Cupula del Cimborrio, BURGOS

El cimborrio es uno de los elementos arquitectónicos más importantes de la catedral; se puede afirmar que es la linterna o cúpula más bellas de todo el Renacimiento español, tanto por su originalidad arquitectónica como por su abundante y valiosísima decoración escultórica. De él decía Felipe II que «más parecía obra de ángeles que de hombres«.

Todas las galas del gótico y todos los lujos del renacimiento se dan cita en tal construcción, principalmente en la asombrosa estrella de ocho puntas que parece certificarnos que, efectivamente, estamos en el cielo.

Todo el conjunto descansa en cuatro poderosas columnas, que se asientan sobre amplia base octogonal. A la altura de los ventanales de las naves se inician cuatro arcos torales y cuatro pechinas, a partir de las cuales surge el octógono de la linterna, que desemboca en la más fastuosa ornamentación, básicamente plateresca con reminiscencias góticas y unas soluciones muy originales.

En la primera franja del octógono resalta una leyenda, distribuida en las ocho caras: IN MEDIO TEMPLI TUI LAUDABO TE ET GLORIAM TRIBUAM NOMINI TUO QUI FACIS MIRABILIA, texto tomado de los salmos que nos muestra el sentido de la obra: “En medio de tu templo te alabaré y daré gloria a tu nombre porque haces maravillas”.

A los pies de esta maravilla, en un lugar que ni siquiera pudo soñar para su enterramiento el héroe castellano por antonomasia, se hallan depositados, desde el año 1921, los restos del Cid, D. Rodrigo Díaz de Vivar y de su esposa Doña Jimena.

El cimborrio
El cimborrio se levanta sobre robustas columnas que se cruzan en las naves longitudinal y transversal. Sobre este espacio existió anteriormente una bóveda sencilla de crucería, que en el siglo XV el obispo D. Luis de Acuña ordenó derribar para sustituirla por un cuerpo de luces que construyeron los Colonia, Juan y Simón, y que finalmente estaría concluido hacia finales del siglo XV. Esta obra, que era de gran belleza según los testimonios de viajeros europeos, no duró ni cincuenta años, pues se cuartearon sus columnas y se desplomó, con gran estrépito, la noche del 3 al 4 de marzo de 1539.

La reconstrucción comenzó aquel mismo año con las aportaciones del Obispo, Cabildo de Canónigos, Regimiento de la ciudad, nobles y pueblo, que rivalizaron aportando cuantiosos fondos. Un año después, en 1540, Felipe Vigarny (que trabajaba en Toledo) fue reclamado por el Concejo burgalés para que opinara y presentara un proyecto sobre la reconstrucción del hundido crucero de la Catedral. Parece que también fueron consultados Diego de Siloé y Rodrigo Gil. Finalmente se encargó la obra a Juan de Vallejo y Francisco de Colonia, trabajando además en la misma numerosos canteros y escultores. En 1555 estaba casi concluido, pero las obras se prolongaron hasta 1568.