sepulcro de juan ii e isabel de portugal. cartuja de miraflores, BURGOS

El sepulcro de Juan II de Castilla e Isabel de Portugal se encuentra en la burgalesa Cartuja de Miraflores. La iglesia de este monasterio, situado a unos 3 km. de la ciudad de Burgos, acoge uno de los conjuntos escultóricos más impactantes de finales del gótico hispano. Lo conforman el citado sepulcro, el retablo mayor y otro sepulcro, el del infante Alfonso, hijo de los ambos. Todo es obra del mismo artista: Gil de Siloé.

En este impresionante panteón funerario descansan los restos del rey Juan II y de su esposa, Isabel de Portugal. Son los padres de la reina Isabel I de Castilla, quien encargó la obra. Posiblemente estamos ante una de las más singulares obras del arte funerario europeo. Sobre todo, por lo excepcional de su curiosa y novedosa planta de estrella con ocho puntas. No se conoce en Europa occidental un monumento funerario que adopte esta forma.

A continuación, te descubrimos el sepulcro de Juan II de Castilla e Isabel de Portugal en la Cartuja de Miraflores.

SEPULCRO DE JUAN II E ISABEL DE PORTUGAL
La fundación de la Cartuja de Miraflores se remonta a 1442. El rey Juan II donó a la Orden de los Cartujos un palacete de descanso de su padre Enrique III. Su intención era convertirlo en monasterio y panteón real. Con la muerte del rey en 1454, las obras del monasterio se vieron prácticamente paralizadas. Será su hija, Isabel la Católica, la que retome el proyecto.

Isabel la Católica, una vez finalizada la iglesia, encarga a Gil de Siloé la construcción de un sepulcro para sus padres y otro para su hermano, el infante Alfonso de Castilla. Con la construcción de este conjunto funerario, Isabel busca no solo ensalzar la figura de los reyes. También reafirmar su derecho sucesorio al trono castellano y glorificar su linaje. Al mismo tiempo, obviaba de un modo consciente a su hermanastro no querido, Enrique IV.

Para todo ello, Isabel I contará con el genial escultor Gil de Siloé.

INICIO DE LAS OBRAS
Las obras del sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal y del infante Alfonso comenzarían en 1489. Tres años antes, en 1486, consta que debió producirse el encuentro entre la reina Isabel I y el artista. Gil de Siloé, residente en Burgos, era entonces, considerado el escultor más importante de todos los reinos peninsulares. Resulta curioso que por esas fechas Isabel de Portugal aún no había fallecido. Falleció en 1496 en la villa abulense de Arévalo. Sin embargo, su esposo Juan había muerto en 1454. Inicialmente fue sepultado en el Monasterio de San Pablo en Valladolid, para, posteriormente, ser traslado a la Cartuja de Miraflores.

Se adquirió para la ejecución de los sepulcros alabastro de Cogolludo (Guadalajara). Las cuentas del monasterio hablan de que se emplearon 158.252 maravedíes en la compra del alabastro. Al parecer fueron necesarias un centenar de carretas de bueyes para transportar el material. La comitiva estaba exenta del pago de tributos allí por donde pasara. En total, el precio del trabajo se elevó hasta 442.667 maravedíes. Ambos sepulcros estaban finalizados en 1493.

DESCRIPCIÓN DEL SEPULCRO DE JUAN II E ISABEL DE PORTUGAL
El sepulcro tiene planta octogonal en forma de estrella de ocho puntas. Es el resultado de la intersección de un rombo y un rectángulo. Solo la base mide un metro y sesenta centímetros de altura aproximadamente. El conjunto, en total, se va a una altura total de casi dos metros. Por ello, no es posible contemplar las estatuas yacentes de los reyes, salvo desde el altar mayor de la iglesia.​

Los vértices de la estrella están adornados con figuras alegóricas, imágenes de santos y apóstoles. Entre ellas, destacaba, junto a la cabeza de la reina, una notable figura de Santiago el Mayor. En un momento indeterminado fue sustraída. Finalmente fue adquirida por el museo The Cloisters, vinculado al Metropolitan de Nueva York. Con casi total certeza, es una de las piezas salidas de las manos del maestro Siloé.

Las esquinas mayores acogen las imágenes sedentes de los cuatro evangelistas. Cada uno de ellos es representado como un escriba. Junto a ellos, el Tetramorfos, lo cuatro símbolos que permiten su identificación. Se encuentran estas entre las piezas de mayor calidad del conjunto.

En los puntos medios de cada brazo de la estrella se han colocado ocho peanas para sostener otras tantas figuras. Es difícil la identificación de las mismas por el deterioro sufrido. A algunas les falta la cabeza y otras han sido intervenidas con posterioridad. Se reconoce con facilidad a san Pedro y a santo Domingo de Guzmán.

Pero sin duda, en la cama sobresalen las figuras yacentes de los reyes protagonistas del sepulcro: Juan II e Isabel de Portugal. Están separadas ambas imágenes por una crestería gótica y rematadas por complejos doseles, también característicos de este estilo.

Figura de Juan II
El monarca aparece representado con los atributos característicos de la realeza. No falta la corona, así como el manto y un cetro o espada hoy desaparecidos. Apoya la cabeza, vuelta hacia el exterior, sobre dos almohadones. El superior está decorado con una especie de círculo que recuerda a un nimbo. Contribuye a enaltecer aún más a la figura del rey.

Destaca el sobresaliente virtuosismo con el que está trabajado el brocado del vestido real. El rey calza chapines que se apoyan en una peana. Bajo ella, dos leones enfrentados.

Durante los trabajos de restauración llevados a cabo en el sepulcro, se comprobó que la cabeza de Juan II estaba prácticamente separada del tronco. Además el alabastro parecía proceder de otro lugar y estaba labrado de manera distinta al del resto del cuerpo. Estas diferencias se deberían a alguna intervención centrada solo en la cabeza de la figura de Juan II en algún momento del siglo XIX.

Figura de Isabel de Portugal
La imagen de la reina es una verdadera obra maestra realizada directamente por Gil de Siloé. Como en el caso de Juan II, la estatua yacente descansa sobre dos almohadones y se vuelve ligeramente hacia el exterior. Está ligeramente incorporada y sostiene un libro, casi con toda seguridad unas Horas de la Virgen. Viste ropa larga hasta los pies con sobretúnica. El manto con el que se cubre está adornado con aljófares y pedrerías. En las manos lleva guantes y numerosos anillos. A los pies de la reina están representados un niño, un león y un perro. Este último simbolizaría la fidelidad.

Si ya destacábamos el virtuosismo de la ropa del rey, en el caso de los ropajes de la reina, Gil de Siloé se supera. Aquí desplegó el autor toda su maestría en el tratamiento del alabastro.

Los rostros de ambos, tanto del rey como de la reina, no reflejarían las facciones de cada uno. Son representaciones convencionales, seguramente, de personas de 33 años. Entonces se consideraba esa la edad perfecta, por ser la edad de muerte de Jesucristo.

Separa la cama del sepulcro del enorme basamento un estrecho zócalo de perfil semicircular. Aquí Siloé realizó una verdadera exhibición técnica. Vació el fondo para dejar solo una franja, tallada con delicadeza y profusión. Está decorada con figuras de animales y motivos vegetales.

Si espectacular es la decoración de la cama de sepulcro, no se queda atrás la del cuerpo poliédrico sobre el que se asienta. El basamento se sustenta sobre numerosos leones, devoradores unos, luchando contra perros otros,... En la zona de la cabecera, más leones sosteniendo los escudos heráldicos de ambos monarcas. Para Isabel I esta gran capilla funeraria era exclusiva para sus padres. Por tanto, suya debía de ser la única heráldica que se exhibiera allí.

​Basamento del sepulcro
Las caras verticales del basamento son un verdadero prodigio. Elementos que surgen como espigas adquieren la forma de contrafuertes y arbotantes cargados con una profusa maraña de formas y ornamento. Esta rica decoración, a base de motivos arquitectónicos, sirve de soporte a las figuras principales que definen el programa iconográfico, así como a figurillas que parecen representar santos y ángeles. También se distinguen las figuras de unos cartujos que oran con las capuchas sobre sus cabezas.

La temática del cuerpo es muy variada. En primer lugar, encontramos varias escenas religiosas propias de un ámbito funerario. Por ejemplo, el Sacrificio de Isaac, la Piedad o Quinta Angustia, y la Virgen de la Leche. La Virgen de la Leche es una de las grandes obras del conjunto. Contó con una gran devoción y cariño por parte de los cartujos de Burgos. Hasta el punto de que en el siglo XVII se llegó a crear un espacio para su veneración.

LOS RESTOS MORTALES DE LOS REYES
En 2006, con motivo de la restauración de la Cartuja se decidió realizar el estudio antropológico y genético de los restos mortales conservados en un arca de madera en la cripta ubicada bajo el sepulcro de los reyes. Asimismo se analizaron los restos depositados en el interior del sepulcro del infante Alfonso de Castilla. Se trataba de confirmar la identidad de los restos actualmente conservados.

El esqueleto de Juan II está casi completo. En cambio, de la reina solo quedan cuatro fragmentos de huesos largos. Los análisis genéticos realizados mostrarían la relación de parentesco entre los restos de ambos enterramientos, los de Juan II e Isabel de Portugal y el del infante Alfonso.

Junto al arca que contiene los huesos de los reyes, hay una vasija de cerámica. Según la tradición, contenía las vísceras de Felipe el Hermoso. Murió en septiembre de 1506 en la Casa del Cordón de Burgos. Desde allí se le trasladó a la Cartuja de Miraflores hasta las Navidades de ese mismo año. No se han encontrado elementos orgánicos que corroboren esa tradición. La tipología de la vasija tampoco ayuda por estar documentada en producciones alfareras desde la Edad Media hasta el siglo XX.