudriñar los
nidos, romper los huevos, o nos íbanos a coger cangrejos entre la maleza y las
piedras del Pisuerga... Allí dónde Itero cambia el apellido del
Castillo por la Vega, donde las piedras volaban por los aires de una orilla del
río a otra. La distancia nos hacía odiarnos.