INCINILLAS: LOS CABALLOS SE VOLVIAN LOCOS EN SU PRADO ...

LOS CABALLOS SE VOLVIAN LOCOS EN SU PRADO
Aquella noche del mes de septiembre, de mil novecientos setenta y cinco. En la provincia de Burgos, cerca de Villarcayo, los caballos que pastaban y dormían en el prado, fueron visitados por seres que parecían de otras dimensiones. El cuidador propietario de aquella ganadería, sufrió las consecuencias que le dejaron arruinado, con el paso de los días siguientes, en que él desde su casa, viendo una luz cegadora, comprobó cómo una gran nave, que no metía apenas ruido, descendía junto a sus caballos, y estos animales intentaron salir corriendo de la cerca que les había colocado su dueño, para que no pudieran escapar, y así causar daños a otras propiedades agrícolas. Los caballos asustados relincharon, para intentar amedrentar a los visitantes nocturnos, que parece que les dominaron y hicieron con ellos pruebas, que nadie después fue capaz de saber su misterio. Aquella noche el cuidador y dueño, no fue capaz de salir de su casa, que tan solo se encontraba cómo a unos mil metros de distancia, de donde pastaban sus caballos. Al llegar la madrugada, intentando coger fuerzas de arrogancia, el cuidador dueño de las caballerías, decidió por fin acercarse hasta el lugar donde dormían sus caballos, al llegar allí, se dio cuenta perfectamente, que algo raro había pasado, la mayoría de los caballos, no tenían fuerza para levantarse del suelo, y sus ojos parecían todos rojos, con tembladeras en su cuerpo, que al dueño le dieron por pensar. Sobre el pasto del prado, había unas marcas de hierba medio quemada, con manchas que no entendía de que podían ser, Trato de analizar el problema surgido, aquella misteriosa noche, pero su mente no encontraba respuesta fácil, por fin decidió ir a buscar al veterinario de la comarca, ya que tenía una iguala con él sobre las visitas a su ganado. Al ir a buscarle al veterinario, un vecino de casa y fincas le comento. Creo que anoche nos visitaron extraterrestres, y parece que hicieron daño a ciertos animales. El cuidador dueño de los caballos, empezó a sentir escalofríos por su cuerpo, aunque aquella mañana no era demasiado fría, al llegar a la casa del veterinario, les recibió con muy buenos modales, pero a continuación cuando le conto la historia de seres extraños, el veterinario le miro a los ojos y le dijo. “Estas seguro de lo que me cuentas de anoche”. El cuidador dueño, se quedo perplejo, no esperaba que nadie le pusiera en duda su palabra, aún así y todo, le acompaño hasta su cerca, donde los caballos seguían tumbados sobre el césped, sin poder levantarse del suelo. El veterinario le comento. “Que les distes de comer estos días pasados”, el dueño le contesto”. Nada nuevo”. Pero aquel cuadro de los caballos tirados en el suelo, con los ojos rojos, le dieron que pensar al veterinario, era superior a su preparación aquella maldita situación. En los días siguientes, los caballos fueron la mayoría víctimas mortales de aquella fatídica noche, y la mayoría recibió en aquel mismo lugar su sepultura, con canastas de cal viva alrededor de su cuerpo, para si era una peste, que no avanzara más. El veterinario con mucho miedo, recogió alguna muestra de algún caballo que había agonizado, y trato de mandarlo algún laboratorio químico, donde no supieron darle ninguna contestación explicativa del caso. Todo parecía un misterio sin resolver, los caballos que pudieron salvarse, caminaban con el paso lento y torpe, y no eran capaces de salir a galopar, sus músculos o huesos, parecían renguear, y el dueño callaba su desgracia, para no dar oídos a sordos, ya que se comentaba por aquellas tierras, que habían aparecido, varios conejos y liebres muertas, sin saber de qué. Todo aquello se llevaba en el más absoluto silencio, para que la gente de la comarca, no pensaran que estaban todos locos, por eso el ganadero no podía reclamar a nadie, su desgracia con los caballos, cuando les intentaba acariciar, los caballos parecían quedarse dormidos, y ni tan siquiera movían su cola, como antes de aquella noche solían hacer. Un periodista de un medio internacional, llego hasta esa tierra burgalesa, para averiguar que había pasado. Pero la gente de esas tierras castellanas, no suele hablar nada de sus desgracias campesinas, y el periodista tuvo que marchar, sin entender aquel amargo silencio, que les obligaba a ser cómplices de su propia desgracia. G X Cantalapiedra.