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Calle de Barrantes, BURGOS

D. PEDRO BARRANTES Y ALCÁNTARA fué según todas las probabilidades natural de Alcántara, en la provincia de Caceres.
Por Marzo de 1605 llegó Barrantes á la ciudad de Burgos, donde durante dilatados años había de desarrollar su actividad fecunda y provechosa, yendo, a lo que se cree, en calidad de secretario de D. Alonso Manrique, Arzobispo de Burgos, extremeño como Barrantes, acaso deudo y sin duda protector suyo.
Sus nobles prendas de carácter acarreáronle la atención y las simpatías de los prelados burgenses, quienes utilizaron largamente sus servicios en los diversos cargos de que le fueron invistiendo. Así, en 1607 obtuvo una capellanía, un canonicato y una administración de buenos rendimiento; en 1612 fue nombrado Coadjutor del culto Canónigo.
En 1613, Visitador de enfermos y administrador del Hospital del Emperador, cargos que por reiterado mandamiento del Cabildo desempeñó hasta su muerte; en 1627, Capellán
mayor de la Capilla de la Natividad, en la Catedral burgalesa; y desde 7 de Febrero de 1629, depositario del sello del Arzobispo y Rector del Seminario durante la sede vacante, cargo para el que fué reelegido en 1638, 1640, l656 y 1657. En 1658 tenía sobre sí, á más de aquellos oficios, los de Rector del Colegio de Mozos de coro, Administrador de la casa y obra pía de niños expósitos, Administrador y enfermero del Hospital de San Julián y San Quirce, Juez de deudas y proponedor de Cabildos
Espirituales.
Fue además limosnero del Arzobispo Acevedo, Administrador del Espolio de D. Cristóbal Vela, por designación de la Comunidad, albacea del prelado Fray D. José González, del
Deán Quintanadueñas, del Dr. Zuazo y de los capitulares Yerro y Bueno. Solicitado por tantas y tan diversas tareas, ocupaba, no obstante, su silla en los oficios y cabildos con asiduidad admirable.
Al Cabildo catedralicio perteneció como prebendado durante cuarenta y seis años, hasta su muerte. Lo que caracteriza más al Canónigo Barrantes, la condición dominante en su persona, y en su vida, fue la excelsa virtud de la Caridad que le inflamaba el alma y le impulsó á realizar fundaciones insignes y que le colocan en el número de los grandes
bienhechores de la Humanidad.
El mayor timbre de gloria de Barrantes fue la fundación del Hospital de San Julián y San Quirce. Veníase consagrando años y años el venerable sacerdote a asistir personalmente, en casas particulares habilitadas por su cuenta, a muchos desgraciados enfermos a quien no se admitía en los asilos u hospitales existentes a la sazón en Burgos; y así, con la mayor abnegación y el más ardiente celo, curaba con sus propias manos a los heridos por las más crueles dolencias, tales como la lepra, el cáncer y la sífilis.
Queriendo, pues, dar mayor estabilidad á la obra fundó aquel hospital, destinado a la curación (dice una de las constituciones redactadas por el mismo Barrantes) «de males de cualquiera cirugía, llagas, males gálicos, quebrados, mal de orina y otros males de cualquiera calidad que ftier a s de los que no se admiten en los demás hospitales de Burgos». Para realizar su propósito tuvo la fortuna de contar con el generoso concurso y con la poderosa ayuda pecuniaria de otro caritativo y adinerado capitular de Burgos, el Canónigo D. Jerónimo Pardo v Salamanca, Abad de San Quirce, y también con otras limosnas particulares. Así, pues, mandó labrar ex profeso un adecuado edificio, en que
instaló por lo pronto diez y seis camas, adquirió para él la huerta que le circunda, le dotó en vida y le instituyó su universal heredero para después de su muerte.
Y todo esto con humildad tan singular, que habiendo sido él el padre y ejecutor de la humanitaria empresa, en el frente del Hospital hizo grabar tan sólo el nombre de D, Jerónimo Pardo para que se perpetuase exclusivamente su memoria, sin acordarse para nada de su propia persona. ¡Admirable ejemplar de hombres, cuya moral descendencia, en estos tiempos qae corremos, de caridades de bombo y platillos, parece raída de la faz de la tierra!
Fue, pues, Barrantes el verdadero fundador del hospital quirúrgico de Burgos y Jerónimo Pardo su decidido colaborador en tan santa obra; no obstante lo cual, y merced seguramente al insólito rasgo de modestia del fundador, de que más arriba quedó hecho mérito, obscurecida la verdad con el transcurso del tiempo, a Pardo y no a Barrantes se atribuyó la fundación por algunos de los escritores de las cosas burgalesas, Y esta necesaria rectificación, capital por su índole, avala harto la obra del Sr. Correal.
Barrantes encomendó el patronato del Hospital al Cabildo metropolitano burgense. Reconocidas por altos y bajos, por personajes y populares las excelencias de su institución y de sus fines, desde el mismo siglo XVII, casi desde el mismo punto y hora de su fundación, recayeron sobre él herencias más ó menos cuantiosas, donativos, limosnas y mandas más ó menos modestas con que prelados y capitulares, caballeros y humildes hijos del pueblo le acudieron amorosamente. Y como nota original, consignaré que por cédula del rey Carlos II, ampliamente ratificada por Felipe V, el hospital obtuvo título perpetuo de la Alcaidía de la Cárcel real de Burgos, regalía más honorífica que lucrativa, pero de alta significación moral por lo que revela la protección que llegó á alcanzar la caritativa institución hasta de parte de los soberanos españoles. Dios había bendecido la obra del humilde y caritativo prebendado.
El «Hospital de Cirugía de San Julián y San Quirce», vulgo «Hospital de Barrantes», sigue existiendo (hasta avanzado el siglo XX), celosamente atendido por el Cabildo de Burgos, y hoy es un establecimiento próspero y progresivo, dotado de todos los elementos exigidos por la moderna ciencia operatoria, «tal vez en su clase el más importante de Castilla».
No fué, ni mucho menos, la empresa del hospital la única caritativa que tomó Barrantes a su cargo. Su amor a la infancia abandonada y desvalida, hízole crear la Casa de Maternidad de Burgos, a la que donó cuantiosas limosnas. Su interés por los huérfanos le impulsó á fundar y sostener á sus expensas un orfanatorio para niños de ambos sexos, que instaló en una casa comprada al efecto junto á la puerta de Santa Gadea. Muy sincera y muy asidua fue la protección que dispensó Barrantes a los clérigos necesitados.
Con motivo de los calamitosos años de 1629 al 1632, en que el hambre y la miseria se enseñorearon de Burgos y de su tierra, provocando serios conflictos, Barrantes apeló
a cuantos medios su gran prestigio le daba derecho, acudió á las autoridades y corporaciones, espoleó la piedad de todos, organizó la caridad, provocó la creación de la Diputación de pobres y de la Diputación magna, integradas por entidades seculares y eclesiásticas; formó personalmente el censo y clasificación de los miles de mendigos burgaleses, recabó el rotundo pronunciamiento de la limosna obligatoria entre las fuerzas vivas y pudientes de la ciudad, y con éstas y con otras saludables iniciativas conjuró y dominó la grave crisis, extremada principalmente en el aciago año 1631.
Es de reseñara la parte importantísima que cupo al canónigo en la erección del Seminario conciliar de Burgos, ordenado en su testamento por el Arzobispo D. Cristóbal
Vela, pues Barrantes dedicó buena parte de sus propias rentas a levantar el edificio hasta que adquirió la perfección que la traza había mostrado. Rector del mismo Seminario y celosísimo en la formación de la juventud destinada a la Iglesia, caracterizóse su obra docente por la sabiduría de sus planes de enseñanza y por el mantenimiento de la disciplina entre profesores y educandos.
No menos prudente y beneficiosa fue su gestión como Rector del Colegio de Mozos de coro, cargo que tuvo durante unos cuarenta años; y en 1650, con ocasión en que para el cargo fue reelegido, se le volvió a proclamar con la curiosa fórmulade por todo el tiempo que quisiera. Y a este Colegio, cuya misión era instruir á la infancia en los cantos eclesiásticos, ayudó además grandemente en su vicia económica con importantes y graciosos anticipos y donativos.
Estos y otros ejemplos demuestran, que en el ejercicio de la caridad el criterio de Barrantes fue universalizar el bien, sin establecer distinciones en la condición de los favorecidos.
Y cierto; apena el ánimo considerar que, aun con estar tan reconocidas por todos las nobles prendas y las heroicas virtudes del ejemplar Barrantes, llegara a excluírsele a las veces por voto unánime de las deliberaciones capitulares, sólo por su calidad de familiar del Arzobispo de Burgos D. Fernando de Acevedo, cuando de cerca o de lejos habían de tocarse ciertos puntos que afectaban, al Prelado en vibrante controversia con su Cabildo.
En 9 de Agosto de 1658 falleció el canónigo D. Pedro Barrantes «con grande opinión de virtud y santidad», dice textualmente la partida del óbito que en el correspondiente libro de la parroquia de Santiago de Burgos se conserva. Día fué aquél luctuoso para la ciudad. Condoliéronse los burgaleses todos y particularmente le lloraron los necesitados, que con él perdían, más que un protector, un padre. El Cabildo oyó con grandes manifestaciones de dolor la triste nueva; proclamó al difunto como «prebendado
de ejemplar vida y costumbres y de caridad singular con los desgraciados», y en conformidad con los deseos de Barrantes de ser enterrado en la Catedral, aunque en sitio modesto de ella, designó provisionalmente para su sepultura un arco y nicho en la capilla de la Virgen de los Remedios, sita en aquella santa iglesia, donde, en efecto, los restos del venerable varón fueron depositados dentro de un ataúd de terciopelo tachonado, que costeó el mismo Cabildo.