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BUSTILLO DEL PARAMO: Buenas noches Chindasvinto, bonito relato, y que gracia...

Una vez pasados los rigores invernales y con la primavera ya en ciernes, los caminos del valle también eran más amables en este tiempo con el caminante, con el trabajador o con el que, como nosotros, no tenía más ocupación que zanganear, buscar nidos, correr a las perdices o subirse a los árboles por el mero placer de ver las cosas desde un nivel superior.
Y como era el tiempo en que la mayoría de las aves comenzaban a hacer sus nidos o estaban ya en plena nidificación o, incluso, en la cría de sus polluelos, no era difícil ver un ave que iba con un gusano en el pico o con una paja, una pluma o una minúscula vedija de lana para terminar su nido.
Así es como la casualidad nos permitió ver una abubilla que se dirigía a su tronco para cebar a sus crías. Yo nunca hubiera dicho que una abubilla se arriesgara a proparar su nido tan cerca de las casas habitadas (estaba a cincuenta metros de la pared trasera de la iglesia) porque, en general, son muy tímidas y asustadizas. Suelen aprovechar los agujeros abandonados en años anteriores por los picos carpinteros, los picorrelinches a decir de mis amigos, pero ésta había utilizado un hueco natural del árbol, lo que le permitía tener el nido a una distancia bastante considerable de la entrada, a un brazo de profundidad.
--Oye, Silvino --decía Alfonso alborozado--, hay visto una bubulilla que iba con un gusano en el pico y sé dónde está el nido, ¿queréis que vayamos a ver cómo son de grandes los bubulillos?
-- ¡Hombre, claro! Y si son ya volantones hacemos una merienda con ellos --decidimos inmediatamente.
Llegados al tronco del árbol, la cuestión no era quién subía a comprobarlo, porque a nadie de nosotros nos importaba demasiado trepar por un árbol más o menos, pero, de todas formas, decidimos echar a pajas para ver quién iba a encargarse de hacerlo.
--Bien, pues me ha tocado a mí --decía yo--, allá voy
Sin grandes dificultades llegué hasta el agujero por donde Alfonso decía haber visto introducirse la abubilla. Me extrañó notar un olor bastante raro y no precisamente de perfume, ni de comida, ni de tocador, sino un olor más bien exótico.
--Mete pronto la mano --gritaba Silvino--, porque si son volantones se te van a escapar.
Yo, como medida de precaución, cerré la entrada con la mano hasta que me decidía a introducir el brazo entero y tocar los polluelos.
Todo fue contactar mi mano con los dichosos bubulillos como recibir una descarga a presión de heces calientes y nauseabundas que me hizo retirar la mano como su hibiera tocado un ascua. Nervioso, inicié la retirada, pero no debía ir bien seguro porque Alfonso me gritaba:
--Ojo, que te vas a escurrir y te vas a dar una morrada; agárrate bien a esa rama gorda que está por encima de tu cabeza, a la derecha, y baja despacio. Pínate un poco sobre la mocha del árbol y agarra la rama. Si llegas a agarrarla podrás escolingarte por ella.
Ya en el suelo y sin reponerme aún del susto tanto de la fuerte descarga de heces calientes como del accidentado descenso, a Silvino no se le ocurre otra cosa que decirme;
-- ¡Jo, como güeles!, a ti hay que meterte en lejía
Y Alfonso remacha el clavo preguntando:
-- ¿Así que no vamos a hacer la merienda de bubulillos? ¡Qué pena!
Al oír lo de la merienda me da un vuelco el estómago y digo a mis amigos:
--Eso no se lo come ni el gato de la Felisa, por mucha habre que tenga, y si se lo come, lo gomita
Ya sé que todo animal, por muy irracional que sea, ha desarrollado sus métodos de defensa, pero desde entonces sé que el de las crías de abubilla es un sistema de lo más disuasorio. Cada vez que veo con cierta frecuencia una abubilla por el césped del jardín buscando gusanos para sus crías me viene a la memoria aquel chorro fétido y caliente, a presión, de hace más de sesenta años.
Con el hambre ya despierta con lo de la fracasada merienda de bubulillos, nos dirigimos al nogal del puente, un nogal que no tenía amo, pero sobre el que todo el mundo quería mandar.
--Al menos vamos a coger unas nueces para la merienda --decía Alfonso--; no serán tan buenas como un pajarito frito, pero algo es algo.
--Pero hombre, no seáis ceporros --decía Silvino--, ahora las nueces están en leche. Más vale que entremos en el huerto de Alejando y le levantemos un pepino; total por un pepino no se va a hacer pobre.
Quitamos con cuidado el tronco de madera atravesado en la puerta para impedir el paso, pero con tan mala fortuna que se desprendió la corteza medio podrida que le recubría y quedó al descubierto un puñado de tijeretas que huían cada una por su parte.
-- ¡Hala, hala! --exclama Silvino-- mirad, nunca hay visto tanta cantidad de cortapichas juntas.
-- ¡Que no son cortapichas, son cortatetas! --dice Alfonso.
--Pues los de Hormazuela las llaman cortalilas --intervengo yo. (Con el tiempo he llegado a saber que por la comarca de Tudela les llaman cortapichilinas y cortapitos y por Extremadura cortacucah, cortapiche y cortatiheras).
--Bueno, de los de Hormazuela no te fíes porque son más cazurros... --replica Alfonso--; ¡mira que a los saltacapas les llaman saltamontes! Chindasvinto

Buenas noches Chindasvinto, bonito relato, y que gracia lo de las cortatetas que es asi como las llamabamos nosotras,
Feliz noche
Un abrazooooooooooooooooooo